Si se considera el 2024 completo, la caída es del 2,9%, bien lejos de una economía cuya actividad estaría “volando”, tal como señaló el presidente Javier Milei.
Si se considera el 2024 completo, la caída es del 2,9%, bien lejos de una economía cuya actividad estaría “volando”, tal como señaló el presidente Javier Milei.
Según los datos de la consultora mencionada, se observa que hay sectores como la industria (-6,2%) y la construcción (-21,1%) que caen aún más en términos interanuales. Sólo dos sectores –primarios— muestran números favorables. Uno de ellos es Agricultura, Ganadería, Caza y Silvicultura (+35,4%), producto de la sequía que afectó la campaña previa. El otro es Minas y Canteras (+6,6%), a partir del impulso de la extracción de hidrocarburos como el petróleo crudo y el gas natural, asociado al crecimiento de la producción en Vaca Muerta y al desarrollo de la infraestructura de transporte (como el Gasoducto Presidente Néstor Kirchner). Es decir que el optimismo está asociado a sectores del complejo primario exportador, y no a los que generan más empleo y dinamizan el mercado interno.
En materia de ingresos, de acuerdo al Índice del INDEC, durante noviembre los salarios registrados experimentaron un incremento mensual real del 0,7%, considerando la inflación. De todas formas, el nivel en este mes aún se encuentra un 4,9% por debajo en la medición interanual. En el detalle, si se compara el salario promedio del período enero-noviembre 2024 respecto del mismo lapso de 2023, los asalariados del sector público muestran una caída real cercana al 22% en sus ingresos, mientras que los registrados del sector privado exhiben un retroceso del 7,7%.
Recientemente se conoció que las tarifas de luz y gas natural aumentarán a partir de febrero un 1,5% y 1,6%, respectivamente. Estas subas no son para minimizar, teniendo en cuenta que en diciembre de 2024, en GBA, la inflación de la división Electricidad, Gas y Otros Combustibles alcanzó al 430% interanual, muy por encima del —de por sí alto— incremento de los precios a nivel general. Adicionalmente, se recortarán los subsidios a los sectores de ingresos medios y bajos. En el marco del ajuste fiscal permanente que lleva a cabo este gobierno, el panorama general en materia de ingresos es negativo, y en particular para los sectores con menores recursos.
Por el lado del consumo, luego de dos meses consecutivos en retroceso, las ventas en supermercados y autoservicios mayoristas registraron en noviembre un crecimiento mensual del 1,7% en términos reales. Sin embargo, es una suba muy pequeña y no alcanza para que dicho mes deje de ser el noviembre de menor facturación real de la serie disponible desde 2017.
Por medio del Decreto 35/2025 el gobierno modificó el Código Alimentario Argentino para facilitar las exportaciones y las importaciones de productos alimenticios, manteniendo, según reza en sus fundamentos, “el compromiso de minimizar la incidencia gubernamental en el sector privado, con el objeto de incentivar el comercio, la industria e impulsar el desarrollo económico del país”.
Sin embargo, cabe esperar que las importaciones de este tipo de bienes aumenten, una evolución que ya se venía dando. Además de los daños sobre la industria local y el empleo, y los presumibles efectos negativos sobre el balance de divisas, la medida constituiría un gran riesgo para la población: a partir de ahora, por ejemplo, la ANMAT ya no tendrá obligación de verificar las condiciones higiénico-sanitarias, bromatológicas y de identificación comercial de los productos que entren o salgan del país.
El decreto en ningún momento menciona lo que parece ser obvio: que con esta decisión se busca apuntalar la inflación a la baja, que se sitúa en valores más altos que los pretendidos por el gobierno. Se puede trazar un paralelismo de esta medida con la disposición, que rige desde este lunes, de reducir del 2% al 1% mensual el ritmo de depreciación del tipo de cambio mayorista, intentando reforzar esta política como ancla nominal al avance de los precios.
La búsqueda de mitigar la inflación por la vía cambiaria, o a través del ingreso de productos importados, no encaja con el argumento monetarista del gobierno. Además, es una estrategia que ya vivimos en la gestión de Martínez de Hoz y en la convertibilidad, momentos en que se dañaron la industria y el empleo y se acumularon graves desbalances en el frente externo.
Días atrás el Presidente señaló en una entrevista para la agencia Bloomberg que, en el caso de “cualquier tipo de acuerdo” que el gobierno haga, “ya sea con el FMI y/o con fondos de inversión (…), la deuda total no aumenta, sólo cambia la composición”.
La idea que esbozó el mandatario consistiría en que los dólares que ingresen se utilicen para recomprar la deuda que tiene el Tesoro con el Banco Central. Pero, además, se estaría cambiando deuda intra sector público –fácilmente refinanciable—, por deuda con organismos internacionales y/o acreedores privados externos. Por lo dicho, no sólo se configura un empeoramiento de parte de la deuda ya existente, sino que implicará, en los montos procurados, un claro aumento de la deuda externa. De allí que la postura del gobierno intenta eludir el obligatorio tratamiento por parte del Congreso.
La Argentina no va a resolver sus problemas estructurales, fundamentalmente el de la restricción externa, por la vía de un nuevo crédito del Fondo. De hecho, el mejor período económico de la Argentina reciente comenzó a partir de la decisión del ex presidente Néstor Kirchner de cancelar la totalidad de la deuda con el FMI y liberar al país de las condicionalidades. El gobierno ahora está buscando oxígeno de corto plazo a costa de generar una pesada mochila para el largo plazo, algo que ya pasó –y anticipé en su momento— con el préstamo de 2018. Esos fondos en gran medida se “fugaron” y nos terminó quedando la deuda.
En la entrevista aludida, el presidente también señaló que el gobierno está trabajando, en paralelo con Estados Unidos, para arribar a un tratado de libre comercio, y con el Mercosur, “para que no sea un impedimento para avanzar” en esa línea.
El libre comercio, en el caso de naciones con un nivel de desarrollo muy distinto, como Argentina y Estados Unidos, sólo puede llevar a que aumenten las asimetrías y los desbalances de los que se parte. Argentina, de hecho, es deficitaria en la relación comercial con Estados Unidos y además nuestras exportaciones se concentran en productos agrícolas, competitivos de la producción de ese país.
La principal amenaza recae entonces sobre la industria local, por el potencial aumento de las importaciones de productos con alto valor agregado desde Estados Unidos. Además, también se debilitaría el Mercosur.
No estaríamos ante una relación virtuosa sino de subordinación, en un contexto en el que Donald Trump ha dicho, respecto de América Latina: “no los necesitamos; nos necesitan. Todos nos necesitan”.
Nuestro país requiere un modelo que, de la mano de un Estado presente, promueva la recuperación de la industria, en particular de las pymes, del mercado interno, del empleo, y de los ingresos de la población, en especial de los sectores más desfavorecidos.
Las máximas autoridades del país estimulan prejuicios sociales, en lugar del respeto a la diversidad.
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