Represión y despojo: el lado B del turismo de lujo en Tanzania que visitaron Icardi y Wanda

Por: Valeria Foglia

En el país de África oriental, donde estuvieron recientemente Wanda Nara y Mauro Icardi, denuncian acciones del gobierno para crear una gran reserva de caza de trofeos y turismo de lujo a pedido de una empresa de Emiratos Árabes Unidos. Para eso, busca expulsar a la población indígena que se dedica en su mayoría al pastoreo. Los efectos ambientales, sociales y humanos del turismo de lujo y la caza en zonas como estas.

En pleno “safari ecológico” por África oriental, Wanda Nara y Mauro Icardi viralizaron imágenes de animales salvajes, casas de barro, rituales típicos, globos aerostáticos y posadas de lujo. En Tanzania, uno de sus últimos destinos, la represión y la expulsión del pueblo indígena masái muestra el brutal detrás de escena de las postales pintorescas en áreas protegidas. En Loliondo, distrito de Ngorongoro, el gobierno busca demarcar 1500 km2 de sus tierras para crear una gran reserva de caza de trofeos y turismo de lujo a pedido de una empresa de Emiratos Árabes Unidos.

Las imágenes que logran sortear el cerco mediático ordenado por las autoridades tanzanas son pavorosas: heridas abiertas en piernas, torsos y cabezas de masáis atacados por unos setecientos miembros de la Unidad de Fuerza de Campo (FFU en inglés) y otras bandas armadas. Los indígenas se habían congregado desde el 8 de junio en Ololosokwan, Kirtalo y otras localidades para protestar contra el anuncio de la Dra. Pindi Chana, ministra de Recursos Naturales y Turismo.

A comienzos de mes la funcionaria designada por el gobierno de Samia Suluhu adelantó su intención de cambiar el estatus de la región de Loliondo: de área de caza controlada, donde se permite la residencia, la agricultura y la ganadería, a reserva de caza de animales salvajes. La prohibición del pastoreo y los asentamientos que esa actividad conlleva desencadenará expulsiones de decenas de miles de masáis que viven en aldeas registradas legalmente.

Tras la militarización y el ataque, que dejó decenas de heridos a balazos y machetazos, Survival International denunció que miles de personas se vieron obligadas a dejar sus hogares y refugiarse en el bosque. “Amo este lugar porque es mi hogar… Quieren nuestra tierra porque tenemos fuentes de agua, y las tenemos porque las protegemos. Hemos convivido con la fauna durante generaciones”, contó un hombre de la comunidad.

Emmanuel Oleshangai, diputado de Ngorongoro, denunció que hay jóvenes y ancianos desaparecidos. Muchos huyeron a Kenia en busca de seguridad y atención médica, ya que el gobierno Tanzania –según remarcaron– se niega a asistir a los heridos.

Ante el Parlamento, Kassim Majaliwa, primer ministro de Tanzania y de la misma fuerza política que la presidenta, negó las acusaciones por los hechos de Loliondo y aseguró que se trata de “una conspiración” de sectores que buscan ensuciar la imagen del gobierno.

Vivir en peligro

“No sabemos quién la ordenó”, alerta Fiore Longo, investigadora argentina y directora de Survival International España, a propósito de la represión contra los masáis de Loliondo, al este del Parque Nacional Serengueti. No solo no hubo un aviso oficial previo a la demarcación: tampoco hay claridad respecto a si los grupos armados eran policías, militares o incluso guardaparques. 

“Viven en un limbo y nadie les dice nada”. La referente de este movimiento global por los pueblos indígenas cuenta que los masáis temen ser expulsados de sus tierras en cualquier momento y sin notificación. “Se las quieren sacar hace años”, añade, relacionando el proceso de despojo iniciado en 2009 con los intereses de Otterlo Business Company (OBC), la empresa de los Emiratos Árabes Unidos que organiza excursiones de caza para la familia real de ese país y sus selectos invitados. 

