Un repaso por las causas de las crisis que atraviesa Venezuela. La doble vara en la política internacional y la operación para acomodar argumentos que justifiquen una intervención.
Al encuentro de los más ricos y poderosos del mundo en esa localidad suiza acudió un puñado de jefes de estado pero faltaron líderes de la talla del francés Emmanuel Macron o el estadounidense Donald Trump, dos de los más feroces antichavistas y cada uno envuelto en sus propias marañas.
El presidente galo, acosado por la protesta de los «chalecos amarillos»; el empresario neoyorquino por su controversia con los legisladores demócratas, que no le quieren aprobar el presupuesto para construir un muro en la frontera con México, y al mismo tiempo peleando como gato entre la leña por el avance judicial en torno a la presunta intromisión rusa en la campaña que lo llevó a la presidencia, en 2016.
En cualquier caso, Venezuela es una excusa fenomenal para cambiar de tema cuando esos mandatarios se ven acosados. Pero esta nueva intentona contra el chavismo tiene fecha de inicio y no es con Trump: el reloj golpista lo puso en marcha Barack Obama cuando en marzo de 2015 emitió una orden ejecutiva (DNU en términos argentinos) declarando «una emergencia nacional con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y la política exterior de Estados Unidos representada por la situación en Venezuela».
El trasfondo de la ofensiva es por supuesto que el petróleo, en el país con las mayores reservas probadas del planeta, y no la libertad y la democracia, como lo señala irónicamente el premio Nobel de Economía Paul Krugman en un tuit en el que dice: «Acabo de escuchar que Trump ha retirado el reconocimiento a un brutal régimen que controla un petroestado. ¿O sea que finalmente comprendió que los sauditas son chicos malos?».
https://twitter.com/paulkrugman/status/1088184837347991554?ref_src=twsrc%5EtfwLa alusión es oportuna porque hace apenas tres meses el periodista Yamal Khashoggi fue asesinado brutalmente y su cuerpo diluido en ácido en el consulado saudita en Estambul, con pruebas contundentes que fue por orden del príncipe heredero Mohammad bin Salman, y no solo no hubo pedido de intervención en Riad sino que el joven monarca estuvo en Buenos Aires sin que a nadie le moviera el espanto por semejante proceder de un régimen feudal como ese.
Se entiende que el acuerdo por la venta de armas a Arabia Saudita para la intervención en Yemen era un argumento oportuno para que Washington hiciera la vista gorda. Pero también es necesario entender si el dólar conserva valor como cambio y reserva internacional es porque la nación árabe, fuertemente exportadora, mantiene el compromiso de no vender en otra moneda su petróleo desde hace más de 40 años.
No es lo mismo que buscó hacer Muhamad Khadafi con el petróleo libio, al que había decidido comerciar en euros poco antes de que en 2011 se abrieran las puertas a una ofensiva que ahora se inició contra Venezuela. De la mano esa vez de la candidata que perdió la presidencia contra Trump, Hillary Clinton, a la sazón secretaria de Estado.
Se sabe cuál fue el fin de Khadafi y la actual situación Libia, un país partido y con dos gobiernos paralelos que se disputan las regalías de los pozos de crudo. Y se sabe que también sobrevuela como trasfondo de esta crisis la decisión de Maduro de vender el petróleo venezolano con una moneda virtual, el Petro, por las sanciones que sufre el país para comerciar en dólares.
Esos no son los únicos contrasentidos que hacen ruido de fondo en esta intentona destituyente que, como se ve, no es de Trump sino que se trata de una política de estado entre demócratas y republicanos que el polémico empresario no solo intenta mantener sino que incluso se decidió a profundizar.
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Otros gobiernos se sumaron prestamente al deseo estadounidense y en el plano local dirigentes que no se definen como oficialistas se apuraron a reconocer al titular de la Asamblea Nacional, Juan Guaudó. Es el caso de Sergio Massa y Juan Manuel Urtubey. No hubo declaración formal de la UCR, aliada de Mauricio Macri, pero algunos dirigentes nacidos y criados en ese partido recordaron la posición de Raúl Alfonsín en 1985 rechazando la invasión que pretendía Ronald Reagan a la Nicaragua sandinista.
https://twitter.com/MoreauLeopoldo/status/1088422940222386177?ref_src=twsrc%5Etfw
Antecedentes
En abril de 2002 se produjo el primer golpe contra el chavismo, en la primera presidencia de Hugo Chávez. Por un par de días el líder bolivariano estuvo retenido en un cuartel hasta que la gente pobló las calles para reclamar su liberación. Esa vez el gobierno conservador del español José María Aznar y el de George Bush se apuraron a reconocer al autodeclarado presidente Pedro Carmona, que luego prefirió exiliarse para no ser procesado.
Ahora, el gobierno de España está en manos de Pedro Sánchez, del PSOE. Llegó al poder en junio tras un acuerdo con Podemos y otros partidos de izquierda para destronar al PP. El ex presidente del gobierno socialista, José Luis Rodríguez Zapateros había coordinado una mesa de diálogo entre el oficialismo y la oposición venezolanas a fines de 2017. Hubo acercamientos importantes y en ese marco Maduro aceptó adelantar las elecciones, que debían realizarse en diciembre de 2018. Pero a último momento los antichavistas no firmaron el acuerdo que ya se había logrado de palabra. En mayo, finalmente, ganó Maduro, con un ausentismo de 46%. Pero obtuvo 6.248.864 votos, el 67,84%.
Ahora, Sánchez muestra su ambigüedad. No reconoció a Guaidó, como hicieron las derechas latinoamericanas al compás de Washington, pero sí «la legitimidad de la Asamblea Nacional venezolana». Su canciller, Josep Borrell, sin embargo, fue enfático en ignorar a Maduro porque, dijo, «su legitimidad procede de unas elecciones que no reconocemos». Contradiciendo a su correligionario Rodríguez Zapatero.
Desconocer a Maduro, que reasumió el cargo el 10 de enero pasado, va a tener sus costos. Porque sería también ignorar a esa parte de la población que a pesar de todos los vientos en contra -y la crisis económica golpea en cada puerta- sigue fiel a los postulados bolivarianos.
La pregunta del millón, entonces, es qué puede ocurrir ahora en Venezuela. Se está a un paso de un baño de sangre y es obvio que cada muerto se lo van a cargar al chavismo, aunque el gobierno no tenga ninguna responsabilidad. Así están las cosas. Hay quienes perciben en la posición de la OEA que dirige el uruguayo Luis Almagro un copy-paste de la expulsión de Cuba en 1962. En tal sentido, la isla resistió con la ayuda de la Unión Soviética. Hoy día Rusia y China son respaldo de Maduro, habrá que ver si alcanza para sostener al gobierno
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La clave, con todo, está en la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. El martes hubo un intento de copamiento en un cuartel. Una prueba de músculo y una invitación a grupos disidentes entre los uniformados, que se mantienen leales a la Constitución que juraron. Una constitución progresista de la que Chávez se sentía orgulloso y regalaba a sus visitantes en una versión en forma de un librito de tapas azules que cabe en una mano.
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