La Política después de la política

Por: Gabriela Carpineti

¿Hace cuánto que la Política carece de un modelo con el pueblo? ¿Una década? ¿O más? 

-¿Te ayudo con la perra? 

-Mirá, está por parir, la quiero lavar, sacarle la tierra así si quiere parir en la cama puede, tranquila, limpita. Porque está re acovachada en un pedacito de tierra que tenemos en el patio. 

-Te ayudo, tráeme agua y jabón. Y con algo para comer para mí, estoy. 

-Soy de Entre Ríos, llegué acá con grado de desnutrición 1. En los 90. De la ciudad más pobre del país, Concordia ¿Conocés?

– Si, una vez abrimos una oficina para ayudar a las personas

-Mi sueño era jugar en River. Soy enfermo de River. 

-Yo era encargado de edificios hasta hace poco, pero tengo dos hernias, me falta un riñón, y no me dan la pensión por discapacidad, y con mi familia no quiero volver, para revolver basura, prefiero revolver basura de los tachos. Vivo acá, bajo el techo del Hospital Naval.

-Me cagaban a palos, faltaba de comer siempre en casa y me ataban para que no chille de hambre. Me escapé de la violencia. 20 años consumiendo merca. Lo voté a Milei. Pero él no nos dijo que venía con Macri. Ya lo quiero rajar a la mierda a este. Ni Macri ni Cristina votamos. Pero solo nos quedó Macri adentro. Mi vieja la ama a Cristina, cumplen el mismo día. 

-O sea que en tu familia conviven todos los gustos políticos

– Yo soy radical para hacerle la contra a mi familia que era toda peronista. Pero no me hice por Alfonsín, si no por Illia. Hoy la veo muy agrandada a la Poli contra los que vivimos en la calle. Yo lo voté a Milei por reventado. Pero ahora reconozco que esta reventado todo, también lo que queda de esto que ves. 

Con P mayúscula

El Papa Francisco desde el inicio de su papado siempre exhortó a “meterse en política con P mayuscula”, identificando la política como servicio, que abre nuevos caminos para que el pueblo se organice y se exprese. Como una política no sólo para el pueblo si no con el pueblo, arraigada en sus comunidades, y en sus valores. Una política sin paternalismos ideológicos y sin confinamientos en beneficio de la partes. Una política del bien común, y no de los pedazos minúsculos muchas veces, sobrerrepresentados.

¿Hace cuánto que la Política carece de un modelo con el pueblo? ¿Una década? ¿O más? 

Hay hambre otra vez en la Argentina, y no hay un modelo de soberanía alimentaria. Cientos de municipios en todo el país dependen de subsidios para comprar pollos, y la manija de acuerdos con las cámaras supermercadistas. Hay crisis sanitaria a pesar del robustecimiento del sistema durante la pandemia, y no hay modelo para enfrentar el brote de dengue actual y los que vendrán, ni abastecimiento público garantizado de medicamentos de primera necesidad. Ni hablar de insumos de alta complejidad.

Se agrava la crisis de seguridad por el recrudecimiento de las violencias en general, y la inoperancia particular para enfrentar delitos complejos en todos los niveles de Estado, y todos los gobiernos. Cuando falta todo, solo tenemos nuestra propia disciplina para ir a rescatar al país que se escurre entre una de las tres devaluaciones más grandes de la historia y la insatisfacción plena con el gobierno anterior que no pudo modificar la estructura distributiva.

El empeoramiento brutal de la distribución del ingreso en la Argentina puede precipitar al abismo social y económico sin duda, pero no necesariamente al abismo político del actual gobierno. Los salarios volvieron a las puertas del infierno del 2003: nunca había caído tanto el salario registrado como hoy. Más del 40% del ajuste recae sobre salarios y jubilaciones lo que ocasiona dos problemas: de pobreza, y de crecimiento económico. 

Una intendenta lúcida, valiente y coherente del conurbano bonaerense me lo dijo con la simpleza de toda mujer trabajadora de pueblo: esto seguramente fracase, pero nadie estaría pidiendo que volvamos  a salvarlo. Por ahora.

Defender las E

La ética, la épica y el espíritu en algún momento de la línea histórica reciente las preferimos canjear por batallas entre amigues. Y así el movimiento nacional se fue excluyendo de sí mismo, se fue enajenando, y empezó a deambular como sonámbulo en la noche, escuchando voces por allá, y más acá, sin rumbo definido, sin buenas decisiones que separen la paja del trigo, la proteína de la falopa. 

Cuando no contamos ni con políticos profesionales dotados y entrenados en la eficacia de los consensos, en la elaboración programática de lo nacional, en una ética como diferencial, con resultados y la disciplina práctica como método; con la fortaleza anímica y material para hacer cumplir lo acordado, miremos para atrás, al costado, abajo, entre los escondites de arriba, a ver quiénes emergen, en vez de seguir buscando excepciones individuales sin el pergamino del overol productivo y curtido ni la eficiencia del profesional de escribanía, formado y trabajado. Cuando llega la hora de la verdad, los remedios no pueden ser otra vez los de la mentira.

