Columna de opinión de Carlos Cruz, profesor consulto (UBA).
Sus aportes más significativos en especial los relacionados con el desarrollo de la etapa imperialista del capitalismo están expuestos en su libro El capital financiero (Viena, 1910) elaborado en base a estadísticas y estudios europeos y norteamericanos de la época y donde se ocupa de precisar las características del pasaje del capitalismo inicial competitivo y bucanero al capital monopolista financiero.
Esa memoria nos conduce asimismo, en un permanente y necesario retorno, a repasar nuestros tiempos, en que el paradigma teórico expuesto por Adam Smith en los albores de la Revolución Industrial (1776) con sustento en los conceptos de egoísmo (selfishness) y libertad de comercio ha resultado desmitificado por la realidad material objetiva y nos permite, entonces, resaltar la vigencia del pensamiento de Hilferding para analizar algunas de esas cuestiones. En efecto, el devenir histórico nos indica que aquel modelo optimista (racional-naturalista) de libre competencia, sostenido por la academia neoliberal, derivó en un proceso acentuado de acumulación y centralización de capitales en sociedades anónimas (tal como lo reflejan, entre otros estudios, los informes producidos a partir del año 1905 por la Comisión de Corporaciones estadounidense) de forma tal que, hoy, a nivel internacional un núcleo de 150 conglomerados transnacionales que corporizan el poder real tienen el control de alrededor del 50% de los ingresos empresariales mundiales. En este contexto, cabe destacar que la estructura productiva Argentina se ha caracterizado, a lo largo de su historia, por exhibir un alto nivel de concentración, con una participación relevante de capitales foráneos y firmas transnacionales de manera que el 60% de las 500 empresas más grandes de Argentina son controladas por capitales extranjeros. Empresas que pujan sobre el poder político-institucional o bien, como en la actualidad, dominan el aparato administrativo del Estado, a la vez que controlan diversos instrumentos de construcción de subjetividad, con el objetivo de extender sus posiciones de preeminencia, incrementar la tasa de ganancia y poder remitir utilidades al exterior a través de mecanismos ilícitos o mediante coberturas legales urdidas al efecto.
En torno a estos aspectos, el autor de Das Finanzkapital, a partir de lo que denominó Segunda Revolución Industrial (desarrollada en base a la fusión del capital industrial con el financiero) trata, y nos invita a repensar, facetas centrales del sistema económico relacionadas con la concentración financiera; la separación entre capital y dirección empresarial y el entramado de la economía mundial con el imperialismo.
Conforme sus ideas, la política económica se manifiesta a través de expresiones normativas, determinadas por el juego de intereses y valores del sector social dominante cuyo conocimiento nos permite comprender la voluntad de las clases de la sociedad. En esta línea Hilferding entendió que cuando la ganancia del especulador o magnate monopólico (quienes, como resaltó: carecen de todo escrúpulo) sobrepasa cierta medida, la admiración inicial que produce su éxito en ciertos sectores, da lugar al estado de sospecha, por lo cual siempre temen y resisten nuevas leyes de control y entonces, «se disculpa y ruega que no sean muy rigurosos con él en el Juzgado».
Sus estudios sobre el capital financiero constituyen uno de sus aportes más reconocidos. Sobre esta cuestión sostuvo que el capital financiero, que alcanza «su mayor grado de poder con la formación de cartels y trusts» constituye un nuevo segmento del capital dominante en medio de monopolios y sociedades «anónimas». Así también, remarca que de la fusión entre el capital bancario y el capital industrial surge una nueva fracción de la burguesía: la oligarquía financiera que domina no sólo el accionar de los bancos, sino que determina, también, el modus operandi de la esfera productiva de la economía, lo que lo lleva a afirmar la falacia de separar la economía real de la financiera. Como reconocimiento a su contribución al pensar económico, merece tener presente lo expuesto por los economistas estadounidenses P. Baran y M. Sweezy, en su libro El capital monopolista, al destacar que Hilferding fue el primero en incorporar el monopolio en el cuerpo de la teoría económica marxista. Elemento este que también ha sido recogido, entre nosotros, por pensadores como John William Cooke, David Baigún, Rodolfo Bledel y José Hernández Arregui. «
* Director del Seminario de Investigación en Delitos Societarios Instituto de Investigaciones A. Gioja, Facultad de Derecho
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