En Angaco, San Juan, un grupo de vecinos y vecinas formaron una cooperativa para desafiar la crisis hídrica provocada por la megaminería en la provincia: están recuperando tierras para la producción de tomate.
Natalia Furlani, coordinadora de la cooperativa contó que forma parte de «un pueblo que ha vivido siempre muy pegado al cerro. Al oeste está la cordillera de los Andes, donde se han perpetrado desastres gigantes. Hemos tenido la minera más grande a cielo abierto de América Latina. En comparación, siempre este cerro ha sido más pobre, en el sentido de los metales. Se saca un poco de roca para pisos, algún insumo químico o precursor. Eso nos ha mantenido protegidos”.
Natalia es la primera generación universitaria en su familia, pero no encontró en la universidad respuestas razonables a las necesidades de su comunidad. Viajó a Bolivia a aprender otras formas de agricultura y entendió que había que recuperar las formas ancestrales de estar. Desde hace unos años teje relaciones con la líder espiritual del pueblo warpe, la amta Argentina Paz Quiroga.
“Fui a la Universidad por un mandato de progreso, que devino en una crisis terrible. Yo hubiese deseado ser agricultora, no agrónoma. Por eso, con los vecinos y vecinas pusimos el foco en potenciar el ser comunitario”, relató. “Armamos una cooperativa y empezamos a articular con otras organizaciones nacionales que nos representan. Para vivir bien o mejor, con nuestros propios valores, en el lugar donde hemos nacido y crecido», agregó.
“Cada vez que comemos bien somos ganadoras. Y si lo producimos nosotras, mucho más. Porque acá hay muchos obreros rurales que trabajan en la vid. Te venden que a través del trabajo asalariado vas a comprar mejor comida. Pero nosotras demostramos lo contrario”, aclaró.
Durante la pandemia, como en otros territorios, la comunidad de Angaco sintió que producir alimento era más fácil que conseguir dinero. Sobre todo, en los territorios periféricos. “Armamos la cooperativa en la pandemia porque pensábamos que se iba a caer el sistema capitalista y nosotras, que éramos las perdedoras de siempre, íbamos a pasar al frente. Dijimos listo, se acabó, se viene el tiempo nuevo. Sentíamos que los perdedores estaban ganando por primera vez en la historia. Los nadies, diría el abuelo Galeano”, contó Natalia.
Cuando ya eran un buen grupo, se juntaron para elaborar salsa de tomate. Con la inquietud de dónde venderla, se acercaron a la Unión de Trabajadoras de la Tierra (UTT). Actualmente, la cooperativa Boca de Tigre está integrada por 41 personas y su principal producción es la de salsa de tomates. Hace algunos años están experimentando en la siembra extensiva de albahaca y semillas de rúcula. También producen otras hortalizas para consumo interno, venta en ferias y en el local de la UTT en San Juan capital.
“Habíamos crecido siempre acá, donde los lotes son iguales, porque se repartieron a partir de una finca que se vendió en los años 60. Cada socio tiene más o menos capacidad de producción de media hectárea, porque el agua no alcanza. Entonces, lo que hicimos fue empezar a recuperar lotes de producción que estaban abandonados”, explicó.
De una primera producción de 2.000 botellas de salsa de tomate, pasaron al año siguiente a 6.000. Actualmente producen 15.000. Además de sus tierras particulares, han conseguido un acuerdo con el INTA para producir de manera colectiva. Este año decidieron avanzar en la comercialización de carne de cabrito a través de un sistema de preventas.
“El primer acercamiento concreto a la UTT fue por la necesidad de vender nuestras salsas. Y ahí descubrimos otras cuestiones que van desde ayudar a una pequeña cooperativa hasta hacer la etiqueta de su producto o reivindicar el deseo de defender nuestro derecho de vivir acá, vivir bien y acercar nuestro alimento lo más que se pueda a los consumidores”, dijo Natalia.
Con respecto a la producción de semillas, indicó: “Pensamos que es muy importante entrar en el mercado de semillas de polinización abierta a precios más baratos. Ya va a ser la tercera vez que lo hacemos, está comprobado que funciona bien, los compañeros de los cinturones hortícolas las usan mucho y hay un gran vacío sobre quién produce la semilla de los alimentos que comemos”.
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