Tanzania es conocida por ser hogar de “los cinco grandes”. Las especies de mamíferos más icónicas de África: el elefante, el león, el rinoceronte, el búfalo y el leopardo. Los masáis, que han convivido con ellos por generaciones, no los cazan. “No comen carne de animales salvajes: es tabú”, explica Longo, que hace poco estuvo en el lugar. 

El respeto de los masáis por esta fauna no sintoniza bien con los planes de la OBC, que desde 1992 opera la zona para sus expediciones de caza deportiva. Ahora, con complicidad de la gestión de Suluhu, la corporación árabe busca “que no haya masáis porque esto molesta a los turistas ricos que van a cazar”, manifiesta Longo. Además de Loliondo, la medida afectaría a decenas de miles de personas en zonas como el lago Natron, Lokisale, Longido, Mto Wa Mbu y Kilombero.

Pese a que se jacta de abrir fuentes de agua y dar beneficios a las comunidades que padecen sequías extremas, la OBC ha estado involucrada anteriormente en otras expulsiones violentas de masáis en el área, con quemas de casas y matanza de miles de animales. El Oakland Institute señala que la avanzada actual viola la orden de la Corte de Justicia de África oriental, que en 2018 prohibió al gobierno de Tanzania desalojar a los aldeanos, apoderarse de su ganado, destruir propiedades o asediar a las comunidades masáis de Ololosokwan, Oloirien, Kirtalo y Arash.

¿Pastoreo no, caza deportiva sí?

“¿Por qué se puede hacer caza de trofeos, caza deportiva, y no se puede hacer pastoreo? No puede ser. La conservación no es esto”, soslaya Longo imaginando lo que podría pensar alguien que no esté familiarizado con el debate sobre modelos de protección de la biodiversidad. A ella, coordinadora de la campaña de Survival para “descolonizar la conservación”, no le sorprende lo que ocurre con los masáis: subraya que el ADN racista y colonialista está impreso en la historia de este modelo. 

“La mayor parte de los parques naturales que hoy conocemos eran reservas para los ricos colonialistas que querían continuar cazando en lugares exclusivos”, relata la investigadora. Recuerda que Juan Carlos I, monarca español hasta 2014, era a la vez presidente de la WWF y orgulloso cazador: mientras impiden que la población local subsista a través de la fauna y la flora, “solamente las personas ricas, blancas, sobre todo europeas, pueden y deben decidir qué hacer con esas áreas protegidas, también regulando la caza”.

En el cráter de Ngorongoro yacen las cenizas de Bernhard Grzimek, fundador de la Frankfurt Zoological Society (FZS), una de las mayores y más ricas organizaciones conservacionistas europeas. De pasado nazi, en Tanzania se lo considera un “héroe de la conservación”, mientras la FZS sigue gestionando áreas protegidas en el país.

“Estamos conmocionados al enterarnos de los informes de violencia en Loliondo y continuamos monitoreando la situación de cerca. Queremos aclarar que FZS no participa ni apoya ningún trabajo relacionado con el montaje de las balizas en el área de Loliondo GCA”, se excusaron.

La práctica esencial de los masáis es el pastoreo, recorriendo kilómetros y kilómetros con sus vacas y ovejas en busca de puntos de agua que solo ellos conocen. Otras comunidades se dedican a la recolección o a la caza de subsistencia. Sin embargo, dentro de las áreas protegidas todas estas prácticas sustentables están prohibidas porque la conservación tradicional las considera “primitivas”. Longo recalca: “Y sin embargo la caza deportiva se sigue haciendo”.

Los safaris de caza y las áreas de protección estricta conviven como dos caras de la misma moneda: las comunidades quedan afuera y nunca se atacan las causas de la destrucción ambiental. En marzo de 2022 Survival lanzó la campaña Querida humanidad para oponerse a que un 30% del planeta se convierta en áreas protegidas hacia 2030. “Supone el mayor robo de tierras de la historia”, denuncian. Los territorios ancestrales indígenas “serán convertidos en reservas y parques nacionales militarizados donde las expulsiones, los asesinatos, las torturas y las violaciones son rampantes”.

¿Turismo ecológico en tierras robadas?

