Su nuevo libro Lo mejor del amor tiene el propósito de ahondar en las entrañas del kirchnerismo. También profundiza sobre las crisis de 2003 y la actual, el macrsimo, el albertismo, los '90 y la grieta.
–¿Por qué este libro hoy?
–Hay mucho escrito sobre el kirchnerismo, un proceso que estuvo 12 años en el poder. Hubo mucha bibliografía, pero faltaba un libro que le incorporara el análisis en perspectiva de los cuatro años que estuvo en el llano. Eso ha «reperfilado» al kirchnerismo, que ha descansado en una multitud que forma parte de un sujeto político que estuvo resistiendo durante estos años. Por otra parte, caracterizó muy bien al macrismo y a la necesidad de construir una mayoría política que lo derrote. Y lo hizo con una actitud mucho más amplia, lo que permitió infringirle una derrota impensada ocho meses atrás. Sin el kirchnerismo en el tablero político hoy estaríamos discutiendo cuánto más tienen que bajar los salarios. La decisión de Cristina Fernández con Alberto marca un hito en ese proceso.
–Lo que en el libro denominás el neocristinismo.
–El cristinismo de los últimos años de su mandato tuvo un fuerte acento distribucionista y gran conflictividad con el departamento de Estado, con las corporaciones, los servicios de inteligencia, con el partido judicial; estuvo atravesado por las cadenas en las que CFK trataba de instalar una pedagogía política… Fueron batallas no suficientemente explicadas que trato de reconstruir en el libro. El kirchnerismo fue básicamente un sistema de alianzas con un sector de la burguesía nacional, que se rompió en los últimos años con sectores que se expresaban más a la derecha y otros más a la izquierda. CFK fue más una acción cotidiana que una explicación de cosas que descubre tras la muerte de Néstor. Él era el gran armador, quien tenía una visión nacional que ahora un poco vuelve con Alberto. Ella tiene una visión más popular que va a tratar de presentar como vice. Lo popular pone más acento en la distribución del ingreso y lo nacional en la construcción de generar riquezas y articular. Eso se vio claramente en los gobiernos de Cristina, cuando la Argentina no se enteró de que en 2008 el mundo quebró, porque se había puesto en marcha una serie de políticas anticíclicas, se redobló la apuesta económica, se recalentó el consumo. Eso es muy meritorio, pero no está suficientemente valorado. El kirchenrismo para algunos fue una anomalía y para otros una falsificación histórica, pero nunca hubo espacio en los medios para reconocer que hizo cosas buenas.
–¿Esa falta de reconocimiento tiene que ver con el estilo kirchnerista de estar siempre al límite de lo admisible?
–Néstor decía: «Redoblemos la apuesta, a la izquierda nuestra está la pared». El kirchnerismo irritaba a algunos y asustaba a otros: eso fue muy bien utilizado por sus adversarios.
–¿Podría existir un kirchnerismo que fuera así?
–El primer NK, después del incendio, después de Duhalde, debió recuperar legitimidad política y lo hizo a partir de ciertas definiciones: Derechos Humanos, renegociación de la deuda, recuperación del salario. Él no tuvo que luchar con las corporaciones como sí debió hacer Cristina, a partir de la 125, a cuatro meses de asumir. No es casual. Decidieron empezar a tocar algún privilegio de uno de los grupos que se habían recuperado con rentas extraordinarias. Carlos Heller siempre dice que en economía «nada se pierde, todo se transfiere». La que perdés vos de bolsillo, se la llevó otro. Ahí empieza cierta puja: Argentina crecía muy bien, tenía superávits gemelos, materia prima. Néstor tenía un mundo más favorable: a Cristina ya se le empezó a complicar. El precio de esas materias primas empezaban a caer, sectores del empresariado empezaban a cuestionar y los niveles de demanda de la sociedad pasaban a ser otros. No es lo mismo lo que reclamás cuando estás en el infierno que cuando salís y querés llegar al paraíso. Cristina inauguró allí el cristinismo aluvional: sectores del campo popular se empiezan a referenciar con ellos, venidos de la generación diezmada de los ’70 que proponía dar la pelea por las viejas banderas. La Ley se Servicios de Comunicación Audiovisual constituye un nervio central en la identidad kirchnerista: al entender cómo estaba monopólicamente estructurada la comunicación, entendés cómo está estructurada la economía. Por otra parte, incorporó a miles de pibes a la política, que recuperaron las expectativas de un país más soberano. Aunque, con la ayuda de Clarín, la embajada y los enemigos de la distribución, hayamos llegado al 2015 con el relato de que era una asociación ilícita, relato que se acentuó durante el macrismo. Si el kirchnerismo no hubiera sido distribucionista, si no hubiese sido un movimiento popular, sería como el menemismo, una anécdota de la política o el testimonialismo de lo que fue el Frepaso. El kirchnerismo es una especie de revolución posible. Así como el peronismo vino a materializar derechos, el kirchnerismo es todo lo contrario a la teoría del derrame. ¿En estos cuatro años, cómo les fue a todos los que leen el diario, a la gente real de carne y hueso que no hace plata en la timba financiera? Pero les fue bien con la teoría de la capilaridad, que es meter plata por abajo para que suba a través del consumo, hace aumentar la recaudación y así tenés fondos para la seguridad social. Hubo incomprensión de esos sectores que se veían beneficiados pero que siempre querían otra cosa. Es más fácil pedir la revolución que entender cuáles son los mecanismos que vos necesitás para acentuar la distribución.
