Periodistas soberbios, comprometidos con políticos y partidos, no con la ciudadanía, mucho menos con la información. Que aprovechan el oficio para hacer negocios que nada tienen que ver con el periodismo. Que engañan todos los días con titulares tramposos, miserables. Periodistas que anuncian productos comerciales, que se mueren por los canjes, que aceptan regalos de las fuentes. Que gritan. Que chantajean. Que amenazan.
Periodistas obsesionados con un político (o política), con un partido. Que incentivan la indignacionitis y el odio, y cuando reciben la violencia que generan, se victimizan. Que se hacen ricos y famosos gracias a la polarización. Que les dicen a sus audiencias lo que sus audiencias quieren escuchar. Que, incapaces de ver matices, lucran con sus sesgos absolutistas a favor o en contra.
Periodistas que se hacen amigos de los poderosos y periodistas que prefieren escribir sobre las víctimas de esos poderosos.
Periodistas comprometidos con causas, no con políticos ni con partidos. Periodistas que laburan todos los días, a toda hora, pluriempleados a la fuerza, para sobrevivir. Que no aspiran a ser ricos ni famosos. Que investigan y cuentan historias. Que cubren notas diarias, en las calles, en donde pueden. Que fundan sus propios medios. Que promueven el periodismo colaborativo, el trabajo colectivo. Que se esfuerzan por alejarse de los extremos y hacer un equilibrio, así sea a costa de que los descalifiquen como «tibios». Que tienen más preguntas que respuestas.
Periodistas de escritorio. Que producen informes con la única intención de ganar premios. O que producen informes para cumplir con la función social del periodismo. Que leen de todo o que no leen ni sus propias notas. Que se capacitan o que capacitan.
Periodistas que abusan de las fuentes anónimas y de los «habría», «podría», «sería». Que especulan y difunden versiones incomprobables, que se dejan usar por las fuentes. Que se ponen de acuerdo con jueces y fiscales para armar investigaciones amañadas que llegan a ganar premios internacionales. Que hasta se hacen amigos de espías. O espían a los propios colegas.
Periodistas que fruncen el ceño y retan a sus entrevistados si son del partido que no les gusta, pero que los colman de halagos y los miran con embeleso si son políticos por los que votan. Que creen que una entrevista es un ring. Que azuzan marchas a favor o en contra, según les convenga. Que sienten tanta, pero tanta superioridad moral, que dan lecciones de su inexistente periodismo independiente. Que promueven la xenofobia, el racismo, el clasismo y la discriminación. Que vaticinan (desean) apocalipsis sociales/políticas/económicas cuando gobierna el partido que no les gusta. Que, envueltos en burbujas de poder, se alejan cada vez más de la realidad social.
Periodistas que no defienden ni atacan a políticos ni a gobiernos. Nomás critican, informan o analizan desde todas las perspectivas posibles. Que no se prestan a los discursos violentos, que no responden insultos ni agresiones, que promueven debates serios. Que no tienen doble vara. Sobre todo eso: que no tienen doble vara. Hoy es un bien preciado. Y escaso.
Periodistas que se mimetizan con sus medios. Periodistas que a cada rato advierten, solemnes, que el periodismo ha muerto (entonces ¿ellos son zombis?). Periodistas que jamás se retractan aunque haya pruebas de sus errores, de sus mentiras. Periodistas que reconocen errores, se disculpan y corrigen.
Periodistas laburantes. Periodistas mercenarios. Periodistas que opinan de todo y otros que no opinan de nada. Periodistas que se creen héroes o heroínas, adalides vaya a saber de qué. Que forman una élite privilegiada que colma espacios protagónicos en los medios. Que se felicitan públicamente por lo talentosos que son, por lo mucho que se admiran, por lo mucho que se quieren. Que anuncian bombas, no noticias.
Periodistas que defienden las luchas de los trabajadores de prensa. Periodistas que fundan sindicatos para defender derechos colectivos. O cooperativas para conservar fuentes de trabajo. Periodistas que saben que la objetividad no existe. Que lo que existe es la responsabilidad, la decencia, el respeto al oficio y a la ciudadanía. Que, sin importar el medio en el que trabajen, hacen el mejor periodismo que pueden, el más digno. Que saben que ellos no son sus medios, que se rebelan a despreciables líneas editoriales.
No. No todxs lxs periodistas somos lo mismo.
Seguimos.
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