Ping pong con Pompeyo Audivert: “Alberto fue una tragedia de una magnitud que no logramos dimensionar”

Por: Nicolás Peralta

Es actor, director, dramaturgo y docente. Pero ante todo ejerce una tozuda obsesión por sondear la naturaleza humana a través del arte.

Es actor, director, dramaturgo y docente de teatro. Pompeyo Audivert vive para este arte.  Su particular manera de relacionarse con su trabajo lo ha transformado en un actor que se destaca por su creatividad y capacidad de expresión.

Entre las obras que realizó como dramaturgo y director, se destacan Muñeca, una versión libre de la obra de Armando Discépolo; Trastorno, una adaptación de El pasado, de Florencio Sánchez; y La farsa de los ausentes, una adaptación de El desierto entra a la ciudad, de Roberto Arlt. También resultó memorable su trabajo en La señora Macbeth, de Griselda Gambaro; Medea, de Eurípides; y Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal, entre muchas otras.

Este año se dedicó, también como actor y director, a Habitación Macbeth, versión sobre Macbeth que se presentó primero en el Centro Cultural de la Cooperación y el interior del país, para luego comenzar con una gira que lo llevará de Uruguay a Europa.

El talento de Pompeyo Audivert.

–¿Qué diferencias hay entre el actor y el director?

–No hay una gran diferencia. En las obras que dirijo busco lo mismo que en mí como actor: la potencia, voces fuertes, que puedan recorrer muchos colores, un manejo del cuerpo consciente… Busco actores que me gustan cuando dirijo: Fanego, Carnaghi, Cristina Banegas, ese estilo de personas que tienen una presencia, algo que uno busca tener cuando interpreta.

–¿Sos fanático de los autores clásicos del teatro?

–Aquellos que exploran la humanidad desde distintas aristas, me gustan. Por ejemplo: Beckett y Shakespeare son admirables, y tienen contacto entre sus estilos aparentemente distintos. ¿Cómo no fanatizarse?

Daniel Fanego.
Foto: Eduardo Sarapura

–¿Cómo sería eso?

–Tienen una relación. Shakespeare es un monstruo, trabaja sobre cuestiones sobrenaturales de la esencia humana, muestra  las identidades detrás de lo que vemos, algo en estado larval que aparece y toma control en un momento. Laten las convulsiones humanas en sus líneas y ahonda en la dimensión metafísica de la existencia. Todo con una construcción poética extraordinaria pocas veces vista, por eso es universal y eterno.

–¿Y Beckett?

–Sería lo contrario, si uno es cóncavo el otro es convexo. Pinta un mundo sin atmósfera, sin tiempo, con seres que no saben quiénes son, a dónde van, qué están haciendo, sin saber si están vivos, se interrogan de manera elevada pero con un vocabulario escueto, mínimo. Es una dramaturgia que describe la mecánica del acontecimiento escénico para armar algo que no pasa en el anteriormente mencionado. Pero ambos hablan de la identidad humana, todos elementos que nos conforman como especie y como personas.

Samuel Beckett.
Foto: Fran Caffrey / News File / AFP

–¿El teatro debe reflejar la realidad?

–Es un desperdicio si sólo es eso. No comparto la idea del teatro espejo. Me gusta reflexionar sobre para qué está el arte teatral más allá de mostrar algo que podría pasar.

–¿Para qué está el teatro, entonces?

Es una maquinaria de sondeo, de identidad y de pertenencia a una escala extracotidiana por sobre qué es lo que nos pasa. Entonces, más bien debería ser un piedrazo a esos espejos, para que comiencen a aparecer dimensiones del lenguaje novedosas, misteriosas e inesperadas. El cuerpo virtuoso tiene que crear una poética y metafísica poderosa para pintar algo no tangible.

–¿El ego es un problema para un actor?

–El oficio de la actuación nos desparasita del yo. Para mí el ego juega un papel muy menor en el escenario, está por ahí pero no hay tiempo de prestarle atención. Si aparece fuera de la escena, puede ser un estorbo, pero no es un fenómeno que sea ley: cuando el ego de alguien domina a un actor es medio penoso. Para interpretar uno tiene que ser otro, por lo que queda en ridículo todo aquel intento de ponerme por sobre los demás. Por lo tanto, la flor degenerada del yo –que es el ego– queda marchita.

Roberto Arlt.

–¿El teatro es más que el cine y la televisión?

–Son lenguajes totalmente diferentes por más que todos tengan actores. El teatro es un arte superior a la tele, incluso al cine, aunque a veces este muestra genialidades como Leonardo Favio o Kurosawa, que lo vuelven singular, pero lo hace esporádicamente. El teatro es un ritual en vivo, en el que se suelta todo, se entra en una dimensión misteriosa. Es una asamblea metafísica donde un grupo de personas se ponen de acuerdo para contarse algo como en un trance, y se puede hacer sin otro soporte técnico que estar ahí.

William Shakespeare.

–¿Cómo ves la actualidad?

–Siento que Alberto (Fernández) fue una tragedia de una magnitud que no logramos dimensionar. Estamos empantanados por no enfrentar con decisión a los poderes reales y encima vino la pandemia. Se alejó de un proyecto de ideas que se enfrenta a los intereses de los que más tienen, que es lo que sintetiza Cristina. No se sabe por qué dejó de lado la dimensión social que se había logrado antes del desastre de Cambiemos.

–¿Por qué crees que pasó?

–No sé porque se puso en ese lugar, para desvirtuar toda la potencia militante de un sector que lo llevó al poder esperando que nos represente y que esperaba reparar el daño de la derecha en el poder. Creo que hay que darse cuenta que él cambió al llegar al poder y eso trae consecuencias dolorosas para el pueblo. Esperemos alguna vez volver a encaminarnos, pero está difícil. Solo saldremos si seguimos con la idea de que la patria es el otro como horizonte. «

Alberto Fernández.

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  • Que maravilloso el reportaje a ese ser inteligente, culto y observador de la realidad como es Pompeyo Audivert. Gracias

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