–Es un fenómeno que se repite en varios países de Latinoamérica…
–Tiene que ver con la batalla cultural. En la batalla por la distribución te peleás con sectores que defienden privilegios. Pero los beneficiarios de esas políticas, si no dan un salto de conciencia, muy probablemente terminan adoptando las agendas y las demandas de los nuevos sectores de la escala social que van adquiriendo. Se olvidan de que estuvieron tres escalones más abajo. Y terminan interpretando que tienen razón esos sectores que se oponen a sus intereses. La clase media, los comerciantes, los jubilados que votaron a Macri.
–Ahí el kirchnerismo falló.
–Dio todas esas peleas juntas y cometió errores, es cierto. Uno de ellos, el tema del impuesto a las ganancias, que les dio una excusa fenomenal a sectores del movimiento sindical para tomar distancia. Lo hicieron, no tanto por que era un impuesto «antipático»: en realidad les molestaba que los mandaba una mujer que taconeaba, usaba pollera y se pintaba como una puerta. Eso era lo que les molestaba. Son unos machirulos terribles. En vez de estar haciendo cursos de capacitación sindical, o entendiendo cómo funciona la economía, el mundo, la geopolítica, los cambios tecnológicos que se avecinan… El problema era que CFK no iba a comer asado con ellos. Lo terminó reconociendo Moyano. Ahí Cristina entiende que hay sectores que no pueden ir a la velocidad que ella propuso. El Papa cumplió allí un papel muy importante. Luego de Néstor, a Cristina le quedó una vacante: con quién hablar a ese nivel. Es mirar por arriba de la tapia y ver determinadas cosas. Eso está vedado para la mayoría.
–En el libro te ocupás del hecho de otorgar derechos sin politización.
–Si las sociedades no advierten, no identifican cuáles son los mecanismos que la hacen más pobres o más ricas, tenés un problema de cultura política. El kirchnerismo politizó a la sociedad, incluso politizó hasta a la derecha, que antes hacía golpes y ahora debió armar un partido político. Pero eso no genera una cultura política, que es algo más profundo, como comprender cuáles son los mecanismos de la acumulación del capital y quién es el que se la lleva. En algunas cosas le falló la sociedad al kirchnerismo, como en los niveles de organización para defender lo que se iba obteniendo. Las cabezas de Néstor y Cristina fueron más rápido de lo que la sociedad quería asumir. Los niveles de organización implican compromiso. Hubo sectores de la sociedad que creyeron que con Macri iban a conservar los derechos que adquirieron con el kirchnerismo. Pero llegó el macrismo, una confluencia de distintos sectores del capital con dos objetivos en común: convertir al kirchnerismo en algo tan odioso que nunca más se vuelva a repetir; y bajar los salarios, el famoso costo laboral.
–Con el primer objetivo no pudieron; con el segundo sí, ampliamente.
–Claro, ahora que tenés el patrón de distribución anterior al kirchnerismo, hay sectores que empiezan a tener intereses contradictorios. AF va a la UIA y la UIA se ha vuelto crítica del macrismo, de la especulación financiera, tras muchos años de acompañar esas políticas. Contradicciones como esa explican que gane AF. Si no, teníamos 20 años más de macrismo. Si no fueran tan bestiales… Creían que eran la derecha nueva y terminaron siendo una banda de saqueadores que fueron a pedirle plata al FMI para fugarla con sus amigos. La ley de blanqueo fue para que todos los evasores de este país no fueran presos y, en eso, muchos le deben la vida. Pero, bueno, ahora hay una base Afip para ir y cobrarle impuestos altos a mucha gente que se lo merece.
–En muchas ocasiones parangonas al Néstor Kirchner de 2003 con el Alberto Fernández de este 2019 y las situaciones del país que les tocó atravesar y conducir.
