El músico construyó una carrera reconocida y desarrolló un singular camino en los medios marcado por su agudeza e irreverencia. A continuación, una aproximación a su mirada de la vida y todo lo demás.
–¿Lo tuyo es un hedonismo reflexivo?
–Yo soy partidario de trabajar lo mínimo posible. Con Clínica Chango (miércoles a las 20 en Futuröck) soy feliz y estoy muy tranquilo. Tengo la libertad absoluta de hablar de lo que quiera. Pero ahora me sumé al equipo que maneja Café Berlín porque me lo pidieron mis amigos de Madrid. Ellos me desviaron de mi plan.
–¿Cuál es ese plan?
-Viendo cómo está el mundo, quiero que el tiempo se me pase lento. Si hacés muchas cosas, todo se pasa volando.
–¿Qué recomendás?
–En tiempos acelerados como estos, hay que bajar 50 cambios: volver a la contemplación, a la lectura, a la tranquilidad y a no dejarse presionar. Que cada uno busque su forma, pero hay que bajarle el tempo a la canción.
–¿Tomarse el tiempo para, por ejemplo, ver buen cine o leer?
–En mi juventud me interesaba el cine culto, pero ahora soy una máquina de ver dibujos animados. Me gustan los de estilo japonés y los que son tipo “Madagascar”, “Kung fu Panda” o ese estilo. Pero bueno, son etapas.
–¿Y de leer?
–Me gusta Joseph Conrad, Robert Louis Stevenson, William Faulkner, J. D. Salinger. Pero también algo más dinámico como una novela negra o de aventuras, para no exprimir mi cerebro. Leo fijándome en la manera de escribir, sin querer ver cómo termina: disfruto del camino, no de la meta.
–¿Cuál es tu plan ideal de verano?
–Enero y febrero son meses de evasión total. De no trabajar, dentro de lo posible. Y limpiar la mente. Eso implica no ver humanos. Ver dibujitos, leer libros, comer rico, fumar y hacer deporte.
–¿Te gusta la gastronomía?
–Es un tema infinito. Como en otros campos, en la cocina me gusta la experimentación. Ayer inventé un paté de setas.
–¿Qué le pusiste?
–Hongos Shitake, champiñón de pino negro y los freí con cebollitas, pimiento, ajo, un chorrito de champagne… Lo metí todo en una licuadora, lo puse a enfriar. Y me salió bien. A veces no salen bien.
–¿La comida es como la música?
-No tanto. A veces venís bien, la base está sonando a nivel gastronómico, pero le metes algo que lo arruina. Un coro mal puesto y tenés que tirar todo a la basura. No se puede volver a grabar. Con la mayonesa casera me pasa mucho de arruinarla y tener que descartar.
–¿Vivir en España te abrió el paladar?
–Sin dudas me abrió mucho el abanico. Más allá de la milanesa, la pizza, la empanada y el asado, hay miles de comidas más que están buenísimas. Pescados, mariscos, la influencia árabe…
–¿Ibas a Marruecos?
–Si, a probarlo todo, y no solo los exquisitos platos de su cocina: el kief, la amapola, el hachís… En vez de ir a Punta del Este para rodearme de argentinos chetos, me tomaba un barco y llegaba a otra cultura. Toda una experiencia. Sabores y olores fuertes, delicias para mirar las montañas o la cara de un viejo que se sentaba a charlar en el café del pueblo.
–¿Te preocupa el destino del planeta?
–Creo que la humanidad se está yendo a la recontra mierda. Se vienen épocas dolorosas. Esto es un mar de confusión. Angustia el cambio climático, las armas y la locura de las ciudades. Esto va a colapsar. Hay dos razas humanas.
–¿Cómo es eso?
–Los que tienen acceso a la tecnología y al dinero, y otros que no tienen nada, y que de alguna u otra manera van a ser esclavos, si es que ya no lo son. Eso no puede terminar bien.
–¿Qué hay que hacer entonces?
–Vivir. Mi visión es supernegativa en general. Pero tenemos un par de años más para pasarlo bomba con lo que queda de naturaleza, amor y algo más que te guste hacer. Los 20 o 30 años que me quedan los voy a hacer durar como mil. Pero me preocupa el futuro de mi hija.
–Antes hablaste de hacer deporte, ¿qué te gusta?
–Juego mucho al tenis y hago natación. Voy alternando. Hay años que nado más, pero este es especialmente tenístico. Son los dos únicos deportes con los que no me aburro.
–¿Vas a volver a jugar con Feinmann?
–No, tengo rivales mucho mejores. Juego con unos vecinos: varios de setenta y pico de años, un paralítico y otro que tuvo un ACV. Lo de Eduardo fue solo por trabajo. Le cambié ir a su programa a hablar de falopa por ese partido de tenis, para mi sección “Chango feroz” de Duro de domar. Fue la única nota que propuse yo y quizás fue la más recordada de los dos años que trabajé ahí.
–¿Fue poner en una cancha de tenis un antagonismo imposible de eludir?
–Él es un muñeco y dentro de un plató o un estudio siempre gana. Aunque diga tres pelotudeces y la gente festeje cómo lo verdugueás, en realidad, el que gana es él. Le das rating y Feinmann vive de eso, de provocar y bancar intereses ajenos. Mejor salir de ahí.
–Y mejor fumar uno para no hacerse mala sangre. ¿Mañanero, vespertino o nocturno?
–Fumo a la noche para dormir. Durante el día, quizás una caladitas para ir a la pile o caminar. Pero prefiero a la noche: me ayuda a dejar las pastillas para dormir, productos de laboratorio que son los que más enganchado me tienen.
–¿Qué tomás?
–Bajé la dosis de Rivotril a 0,25, pero siempre empiezo el año así y quizás después vuelvo a tomar un poquito más de vuelta. No me molesta, pero demuestra que la legalidad o la ilegalidad tienen que ver más con el negocio detrás que con otra cosa.
–¿Hay algo que recomendás no probar?
–No me arrepiento de ninguna de las sustancias que probé, que supongo que son todas las que existen. No hay sustancias peligrosas, hay personas peligrosas. Y entornos. Ahí hay que mirar qué pasa.
–Pero hay peligros que vienen por los excesos.
–Si estás diez días seguidos dándole a la heroína vas a terminar mal: enganchado y adicto, es obvio. Pero hay cosas de laboratorio que son diez veces más fuertes. Lo más peligroso es la falta de información, la ignorancia y la represión. El abuso muchas veces viene por un detonante social.
– ¿La clave cuál es, entonces?
-La droga, cómo tomarla y qué hacer con ella, es un viaje personal. Por suerte hoy no es como en mi época. Hoy la información es más accesible. Pero bueno, yo solo transmito mi experiencia y trato de colaborar con el que tiene la curiosidad. Todavía vale la pena transmitir cosas, creo. «
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