La recuperación de una práctica ética en el oficio del servidor público es tal vez uno de los grandes desafíos para volver a hacerla con mayúscula, como sinónimo de lo accesible sin discriminación de la capacidad, sobre todo, económica. El resultado de ese oficio de lo público además debe ser útil, rendir, tener resultados contables. Los alimentos, la salud, la seguridad, entre otros bienes públicos y comunes, pueden ser de orden público si son eficaces, si no, emergió una preferencia, hasta ahora electoral y con expectativa social abrumadora: si no son eficientes que no sean un gasto inútil, con la “mía”.  ¿Quién mide la eficiencia?

La escala de los resultados, cuantitativos y cualitativos. Todo lo que creemos que fueron buenas ideas, buenas intenciones, buenas pruebas piloto, buenas políticas públicas estas décadas de democracia inconclusa, evidentemente no tuvieron la escala suficiente como para ser defendidas en las urnas -y con las uñas- y en la calles con éxito ganador en esta etapa de revancha ultraneoliberal con rasgos antidemocráticos, pero con un componente insoslayablemente plebeyo: el aparato de corte de la motosierra guarda el secreto del consenso de muchos de los de abajo y los del medio aún. Con el mouse digitando desde bien arriba.

La disciplina masiva del servidor público -en grado de funcionario y profesional- es sin lugar a dudas uno de los grandes problemas de los últimos 20 años, fundamentalmente de quienes ingresaron a cumplir funciones derivadas de relaciones, acuerdos y en el peor de los casos “acomodos” del sistema político de colocación de cargos, a veces con sentido, razón, utilidad y otras sin. Disciplina con la asistencia, la idoneidad, la formación, la presencia, los objetivos, con el ejemplo. Organicidad con la tarea y el desempeño. La política con p minúscula. O con k de kiosco.

El género de la épica también se extravió en el quehacer público: no hay glorias, ni grandes gestas, hay poco y nada fuera de lo común. La reforma agraria –con énfasis en la zona núcleo agroganadera-, por citar un ejemplo de algo que sería “grandioso”, está presente en algunas enunciaciones, pero no se pelea ni se ensaya con acción directa, ni nada semejante.

Frente a la avanzada colonial en mares, ríos, canales, estepas, pampas, selvas y valles, no aparecen ejércitos de salvación nacional para al menos detener con la fuerza de la ley y con la voluntad del cuerpo, la avanzada. La espiritualidad, otra ofrenda esencial del componente nacional, quedó del otro lado del muro, tributando para el estado genocida de Israel. 

La pregunta recurrente estos días entre despidos, caída de la actividad económica y recesión, es hasta cuándo aguantarán los sectores medios y medios bajos el “ajuste” de Milei. El experimento duro e inédito que estamos viviendo en la Argentina obedece a algunas cuestiones globales pero no tanto: es más endógeno que exógeno. Y hacerse cargo de eso es también para muchos dirigentes dejar de desfilar en las redes y la tele como sitio preferencial para compensar la debilidad y no echarle la culpa al globo. La victimización y endogamia nunca resolvieron ninguna hambruna, ni epidemia, ni violencia. 

Cómo enfrentamos tantas amenazas juntas a nuestro ser nacional, si se puede hacer un país mejor sin estar al mando del Estado y cómo reagrupamos y aglutinamos todo lo que fue siendo expulsado del “ modelo popular” que ya no está, son los ejercicios que tenemos que proponernos hacer hoy.

Los que no fueron ni buenos militantes ni buenos funcionarios, mucho menos buenos compañeros en todas las etapas anteriores, deberían estar reflexionando, dando un paso al costado en esta etapa, en vez de seguir ejerciendo cargos como si no hubiesen sido parte del fracaso que nos trajo hasta acá. Recuperar una cara para mirar de frente, requiere método, paciencia y también lograr movilizar sin el Estado como fue mayoritariamente el 24 de enero, el 8 de marzo y el 24 de marzo. Y renovación, alternancia, pasos al costado, y otros al frente. 

La Lealtad

“Las lealtades. Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás –lo mismo a los muertos que a los vivos–, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos, consignas aceptadas sin haberlas oído, deudas que albergamos en los entresijos de nuestras memorias.

Son las leyes de la infancia que dormitan en el interior de nuestros cuerpos, los valores en cuyo nombre actuamos con rectitud, los fundamentos que nos permiten resistir, los principios ilegibles que nos corroen y nos aprisionan. Nuestras alas y nuestros yugos. Son los trampolines sobre los que se despliegan nuestras fuerzas y las zanjas en las que enterramos nuestros sueños.” 

