De modo que el ejercicio de la lealtad –debidamente delegado en sus manos– no figura entre las virtudes y atribuciones de Milei.
Pero vayamos por partes.
Alguien que tuvo una infancia tan tortuosa como la de Milei solamente tiene dos caminos posibles: ser una persona sensible ante toda injusticia o, por el contrario, convertirse en un idealista del resentimiento. No hace falta aclarar la opción que él tomó. Ni que fue un niño golpeado y humillado por su padre, un colectivero de la línea 111 devenido en pequeño empresario del transporte. En este punto entra a tallar su hermana, Karina, dos años menor que él. Esa mujer de rostro alargado y ojos hundidos fue –diríase– una depositaria pasiva de los castigos a Javier. Porque cada trompada que éste recibía, ella la somatizaba con diversas dolencias físicas.
No es exagerado afirmar que ellos son uña y carne. De hecho, Karina es para Javier un ángel de la guarda. Siempre lo fue. Y para tenerla cerca suyo, acostumbraba a conferirle responsabilidades tutelares. Ella era su confidente. Ella hasta le aprobaba (o no) las novias, pero con un dejo de recelo, de mala gana, como si temiera que esas chicas lo alejaran de su lado.
Pues bien, con ese mismo caudal de suspicacias, Karina sobrelleva en la actualidad su papel de comisaria política del gobierno que acaba de nacer. De modo que el ejercicio de la lealtad –debidamente delegado en sus manos– no figura entre las virtudes y atribuciones de Milei.
Eso ahora bien lo saben Kikuchi, Marra, Píparo y Villarruel.
El primero, hasta hace no mucho fue el hombre fuerte de LLA. Tanto es así que Karina, tras consultarlo con las cartas de tarot (nada hace ella sin tal fuente de sabiduría), lo honró con la delicada misión de convertir a Milei en Presidente. Hijo pródigo de la periodista Malu Kikuchi, una antigua ensobrada de la SIDE desde los años menemistas, aquel tipo suele darse dique con haber sido consejero de Domingo Cavallo. Pero solo fue uno de sus choferes, y el ex ministro jura que no se acuerda de él. Aún así, con la venia de «El Jefe» –tal como Milei la dice a su hermana–, Kikuchi «El Japonés», cuya ideología lo sitúa a la derecha de Atila, fue el estratega operativo de LLA y el arquitecto de su armado nacional.
Sin embargo, días pasados, luego de reunirse con Milei en su búnker del Hotel Libertador, los movileros lo vieron salir con gesto torvo y sin prestarse a su requisitoria. Lo cierto es que no había ningún cargo oficial para él.
Lo mismo le sucedió a Marra. Éste, un viejo amigo de Milei, supo soñar con que su aporte proselitista sería recompensado con la jefatura del cuerpo de asesores ministeriales. Pero también se fue del Hotel Libertador con las manos vacías. «Mi objetivo era derrotar al kirchnerismo», farfullo entonces forzada compostura.
Lo de la pobre Píparo fue todavía más ingrato: designada al frente de la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) por el propio Milei al día siguiente del balotaje, esta mujer ya se probaba el talleur de funcionaria cuando su nombramiento fue anulado por orden –se dice– de Karina. Cosas que pasan al calor de las victorias.
No obstante, nada fue tan significativo como lo de Villarruel, dado que, en el esquema original del gobierno libertario, ella –según repetía Milei hasta el cansancio– iba a controlar las áreas de Seguridad y Defensa. A todas luces, una merecida recompensa por ser la impulsora de su carrera política.
Ante todo, es necesario reparar en esta abogada de 49 años.
Hasta entonces había logrado una módica notoriedad por su amor hacia la Doctrina de la Seguridad Nacional, entre otros postulados de la última dictadura. Sin ser tan rústica como la ya olvidada Cecilia Pando, ella no es menos negacionista ni emperrada desde su propia ONG, el Centro de Estudios Legales sobre Terrorismo y sus Víctimas (Celtyv), en la prédica de lo que los adoradores del genocidio llaman “memoria completa”.
Además, es la delegada local del armado internacionalista de Vox, la “orga” de la ultraderecha española encabezada por Santiago Abascal, con 52 representantes parlamentarios en la península ibérica. Entre ellos se destaca su segundo, Javier Ortega Smith.
A este individuo se lo vio junto a Villarruel en agosto de 2019, durante su visita a Buenos Aires, al ofrecer en el Círculo Militar una conferencia ante un público que lo aplaudía a rabiar. Así, con aquel sencillo pero emotivo acto, Vox puso un pie en Argentina al igual que en Paraguay y México mediante un sello bautizado “El Club de los Viernes”, cuyo crecimiento se cifraba en la organización de eventos. Desde entonces, los viajes de Villarruel a Madrid se tornaron frecuentes. En aquella ciudad la recibía el mismísimo Abascal, quien tomaba nota de sus logros. El más prometedor fue la captación de Milei.
Por entonces, aquel economista cincuentón únicamente solía frecuentar algunos programas televisivos por ser el novio de la cantante Daniela, una exintegrante del grupo Las Primas, famosa por sus hits: «Sacá la mano Antonio» y «Tocame con el piripipi».
Milei, ya separado de ella en 2019, empezó a formar parte del público de El Club de los Viernes. Fue en ese ámbito donde la buena de Villarruel puso el ojo en su singular temperamento. Al poco tiempo, fue convocado para inaugurar allí un ciclo de conferencias ante 500 asistentes.
Su flamante mentora no tardó en presentárselo a Ortega Smith.
«Así que tú eres mi famoso tocayo. Me han hablado mucho de ti”, fue la frase del dirigente español, en medio de un cálido apretón de manos.
Al “tocayo” le brillaban sus ojillos verdosos, tal vez al intuir que su vida acababa de dar un vuelco. No se equivocaba.
De modo que Milei, lejos de ser un producto milagroso del rechazo que genera la “casta política”, es en realidad una criatura prolijamente amaestrada para deslumbrar al sector más cavernícola del electorado.
Pero ese experimento concluyó de un modo indeseado para Villarruel. Ya se sabe que, para su sorpresa, Patricia Bullrich y Luis Pietri fueron puestos al frente de Seguridad y Defensa, los ministerios que ella iba a controlar. De nada le valieron sus pintorescas visitas a las cúpulas policiales, televisadas con marchas castrenses como música de fondo, dado que, al final, terminó siendo una simple figura decorativa.
En fin, ambiciones que sacuden a un gobierno al momento de arrancar.
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