A más de medio siglo de su primera edición, esta novela emblemática sigue cosechando admiradores y detractores. Qué significó su aparición en 1963, cuando el mundo era otro y qué lugar ocupa hoy.
Todo éxito masivo suele despertar sospechas en el mundo intelectual. A mayor trascendencia alcanzada, menor consideración. Ésta parece ser una ley inexorable. El caso de Gabriel García Márquez y “Cien años de Soledad” es, en este sentido, paradigmático. El Premio Nobel lo inscribió para siempre en la historia de la literatura y en las preferencia de los lectores aficionados, pero lo expulsó del santuario de muchos lectores profesionales: académicos, críticos, editores de suplementos culturales…
Algo así sucedió con Cortázar. Él no ganó el Nobel, pero escribió una novela memorable. Pero el hecho importante es que “Rayuela” no es algo que sucedió, sino que continúa sucediendo.
Suele decirse como si fuera una verdad incontrovertible que los buenos libros transcienden el tiempo, que esa trascendencia es, precisamente, su “control de calidad”. Como todas las verdades que parecen indiscutibles –por ejemplo que la música es un lenguaje universal porque se comprende en todas las culturas- también ésta es perfectamente discutible. En una nota aparecida en el diario español “El País”, el escritor y crítico Damián Tabarovsky dice que “Rayuela” “nació cursi, llena de recursos demagógicos”. En la misma nota Cristina Peri Rossi, que tuvo con Cortázar una intensa relación, dice que la novela logra retratar una sensibilidad de época, lo que no es poco.
A 60 años de su aparición, mientras se multiplican los homenajes, “Rayuela continúa” pendulando entre la admiración y el rechazo. Dado que una obra literaria es una pieza hecha de lenguaje, es lógico defender la lectura inmanente, aquella que se basa en el texto y no el contexto. Pero también es cierto que el tiempo genera distintas formas de lectura. Hoy es posible que algunos críticos encuentren elementos que sustenten la tesis de que “Rayuela” es un fallido intento vanguardista pero no es del todo justo leerla con el diario del lunes considerando ese “intento” fuera de contexto.
“Rayuela” fue un hito cultural de la década del 60 en la que no solo el mundo literario y cultural era otro, sino también el mundo político era otro.
El propio Cortázar la consideró una “contranovela”. No es el propósito discutir aquí si esa definición es correcta o no, sino señalar que el prefijo “contra” no es casual, lo que no significa de ningún modo que el texto sea un reflejo del contexto. No puede obviarse, sin embargo, que los 60 marcaron un momento de rebeldía contra los valores instituidos tanto desde el punto de vista literario como político.
En esa novela,Cortázar se rebela contra la poderosa figura del lector. En una carta de 1962, enviada a su editor Paco Porrúa, el autor dice: “Vos pensá que este libraco significa 4 años de trabajo (con grandes huecos, lo que es todavía peor) y que incluso la manera de leerlo me pone a mí en la misma situación complicada que el lector”. En esa misma carta Cortázar adjunta las indicaciones de las formas de lectura de la novela que contradicen el orden canónico. Dicho con una palabra de hoy, podríamos decir que en el acto de subvertir ese orden, Cortázar se “deconstruye” como escritor, renuncia a parte de sus privilegios autorales para darle participación al lector. Eran épocas en que no existía el “copy/ paste” por lo que las posibilidades de otros órdenes de lectura no era algo familiar ni para autores ni para lectores.
Podría decirse que Cortázar, un escritor de reconocida militancia política, encontró una forma de trasladar su voluntad de cambio social a la forma, no al contenido. Alejado de todo discurso político panfletario se las ingenió para subvertir lo instituido dentro del campo de la literatura. Apostó a lo que no estaba probado, se alejó de la comodidad de la fórmula segura.
Sin duda, Cortázar fue un referente del llamado “boom latinoamericano” que también suele ser leído con el diario del lunes. Es probable que una lectura detallada de ese fenómeno arroje muchos matices que no se vieron de manera inmediata. Por lo pronto, Cortázar no se sentía parte de él y no creía que el fenómeno obedeciera a características comunes en la escritura, sino a la confluencia de factores aleatorios ajenos a la literatura misma.
Pero lo cierto es que se boom no responde sólo a la acusación de que la literatura que produjo mostraba “al buen salvaje” sudamericano al gusto europeo, como se dice desde hoy, sino también a un cierto empoderamiento de los escritores de estas latitudes. En aquel momento, los escritores eran figuras centrales del mundo cultural, se les pedía un determinado compromiso político porque tenían un prestigio social del que hoy carecen.
Cortázar respondía ciento por ciento a esa idea de intelectual que entendía el arte como acción, lo que lo pone en un lugar de poder, pero también de riesgo. Lo que hizo a través de “Rayuela” fue asumirlo.
Muchos detractores dicen que siempre fue un adolescente que jugaba con palabras. Pero así como suele considerarse a los escritores con el diario del lunes, hay una tendencia generalizada a reírse piadosamente del pasado porque a la luz de lo nuevo todo se considera ingenuo. Pero el hecho mismo de que Rayuela siga dando que hablar, es una señal de que aún conserva algo revulsivo, algo que incomoda y sobre lo que es necesario pronunciarse.
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Genial la nota, genial Cortazar