Lo que hasta hace poco era un tabú para la industria del entretenimiento hoy se exhibe en forma recurrente y casi obsesiva. ¿Democratización del deseo o neofalocentrismo?
La era del streaming y las series parecen abrirle las puertas de par en par a los penes. ¿Se trata del principio del fin de uno de los tabúes más notorios de la industria del entretenimiento? ¿Del reflejo de una época donde las luchas de las mujeres y diversidades sexuales también hacen que la ficción tenga en cuenta sus deseos? ¿De una novedosa manifestación del falocentrismo de las sociedades patriarcales? ¿O una mera búsqueda efectista para seducir a más espectadores? Acaso se trate de un poco de todo esto y algo más.
La proliferación de penes en series funciona como la explosión de una tendencia que comenzó tímidamente hace aproximadamente dos décadas de la mano del streaming y tiene importantes antecedentes en los ’70 en la cinematografía europea y –en menor medida– en la estadounidense. Hoy el recurso demuestra una gran efectividad porque convoca espectadores y genera múltiples rebotes, lo que contribuye a sumar todavía más espectadores.
Un pene en pantalla suele generar una avalancha de comentarios y reacciones. El actor español Carlos Cuevas personificando a Paul Rubio se metió en el mar en “traje de Adán” en la serie Merli. Sapere Aude (2020) y provocó múltiples viralizaciones de la carne colgante que lo volvieron top trending. Lo propio ocurrió con los diálogos de Tommy Lee con su miembro –por más que es una prótesis– en Pam & Tom (2022), la biopic que inmortaliza su matrimonio con Pamela Anderson. A los atributos de Nicolás Hurtado y Juan Minujin en la prisión de El marginal le siguió una ola de tuits de mujeres y gays satisfechos y varones héteros avergonzados –así sea en clave humorística dando cuenta del status que Freud le otorgó al chiste como manifestación del inconsciente– tras la emisión del primer episodio.
El cineasta Pier Paolo Pasolini fue pionero en poner en el primer plano de la escena cinematográfica imágenes de genitales masculinos. En creaciones tales como Trilogía de la vida – compuesta por las películas Decamerón (1970), Los cuentos de Canterbury (1972) y Las mil y una noches (1974)-, la visión de los penes y los testículos prontos a copular o colgando alegremente perseguían una intencionalidad política. Pasolini postulaba que el sexo era metáfora del amor que podía dar batalla al mercantilismo y los cuerpos desnudos e inocentes de los obreros y lúmpenes eran subversión contra la burguesía represiva.
Pero, por fuera de estas experiencias culturales o del circuito independiente, mientras el desnudo integral femenino se hacía más común en las películas de Hollywood y en la televisión –reflejo de la ancestral cosificación sexual de la mujer–, la desnudez masculina no formaba parte de la convención llegando incluso a trazar el límite entre lo erótico y lo pornográfico. Quizás como correlato de las sociedades en donde impera el falocentrismo, el pene adquiría atributos divinos y como tal solo podía ser simbolizado, pero nunca explicitado.
Según el sistema de clasificación de contenidos de la Motion Picture Association –que sigue rigiendo para los estrenos de cartelera de EE.UU.–, el pene puede mostrarse en pantalla en contadas ocasiones, por ejemplo, para reflejar situaciones realistas y lejos de la concupiscencia (recordar La lista de Schindler, de Spielberg).
Uno de los motivos de que las cosas estén cambiando en la actualidad en Estados Unidos (el centro global de producción de ficción) es que la televisión por cable y el streaming no se rigen por estas normativas. Eso permitió que la serie Oz (HBO) emitida entre 1997 y 2003, incluyera desnudos masculinos integrales en duchas y celdas de la prisión y que desde entonces hayan aumentado en forma exponencial las ficciones que rompen con la proscripción del pene. Así, entre tantos ejemplos, la serie Spartacus (Starz, 2010-2013) presentaba un verdadero desfile de cuerpos de gladiadores hechos para el amor o la guerra con sus atributos al descubierto, en Sense8 (Netflix, 2015-2018), los personajes celebraban sus orgías carnavalescas mezclando sus genitales desnudos sin distinción de género y desde su segundo episodio la serie Euphoria exhibía treinta miembros en el vestuario.
En forma concomitante con las luchas de las mujeres y las diversidades sexuales y aggiornándose a nuevos tiempos, aparentemente el deleite carnal se democratiza ampliando el vouyerismo para los ojos femeninos, homoeróticos y de identidades no heteronormativas.
Hoy resulta casi inimaginable, pero en julio de 1986, en plena primera democrática local, el periodista Pepe Eliaschev fue censurado y procesado luego de que desde su programa televisivo Cable a tierra ofreciera un informe donde preguntaban a varones y mujeres si el tamaño del pene tenía relación directa con la satisfacción sexual. El ciclo fue levantado al poco tiempo porque autoridades y diversos grupos de presión se espantaron por aquella pregunta. Paralelamente, en el marco del llamado “destape argentino” algunas revistas hacían un verdadero show del horror mixturando obscenamente en sus páginas desnudos de mujeres con testimonios femeninos de torturas en los campos de concentración de la última dictadura.
Es celebrable la igualdad de oportunidades para disfrutar de la visión de genitales en las pantallas. Quizás cabe el interrogante de si, frente al avance de las luchas de las mujeres y diversidades, el erotismo acostumbrado a hacerse para el ojo masculino y heterosexual no está recurriendo a lo más básico para recuperar su poderío: sobreabundar aquello que antes se aludía.
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