El unipersonal del dramaturgo uruguayo Fernando Schmidt construye un personaje tan perturbador como reconocible. La obra, atravesada por el humor negro, interroga sin solemnidad el modo en que los algoritmos legitiman la crueldad y convierten el dolor en entretenimiento.
—Radojka tuvo un recorrido impresionante, ¿no?
—Funcionó muy bien, sobre todo en la puesta de Buenos Aires. La habíamos estrenado en Uruguay y en Chile, y si bien había andado bien, no había detonado como lo hizo en Argentina con la dirección de Diego Rinaldi. El público y la crítica la posicionaron entre las más vistas y elogiadas. Esa versión fue un gran impulso. A partir de ahí, la obra se hizo en Nueva York, está en Brasil, se montó en Bélgica, hay versión italiana, también en Portugal. Todo eso salió de esa gran vidriera que es la calle Corrientes.
—¿Y eso te llevó a escribir El psicópata?
—Sí, me pedían si no tenía un unipersonal, porque en tiempos difíciles es más fácil de producir. Así que me puse a escribir este personaje, casi por encargo. Es un asesino serial que quiere vender su historia a una plataforma de streaming para que hagan una serie sobre su vida. Pero se encuentra con un mundo incluso más frío, calculador y narcisista que él. En ese proceso va contando secretos de una infancia traumática, su resentimiento hacia una plataforma tipo Netflix, que, según él, distorsionó su historia solo para ganar audiencia. Todo eso lo lleva a idear una venganza perfecta. Me pareció que podía funcionar, y lo puse en marcha.
—¿Y una vez que tuviste el texto?
—Salí a buscar quién podía hacerlo. En Uruguay la dirigió Fernando Toja y la interpretó Álvaro Armand Ugón, que viene del drama, no de la comedia. Y anduvo muy bien. Se hizo también en España, ahora está en Buenos Aires, y pronto se hará en México, con Jesús Zavala, y en Paraguay y Brasil, donde ya se contactaron conmigo.
—La obra plantea temas fuertes: salud mental, narcisismo, poder. ¿Buscabas dejar una mirada sobre eso?
—Mirá, yo vengo del carnaval y de la televisión, donde lo que importa es el punto de vista del receptor. No escribo teatro para decir algo mío, sino para conectar con lo que busca el público. Me gusta la sala llena y la gente contenta. Yo vivo de esto hace más de treinta años. A veces escribo lo que quiero y otras veces no. Pero tengo entrenado el ojo para ver qué puede funcionar. Quizás el teatro es donde más se refleja mi mirada, pero siempre construyo personajes para que vivan historias que interpelen al otro.
—¿Entonces no fue una obra pensada para hablar de salud mental?
—No, no hay un intento de análisis. Me gusta contar historias a partir de un personaje. En este caso, uno con un cuadro patológico fuerte. La idea era mostrar cómo la actualidad está atravesada por la mediatización de todo. Este personaje quiere convertir su vida en contenido. Y me parece que todos estamos un poco en eso: en una necesidad constante de exponernos, de vivir experiencias, de tener algo que contar. Y de aceptarlo como si fuera natural. Me interesa que el espectador salga preguntándose por eso.
—¿Trabajaste alguna vez desde Argentina?
—No, siempre viví en Montevideo. Pero trabajé muchos años para Argentina. Desde 1993 hasta 2006 fui guionista de Antonio Gasalla en todos sus programas. También escribí para Poné a Francella y para Tiempo final, el unitario de Sebastián Borensztein. El código entre argentinos y uruguayos es muy parecido. Quizás somos un poco más tranquilos, con menos estímulos, pero la idiosincrasia es la misma. Nunca sentí la necesidad de mudarme (risas).
—Tu humor tiene algo distintivo, ¿lo ves así?
—Sí, yo hago comedia. Me gusta que el humor sea un medio y no un fin. Que sirva para contar algo. En ese sentido, siempre digo que quienes hacemos humor tenemos que elegir a qué órgano apuntamos.
—¿Cómo sería eso?
—Por ejemplo, Les Luthiers apuntaban a la cabeza; el stand up va a la empatía, a la piel; Gasalla apuntaba al estómago: quería incomodar, molestar, provocar. Niní Marshall, Chaplin o Mr. Bean iban al corazón. El psicópata apunta al estómago. Quiere incomodar. Me interesan los espectáculos que formulan preguntas, no los que dan respuestas.
Obra de Fernando Schmidt. Un unipersonal con Pablo Pieretti y dirección de Melisa Fuentes. Domingos a las 18 en Teatro Border, Godoy Cruz 1838.
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