Es dramaturgo, director y actor, pero sobre todo una de las mentes más creativas y profundas de nuestra cultura. Poesía, resistencia y mucho más.
Actualmente sigue poniéndole el cuerpo los sábados y domingos en el Teatro Metropolitan a esa maravilla llamada Habitación Macbeth, en su 5ª temporada consecutiva. También repuso Edipo en Ezeiza en la sala Hasta Trilce, los domingos, donde brilla como dramaturgo y director.
-¿Cuál es el origen de Edipo en Ezeiza?
-La escritura buscó generar una suerte de burla al teatro de living, ese teatro realista que se monta en un living room y tramita alguna circunstancia histórica. Siempre me pareció que ese teatro espejo debía ser apedreado. Con la obra buscamos arrojar un piedrazo en el espejo de la representación. No habla directamente del retorno de Perón, es una obra más beckettiana. Los personajes han perdido el rastro de su identidad y de su pertenencia a un frente histórico. Tienen la sospecha de haber sido infiltrados por un enemigo que no pueden definir. Entonces se someten a feroces interrogatorios con el fin de entender la circunstancia en la que están, que es totalmente sobrenatural y misteriosa para ellos.
-¿Hay cierta resonancia en el presente de diversos caminos e identidades que parecen poblar al peronismo?
-La metáfora que erige la obra, que tiene un carácter vinculado a la función sagrada del teatro de establecer subversiones de identidad y pertenencia, también alcanza al frente histórico en el que la obra se sitúa. En ese sentido tiene una gran actualidad. Con estas derivas y mutaciones en las que ha entrado el movimiento peronista, esta zona en la que se manifiesta esa identidad convulsa del peronismo, siento que hoy la obra tiene mucha resonancia. Aunque mi preocupación es que el teatro debe discutirle a la realidad su rol de realidad. Lo revolucionario en el arte es desatar otra mirada del ser, el tiempo y el espacio.
-¿Esperabas que Habitación Macbeth tuviera semejante éxito cuando la imaginaste durante la pandemia?
-No. Sabía que iba a ser una obra que iba a durar en el tiempo, como esos trabajos que representan mucho y finalmente se concretan. Imaginaba que iba a gustar, pero no que se iba a transformar en un fenómeno así y que iba a tener tanto éxito de público y crítica. No lo imaginé y la verdad que estoy muy feliz de que así haya sucedido. Creo que habla muy bien del público, en el sentido de la sed que manifiesta de una forma de producción teatral más sagrada y de otra naturaleza. Por eso es bueno que pase lo mismo con otras obras, también de naturaleza más inquietantes, que están funcionando muy bien y que se están imponiendo en una cartelera más central.
-Fuiste parte de un movimiento teatral que durante el menemismo vino a repensar lo teatral para responder al orden que se imponía. En este tiempo de ajuste como aquel ¿hay hoy estrategias parecidas en el teatro?
-Yo situaría ese momento al final de la dictadura y el principio de la democracia. Surgió entonces una fuerza de choque teatral, vinculada a nuevos lenguajes que aparecen en los cuerpos de los jóvenes actores que éramos, como resistencia a esos lenguajes naturalistas, que no bastaban para expresar la convulsión histórica que vivíamos. Tal vez era una forma en que los cuerpos que estaban siendo diezmados en la represión, pasaban a la clandestinidad en nuestros cuerpos y operaban poéticamente otras zonas de liberación. Ahora que resurge la dinámica represiva y nuevas formas de insuflar una subjetividad, creo que hay fuerzas larvadas en nosotros que reaparecen y se vuelve más radical la apuesta de la ruptura en los lenguajes, en contraposición a como se vuelve más radical también la represión y la ocupación del sistema capitalista de nuestra realidad.
-¿Cómo vivís este momento de ataque a la cultura?
-Los ataques a la cultura lo que hacen es excitarla e intensificarla, no creo que vayan a tener éxito. Como ocurrió con la destrucción del monumento a Bayer o la represión a los jubilados produce la excitación de las fuerzas de resistencia y las fuerzas poéticas de la sociedad.
-¿Qué autores estás leyendo actualmente?
-Hace un tiempo que vengo releyendo Radiografía de La Pampa de Ezequiel Martínez Estrada. Es un autor que me resulta muy potente, muy interesante, muy revelador, no solamente de nuestra identidad, sino también en la manera en que se puede escribir, de la máquina del lenguaje y como la hace andar.
-Estamos frente a un lenguaje gubernamental que algunos interpretan como juego performático y otros como mera expresión de violencia. ¿Cómo entendés ese lenguaje presidencial?
-Está en las antípodas del lenguaje poético. El lenguaje que presidencial elige la mentira y el miedo para intentar perpetuarse en el poder y cerrarse sobre sí mismo. Por eso el arte es el vector que nos puede restablecer como identidad humana, y puede generar las condiciones de una vuelta a casa. En esta realidad ficcional que ha construido el capitalismo, el retorno de esa identidad que va a suceder a través nuestro. Por eso me preocupa también la interna de nuestro de nuestro sector, que se está volviendo tan poco poética, tan cerrada sobre sí misma y sobre ciertas compulsiones individualistas del poder. Estamos en un momento muy delicado como para andar discutiendo lugares en las listas o quién conduce. La patria es el otro, era una consigna de naturaleza poética. No puede quedar de costado mientras se discuten cuestiones de poder.
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