Así inicia su novela Delphine de Vigan, “Las lealtades”, una reflexión aguda sobre una adolescencia rota, herida, de niños que van hacia una destrucción de la que pueden aún salvarse, sólo a través de lazos de atención, cuidados y límites. Una reflexión así de aguda necesitamos sobre los tiempos que corren, sobre los vínculos que forjamos en el quehacer político, sobre las relaciones de autoridad, sobre las jefaturas políticas, sobre las heridas de nuestra casa común, del cuerpo social.

Una autocrítica verdadera -y no sólo seguir hablando de cuánto importa hacer eso- de la ceguera de los que hacen política sobre los padecimientos de la sociedad dañada, que como adultos frente a los miedos y terrores, e interrogantes que nos devuelve el mundo infanto juvenil, muchas veces prefiere fugarse. ¿Cuál plan de jefes y jefas políticos necesita una Nación que pide rescate hoy? ¿Cómo tienen que ser esos jefes? ¿Cuáles características personales deben poseer y ejercitar?

Un compañero franciscano me decía que estudiando cuestiones de gestión de empresas y organizaciones de alto nivel gerencial, se dio cuenta del peso impresionante que tiene en el mundo empresario para la selección de cuadros la consistencia psíquica y el carácter personal ¿Cuál es el peso que tiene esto, además de la ética que citamos, en las organizaciones libres del pueblo, en las instituciones públicas?

La obediencia y la lealtad, son atributos y conductas inherentes al lazo político, que se miden como el aceite, y te pueden arrojar al precipicio, ubicarte al borde del abismo también, hacerte ganar plata y cargos si eso buscas, levantarte y enterrarte, esas alas y esos yugos ¿Qué pasó que en determinado momento se jerarquizó más en la organización social y política la ambición obediente a la jefatura, que la ambición pensante en función del resultado de un programa trazado en común?   

El desafío de que la política deje de ser un síntoma de un sistema social y económico que causa daño y sufrimiento a las personas y grupos humanos. Nuestra casa común pide auxilio a la pasión y a una forma de alegría renovada. La desigualdad del mundo que nos produce odio, rencor, frustración como analiza Francois Dubet en “La época de las pasiones tristes” no sólo no puede descargarse contra quienes padecen las dolencias -del hambre, del techo, del trabajo, de la tierra- si no que ahora hay que enfrentarse con Estados que si deciden hacer esas descargas en las víctimas. La tarea es doble: luchar con la desigualdad social y al mismo tiempo enfrentarse a quienes desalientan esa lucha.

Política después de la política

¿Cómo preparamos a la Política después de la política, necesaria para esa epopeya? 

Entre los miles de despedidos que están ocurriendo hoy y ocurrirán las próximas semanas en el Estado nacional, podemos encontrar servidores públicos, profesionalizados y trabajadores que defendieron desde sus puestos de trabajo aquellas E, allí donde yacen los gérmenes del buen sentido perdido en las altas esferas del quehacer político. De esos hombres y mujeres que hoy son nuevos desocupados debemos aprender y estrechar nuestra mano. Muchos fueron y son combatientes de una causa nacional: la del Estado que sí funciona –pese a los antojos de cada gobierno– para un modelo popular. 

Daniela y Dalila son abogadas mesopotámicas de los CAJ (Centros de Acceso a la Justicia) que fueron despedidas un jueves santo. Abogadas ejemplares, provenientes ambas de sectores populares que llegaron a la Universidad. Malvineras. Militantes eficientes en el Estado. Servidoras públicas capaces de resolver todo tipo de problemas que trae la sociedad 

¿Por qué fue tan fácil desvincularlas del Estado? Sus contrataciones eran precarias, inestables, renovables según la decisión del funcionario de turno. Tengo experiencias compartidas con ellas, salvando vidas de mujeres violentadas, de madres, de familias amenazadas de desalojos, algunos casos famosos como el de Dolores Etchevehere

¿Quién valoró todo ese trabajo, toda esa entrega? La política no las vio como ejemplares servidoras públicas y no las cuidó. El sistema político progresista y democrático también fue funcional al descarte de las personas. Las regaló. El Estado así se descapitaliza de personas idóneas. 

Mientras escribo estas líneas, con bronca y resentimiento, impotencia e ira, me llega un mensaje de agradecimiento de familias jujeñas por la labor de los CAJs en Tilcara defendiendo familias de una de esas avanzadas ridículas contra la gente laburante del gobierno de Morales en los últimos años. El desalojo había sido brutal: rompieron sus casas, les robaron pertenencias,los detuvieron.

Y ahí estuvo Daniela de Paraná, Entre Ríos, trabajando junto a Cachorro Fuentes, mientras Dalila lo reemplazaba en El Dorado, Misiones. Los tilcareños nos mandan este mensaje: “Nosotros agradecidos con todo lo que hicieron por el barrio y también los recordamos y somos solidarios así que estamos para lo que ellos necesiten y ayudamos a difundir. Los abrazamos”. Sólo recordando qué hicimos bien, me envuelve cierta paz pascual que impulsa a pensar en los pasos a dar. 

Nadie puede y nadie debe vivir, vivir sin Politica. 

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