Es médica y docente. Pero se ganó un lugar en las redes y medios como divulgadora de temas de salud sexual y reproductiva, siempre desde una mirada feminista y con un gran sentido del humor.
–¿En qué barrio creciste?
–En Carapachay, Vicente López. Hice todo el colegio en el Instituto Martín Miguel de Güemes, en el mismo barrio, hasta que cerró.
–¡¿Cómo?!
–Sí, cerró. Se rumoreaba que el dueño un día perdió todo su patrimonio, incluido el colegio, en un bingo de San Martín (risas).
–¿Y en algún momento reapareció, aunque sea con una bolsa de papel en la cabeza?
–No, el señor pasó a otro plano. Por eso, solo el último año lo hice en otra escuela.
–¿Y en el jardín ibas a jugar a la casita con el bebote o ya eras medio temeraria con esos temas?
–Mis amiguitas me elegían para hacer de papá, cuando no había a mano varones, porque yo era medio grandota. Así que siempre que jugábamos a la familia yo llegaba de trabajar y me sentaba en la mesa (risas). Si no, jugaba a que era albañil, a hacer mezclas y poner ladrillo, mezcla, ladrillo…
–¿Tuviste después experiencias con el fratacho o todo quedó en la plastilina?
–No, no, quedó ahí en el juego, nomás.
–¿En la primaria eras defensora de les incomprendides, pobrecites y ausentes?
–A veces leo los informes que guardaron mis viejos y lo que más citaban es que escribía con faltas de ortografía, conversaba mucho y tenía “actitudes teatrales”. También era medio varonera, pero en el sentido de que jugaba a todo, no pensaba si eran juegos de varón o de nena, aunque eso no quiere decir que no tuviera mandatos machistas.
–¿Y qué pasó en la adolescencia?
–Tenía un grupo de amigos y de amigas que éramos muy de juntarnos a tomar mate y hacer un bizcochuelo en alguna casa. Salíamos a los boliches, pero en plan tranqui. Lo más “grave” que hacíamos era chapar, o tomar una cerveza o un licor a escondidas.
–¿Qué personaje serías: Mafalda, Lisa Simpson o Gatúbela?
–¡Ay, me encantaría ser todas! Aunque creo que, por una cuestión de temporalidad, Lisa Simpson. Es feminista, tiene humor y también inseguridades que comparto.
–¿Y cómo abordamos a las Susanitas?
–Todas son bienvenidas: las Martas, las Susanas, las Mili Pili. Todas y todes están invitades a repensar los roles que ocupamos y a deconstruirnos. Hay muchos feminismos y es un movimiento heterogéneo. Después, al menos hablando solo por mí misma, sí hay cosas con las que no puedo transar.
–¿Por ejemplo?
–Las violaciones a los Derechos Humanos. No sé si yo podría darles la bienvenida a las derechas o a los conservadores, con quienes cuesta mucho dialogar, aunque el objetivo es compartir con el otro y la otra, con todas las personas. Sería lo ideal, pero este es un momento de transición, hay cosas en las que coincidimos, y otras que no.
–¿Un remedio casero infalible?
–Té con miel y bolsita de agua caliente.
–¿Una palabra o frase que cure?
–“Cambiar el mundo”. Parece naif, pero de verdad lo siento así.
–¿Un ritual cotidiano imprescindible?
–Darle muchos abrazos a mi perra.
–¿Qué cosa te sale muy bien y no estás compartiendo con el resto de la humanidad?
–La tortilla de papa que hago, que me sale increíble, podría abrirme un local.
–¿Qué hacés cuando no podés dormir?
–Juego al solitario en el celular.
–¿Apagás el celular en las vacaciones?
–Alguna vez lo hice, desconecté las redes y estuve 15 días así, se siente espectacular.
–¿Se puede caer en las redes sin quedar atrapados?
–Sí, se puede. Está en cada uno y en la expectativa que tenga. Es muy personal.
–¿El mejor plan para una noche de frío, es…?
–Peli en streaming y papas fritas de paquete.
–¿Y el mejor antídoto para un día de porquería?
–Hablar con amigues es el mejor antídoto para un día podrido. Verse en persona y reírse, mucho mejor.
–¿Qué flagelo se esconde detrás de la letra de médico?
–¡Precarización laboral! No hay ninguna mística, la verdad.
–¿Una rutina superficial?
Tener siempre las uñas bien cortas y bien pintadas. Prefiero llegar tarde a un lugar pero tener arregladas las manos.
–¿Qué te gustaría ser en un universo paralelo?
–Astronauta, a full. Si alguien me dijera, “che, Sol, hay una posibilidad para viajar 15 minutos al espacio, pero tenés que entrenar un año”, lo hago, de cabeza. Pero creo que ya sería para otra vida.
–¿Cuánto tiempo resistís con el celular apagado?
–No lo tengo contabilizado, pero desde que me levanto hasta que me acuesto, lo tengo en la mano, en el bolsillo o muy cerca. Me encantaría no tener que trabajar con eso, pero la verdad es que es un elemento de laburo, así que ya se transformó en otra cosa.
–En una quema de libros a lo Farenheit 451, ¿salvas la Biblia o el Vademécum?
–Por lejos, el Vademécum. «
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