“‘The White Maasai’, como me llaman ustedes”, escribió Icardi al publicar una foto en Instagram donde se lo ve junto a un aldeano, ambos envueltos en shukas, mantas típicas con las que cubren sus hombros en público. El jugador del París Saint Germain visitó con su esposa el área de conservación Ngorongoro, dentro del distrito que también lleva el nombre de este cráter volcánico, y agradeció la hospitalidad de la comunidad, que compartió sus rituales y moradas construidas con estiércol y plantas. 

“Loliondo, donde están pasando las expulsiones ahora, donde los están tiroteando, está al lado de donde está esta foto”, explica Longo. Allí también los masáis están bajo amenaza: la diferencia es que, en lugar de echarlos para destinar la zona a la caza deportiva, en Ngorongoro “los van a expulsar para que el área de conservación esté intacta, porque la Unesco dice que hay muchos masáis”.

“Muchos masáis” en sus históricas tierras, aquellas donde están sepultados sus ancestros, las que en 1959 fueron separadas del Parque Nacional Serengueti sin consulta y, veinte años más tarde, declaradas por la propia Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Son los territorios volcánicos donde realizan rituales en los que piden, por ejemplo, lluvia y fertilidad.

A comienzos de 2022 la Unesco intentó despegarse de los pedidos de desplazamiento de los masáis que se le atribuyen. En respuesta, el Oakland Institute menciona un informe realizado tras una misión al área protegida de Ngorongoro en el que se afirma que es necesario “implementar con urgencia políticas estrictas para controlar el crecimiento de la población y su posterior impacto”. 

Sin ánimo de criticar a todo el sector, Longo opina que al hablar de “turismo ecológico” hay que hacerse algunas preguntas esenciales: “¿De quién es la tierra donde vamos a ser turistas? ¿A quién le pertenece?”. Casi la totalidad de las áreas de conservación a nivel mundial eran territorios que distintos pueblos indígenas habían resguardado por siglos y milenios. La investigadora se cuestiona qué posibilidades tuvieron de elegir realmente: “¿Están exponiéndose a los turistas y vendiendo cosas porque quieren de verdad o porque no tienen otro medio de subsistencia porque se los robaron?”.

Sin garantizar su derecho a la tierra, la especialista considera imposible recrear la cultura de esos pueblos como atracción turística. Tampoco sirve como compensación que ahora puedan trabajar en el sector “como guías o simplemente entreteniendo a los turistas”. Para Longo, la clave es luchar para que los indígenas puedan tener el derecho a elegir libremente lo que quieren ser. “No existe turismo ecológico en áreas que fueron robadas a los pueblos indígenas”, resume. 

El turismo ecológico de lujo es bueno para algunos seres humanos, pero no para el clima y la biodiversidad, afirma la referente. Para empezar, las áreas protegidas donde se instalan hoteles, posadas y otros complejos vacacionales implican la expulsión de los mejores guardianes de la naturaleza: los pueblos indígenas. “El 80% de la biodiversidad se encuentra en sus territorios. Ellos necesitan que sean ricos, tengan agua, plantas, porque lo necesitan para sobrevivir, aparte de considerar sagrada a la naturaleza”, apunta Longo. 

La infraestructura de la industria turística “contamina por esencia –continúa–. Tenemos turistas que llegan en avión desde la otra parte del mundo, contribuyendo al cambio climático”, y jeeps o autos en busca de fauna salvaje. Los hoteles de lujo generan basura y descargas cloacales, contaminando los ecosistemas que se busca preservar. “Es un poco contradictorio expulsar a los pueblos indígenas en el nombre de la conservación y, al mismo tiempo, dejar a estos turistas que obviamente contaminan”, reflexiona.

Safaris y áreas protegidas estrictas en Tanzania y otras regiones de África son un vestigio colonial que sigue alimentando los negocios de una minoría. Los costos los siguen pagando los pueblos indígenas con tiros, amenazas y desalojos. Los masáis no están dispuestos a rendirse en la lucha por sus tierras y sus vidas.

*Artículo publicado en el newsletter de la autora.

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