–Todos hablamos de la jugada magistral de CFK que dejó a todos boquiabiertos y desorientado al macrismo, preparado para competir contra «la jefa de la banda». Ella se bajó y les dio una fenomenal excusa a esos sectores del empresariado nacional para dejar de jugar con Macri y al peronismo para ir todos juntos. Ahora, nadie piensa en la gran jugada que hizo AF: les ofreció a esos sectores lo que ellos querían y fue el único que les garantizó que no fuera CFK. Después fue a predicar al peronismo y a los gobernadores reacios: «Muchachos, si no hay unidad, el macrismo nos come en pedacitos. Eso no es nada: el país se disuelve». Hace tres años pensaban que Macri era la esperanza blanca. Hoy saben que es un irresponsable. Y AF vino con una cantidad de modales, gestos adecuados para el momento anímico de la sociedad (fracasada, irritable, descorazonada), que el kirchnerismo había perdido. La política también es gestualidad. Es importante el fondo y la forma. La sociedad quería, más que una CFK combativa al estilo Juana Azurduy, a alguien más institucionalista, más un predicador atenuado. Un tiempo de reparación, un tiempo de esperanza. Es la imagen del sargento Cruz que entiende la situación, se da vuelta y se pone al lado del Martín Fierro, que en este caso sería Cristina. Y cierra la grieta sobre ella. Te digo: Alberto es tan kirchnerista como lo fueron Néstor y Cristina. Fue un personaje clave en la fase de constitución del kirchnerismo, el sherpa que le abre las puertas de la Capital, los acuerdos con Duhalde, los modales necesarios para ese kirchnerismo patagónico. Tenía una cama en la casa de los Kirchner. Después se fue. Si la historia fuera una rotonda, después de probar con la confrontación, el kirchnerismo vuelve al momento previo a la 125, a 2008.
–Pero a 2008 se llegó tras cuatro años de Néstor. ¿Hoy el país no está más cerca de 2003 que de 2008?
–Eso lo dice AF. Todos los índices son parecidos. Pero la diferencia es que en 2003 no existía el kirchnerismo. Es una acumulación política de sectores importantes y mayoritarios de la sociedad que no permitirán que la situación se desmadre. De hecho, el traspaso fue bastante ordenado con un gobierno que se caracterizó por el maltrato, la arbitrariedad, meter gente presa, manipular la Justicia… Bastante bien se fue llevando, si no, hubiéramos terminado como Chile. Esa experiencia en el 2001 no existía. Hubo que inventarlo de cero. El kirchnerismo vino a poner en la política esa cuota idílica y sentimental que la política necesita para que no se convierta en un coto de caza de tipos cínicos, que no creen en nada, que no desafían los límites y que no piensan en la transformación de la sociedad. O sea, los ’90: esa política cínica, desidealizada que dio paso a los operadores. Del operador al militante. El kirchnerismo devolvió el deseo de trasformación. Vino a restaurar lo nacional y lo popular como ideas constituyentes de una política de trasformación. Sólo eso vale la historia.
–¿Cómo imaginás al kirchnerismo de dentro de una o dos décadas?
–Los únicos que saben cómo va a ser el mundo dentro de 50 años son los chinos con su prospectiva muy desarrollada. Nosotros, desde la periferia, con saber qué va a pasar dentro de cinco días… Si miramos al kirchnerismo con visión de futuro, hizo una colaboración muy grande a la democratización de la sociedad. Si mejorás la democracia y la distribución, probablemente llegues a sociedades escandinavas, que si algo tienen de bueno, es que son sociedades con todos adentro. El neoliberalismo cree en la sociedad dual de incluidos y excluidos. Para el macrismo, a este país le sobran 10/15 millones. Cuando te dicen que Chile tiene un modelo exitoso, qué te están diciendo… Pero no funcionaba tan bien, ¿no? Un país con 20/30 millones de desocupados es inviable… Es un pensamiento darwinista que en lugar de pensar en sociedades que crean desarrollo, las destruye. Los atajos para salir de eso suelen ser violentos. El kirchnerismo mete esos conflictos dentro de la institucionalidad. Metió hasta la derecha dentro de la institucionalidad. Antes te penetraban los movimientos populares y gobernaban detrás, como con Menem: las decisiones las tomaba el departamento de Estado, la Reserva Federal, los grupos empresarios… Pero llegó Néstor y dijo que la sociedad se debe armar detrás de valores de izquierda y de derecha. Una definición fuerte, moderna. De un lado de la grieta, los que creemos que el país es mejor en cuanto la gente pueda acceder a determinados beneficios o derechos. Y del otro, los que creen que no.
–Al final del libro decís que la grieta es cosa del pasado.
–En los términos en los que lo planteó Macri: de un lado nosotros, la gente de bien, y del otro, los delincuentes. Una zanja ficticia, con los aptos de un lado e irrecuperables del otro. Por eso termina de ordenar el sistema político a través de causas penales. Los principales punteros políticos del macrismo fueron Bonadio y Stornelli. Demuestra la torpeza política. Pero no vienen de la política, vienen del marketing, de la estructura vertical de la empresa. La política es articular intereses, coordinar, conversar… La sociedad entendió que era una grieta ficticia y por eso «la jefa de la asociación ilícita» es hoy la vicepresidenta. Esa grieta dio paso a una más clásica: los distribucionistas o los que defienden privilegios.El ministerio a cargo de Struzenegger evaluará a los trabajadores estatales mediante el denominado “Sistema…
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