Alrededor de esta cuestión reflexiona un libro de reciente aparición: Polarizados. ¿Por qué preferimos la grieta? (aunque digamos lo contrario), compilado por Ignacio Ramírez y Luis Alberto Quevedo y publicado por Capital Intelectual.
Los autores y autoras plantean algunas ideas sugerentes: la “grieta” o más precisamente la polarización política es un fenómeno más de “demanda” que de “oferta”. Retoman una idea del sociólogo Manuel Mora y Araujo que solía advertir una deformación conceptual que padece habitualmente el análisis político: los abordajes suelen poner el eje más sobre la oferta (los actores, la dirigencia) que sobre la demanda (la sociedad, la opinión pública).
Afirman que existen causas más “estructurales” que anidan en las divisiones (sociales, económicas e ideológicas) que atraviesan a la sociedad. Las fracturas superestructurales en la esfera política serían un resultado de aquellas “grietas” más profundas.
Contra cierto sentido común que impugna la “grieta” por ser un factor que presuntamente fogonea la radicalización, el ensayo de María Esperanza Casullo e Ignacio Ramírez explica que la polarización más que crear conflicto, lo representa y por ese medio “lo pacifica”.
Esta mirada contiene aportes interesantes para huir de una perspectiva que le otorgue a la política una excesiva autonomía con respecto a sus condicionantes estructurales. Así como también es útil para una apreciación más equilibrada de la función apaciguadora de la “grieta”. La conclusión lógica —que corre por mi cuenta, aunque se desprende de sus premisas sin forzarlas— es que hay que calibrar en su justa medida y armoniosamente la distancia entre los discursos “beligerantes” que pronuncian algunos integrantes de las coaliciones y la política concreta a la que se integran.
Igualmente, hay que evaluar los límites de este sistema de la “grieta” que se manifestaron en las últimas elecciones en —por los menos— tres hechos políticos: cierta desafección que se expresó en la abstención más alta en la participación electoral desde 1983; la primacía de un “partidismo negativo” que está consignado en el libro (en promedio, se vota más en rechazo al otro antes que por adhesión positiva) y una tendencia al desplazamiento hacia los extremos por derecha y por izquierda. Es decir, una parte de la “demanda” no exigió una superación de la “grieta” por el centro, sino hacia los polos.
Porque la realidad es que no asistimos a la crisis de la polarización, las tendencias a la polarización son el resultado de la crisis del “extremo centro”. Un fenómeno que en cierta medida es internacional o por lo menos latinoamericano (Chile es una expresión aguda) y responde a cierto “empate” que afecta a las sociedades latinoamericanas en general y a la argentina, en particular. Un equilibrio que no encontró salidas significativas o estables (más allá del avance de los ajustes) ni por derecha ni por izquierda y empujó a los gobiernos a una orientación de “centro” que transformó la crisis en crónica.
En ese contexto, la “grieta” pudo haber sido exitosa hasta ahora en la contención de las tensiones lacerantes que atraviesan a la sociedad, pero su eficacia no puede medirse con independencia de los resultados: un país estancado por lo menos desde hace diez años, la mitad de la población en la pobreza, otro tanto en la indigencia, salarios pulverizados, trabajadores y trabajadoras pobres y un avance en la precarización de todas las dimensiones de la vida.
Ante ese panorama desolador, la “grieta” es exitosa solo si gira sobre sí misma. «
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