De la veneciana más lujosa a la simple careta de los corsos más modestos, todas guarda en su origen el deseo de la ceremonia carnavalesca: derribar el orden social establecido aunque sea por unos pocos días.
El tango es expresión porteña / argentina por antonomasia. Sin embargo, la máscara, el antifaz que cubre el rostro en Carnaval, aunque sacó carta de ciudadanía también entre nosotros, tiene un origen antiquísimo que se remite al teatro griego y romano. En este caso, la máscara contribuía a individualizar a los personajes.
Las máscaras de Carnaval, sin embargo, parece tener un origen opuesto: lograr no ser reconocido para que, durante los días que dura esa fiesta, las diferencias queden suspendidas y se olvide “que cada uno es cada cual”, según dice Joan Manuel Serrat en Fiesta, aunque refiriéndose a la noche de San Juan.
Según el Diccionario Español de Términos Literarios Internacionales dirigido por Miguel Ángel Gallardo, la palabra máscara existe en todos los países europeos occidentales y proviene de tres fuentes distintas cuyos significados no son idénticos pero tiene una conexión entre sí. En árabe “más-hara” significa payaso, un personaje que aparecía en los intervalos teatrales. En la lengua de oc y el catalán “mascarar” significa “tiznar” y en la lengua provenzal y del Norte de Italia “masca” significa “bruja”. El castellano lo tomó del término italiano “maschera”.
Se cree que todos o la mayoría de los pueblos del mundo –y América no es la excepción- crearon máscaras desde el principio de los tiempos y su uso tuvo objetivos diferentes, según las culturas.
Las máscaras venecianas del Carnaval, sin embargo, tienen un origen más tardío. Habrían nacido en el siglo XIII y en un principio se habrían usado en el teatro. Luego pasaron al Carnaval donde cumplieron la función de preservar el anonimato y, de esta forma, permitir conductas que los códigos sociales no admitían el resto del año.
En ese Carnaval, las máscaras tienen un lugar central. Se las produce durante todo el año en las famosas “bottegas” venecianas donde pueden alcanzar valores inalcanzables para el bolsillo de la mayoría de los turistas argentinos. También se las puede conseguir a mejores precios fuera de ellos, aunque el trabajo artesanal no sea de la misma calidad. Irse de Venecia sin una máscara en la valija es irse sin un recuerdo de la esencia de esa ciudad. Cabe aclarar que la construcción de máscaras en Venecia es un arte y que sus realizadores llevan sobre sí siglos de historia en su confección del mismo modo que en la confección de los trajes.
El carnaval de Venecia es uno de los más antiguos y alcanzó su máximo apogeo en el siglo XVIII, cuando se convirtió en el lugar de recreo más visitado de toda Europa. Pero lo bueno, según dicen, dura poco y en el 1797, cuando Napoleón invadió Europa, fue prohibido y la prohibición se mantuvo durante dos siglos. Levantada la prohibición, el Carnaval retomó su esplendor y hoy no solo es el más concurrido, sino el más suntuoso del mundo, el Carnaval por antonomasia.
El material del que están hechas fundamentalmente, es barato, ya que se trata del papel, pero su ejecución a manos de un artesano que se precie de tal insume mucho tiempo. Su técnica es la cartapesta que consiste en la aplicación sobre una determinada forma, de diversas capas de papel superpuestas. Entre una y otra hay que dejar secar el pegamento. Cuantas más capas de papel tenga, más fuerte será la máscara y más tiempo le demandará al artesano.
Una de las diferencias para reconocer la calidad de una máscara veneciana, es mirar en su interior. Una base gruesa de tela en el reverso revela que ésta ha sido colocada para darle la rigidez que no pueden darle las suficientes capas de papel. Si carece de esa capa o ésta es muy fina y es toda de papel es más que probable que sea un trabajo más esmerado.
Una vez seca la base, el trabajo siguiente no es menor: pasar una pasta o enduído hasta que seque y lijar con mucha prolijidad hasta que la superficie sea absolutamente tersa. Recién allí se puede comenzar a pintar y a adornar la máscara con gemas, plumas, imágenes, cintas, arabescos en relieve, cintas de pasamanería, telas y todo lo que la imaginación del artesano le dicte.
Gran parte de las máscaras venecianas responde a los tipos de la Comedia del Arte, esa expresión teatral nacida en el siglo XVI estaba destinada a las clases populares. Se caracterizó por los personajes fijos que utilizaban una máscara que los identificaba, excepto el personaje que estaba enamorado que actuaba a cara descubierta para probar la pureza de su amor. Era un arte profano ejercido por artistas ambulantes que lo representaban en plazas y diversos lugares públicos.
Una de los personajes más conocidos es Colombina, esa que “puso en sus ojeras / humo de la hoguera de su corazón” según el tango mencionado y la que le hace decir a Jaime Roos: “Que no se apaguen las bombitas amarillas / que no se vaya nunca más la retirada / Quiero cantarle una canción a Colombina / Quiero llevarme su sonrisa dibujada”.
La contrapartida de Colombina era Lelio, de buena estampa, rico y dedicado exclusivamente a amar a Colombina. El criado de Lelio era Brighella, un bufón o payaso inteligente, mientras que Arlequín era el payaso tonto vestido con traje de rombos y con cascabeles. Sabe hacer malabares, acrobacia y trucos de magia, pero es tonto cuando está junto con Brighella.
Pantaleone era un “viejo verde” que, además de ser libidinoso era avaro.
El capitán era un militar cobarde que decía ser más de lo que en realidad era. Tartaglia era un juez tartamudo y ridículo. El doctor de la peste es experto en engaños y su máscara se asemeja a un pájaro de pico largo. Los tres personajes constituyen una sátira del poder. Polichinella y Pierrot son de los personajes más populares que han llegado hasta hoy.
Fuera de los personajes de la Comedia del Arte están la máscara Bauta que es totalmente blanca y que podía utilizarse durante todo el año si el objetivo era ocultar la identidad y la máscara Moretta, una máscara ovalada de terciopelo oscuro, que no tiene abertura en la boca. La utilizaban sólo las mujeres y se sostenía con un botón pegado en el interior que debía sostenerse con la boca de quien la llevaba.
Los antifaces, esos que continúan usándose hoy en día en los corsos, los mismos que usan Robin, compañero de Batman, y también el valiente “Zorro” se hicieron populares en el siglo XVIII y superaron las fronteras geográficas y de época. Su uso parecido al que tuvo originalmente: hacer justicia. y que alguna vez ganen los buenos.
Cada año, el Carnaval vuelve a desplegarse en el mes de febrero con distintos niveles de esplendor según las latitudes y según el afán de explotación turística. Se trata de una de las expresiones más populares y quizá la única que lleva en su raíz un tenaz reclamo de igualdad.
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