La pianista y artista transdisciplinaria lanzó un nuevo disco, “El camino sigiloso”, en el que textos escritos durante la pandemia fueron los disparadores de un cruce onírico entre música y poesía y en el que por primera vez pone su propia voz.
“Siempre escribí paralelamente a mi trabajo de música -añade-. Y durante la pandemia creo que no sólo me pasó a mí sino que un montón de gente empezó a escribir como una manera de estar ahí presente en ese momento tan incierto. Y cuando pasó el momento más dramático de la pandemia un día mirando textos empecé a encontrar algunos que me resonaban, me remontaban más que nada a imágenes, como si fuesen escenas. Los empecé a separar”. La curva amplia, como define al volantazo, fue también un recorrido por el “audiovisual, todo se había convertido en audiovisual”.
Y en el recorrido, que también fue un tiempo, los textos la llevaron a “imaginar escenas”. Consultó a una amiga y elaboraron posibilidades, pero el vértigo en el que se desarrolló la salida de la pandemia las hizo caer en la cuenta de que “era demasiado ambicioso para lo que podíamos nosotras, y se empezó a pinchar”. Pero si bien la pandemia se visualizó y experimentó como un cambio brusco, los procesos orgánicos tienen otros vericuetos, y a Shocron le empezó “a aparecer la música de lo que veía. Ahí me dije: capaz que no es algo audiovisual, sino una música, pero una música que nunca se separó de esas imágenes previas que tuve de los textos. Esa situación en pandemia de pensarnos más visualmente en un montón de cosas creo que me abrió una nueva posibilidad de lo sonoro, más pensado como sonido de imagen”.
La compositora ya formaba parte del colectivo Magma, donde artistas de distintas disciplinas combinan proyectos y experiencias que hacen crecer mutuamente. “También sucedió por el momento de la pandemia y nos obligó a todos a salir a buscar herramientas para poder hacer cosas con las posibilidades que había: no había prácticamente nada en vivo, todo ocurría en una pantalla. Eso también me empujó a hacer unas pruebas previas y creo que tuvo bastante que ver con este trabajo. Lo mismo que Agua (que desarrolló en el ámbito de Magma): un trabajo colaborativo que nos llevó a hacer el sonido, filmar, todo eso sin tener las bases técnicas de alguien que estudia la carrera de cine o diseño de imagen y sonido”.
Antecedentes varios y de diverso tipo que no llegan a explicar del todo por qué decidió poner las palabras y su voz al frente. “Me imaginaba algo más performático, no algo más cantado. Imaginaba palabras. Y en un principio estaba la opción de que las palabras no estén, que los textos estuvieran escritos solamente y la música en relación a los textos. Pero consultando todos me empezaron a arengar: la voz es algo repotente, probalo. Lo hice y me di cuenta de que la voz hablada era algo que podía trabajar desde lo sonoro para que entre en esas escenas que me estaba imaginando”.
Onírico seguramente es la palabra que mejor define el trabajo. “Si tengo que hacer como una memoria de lo que era la pandemia pareciera que estábamos todos soñando, un sueño no muy agradable del que de repente nos despertamos”. Un sueño que puede ser la gran bifurcación, o el gran volantazo como ella misma lo expresó. Lo que no implica que haya quedado atrás todo aquel trabajo que hasta poco antes de esa salida del ensueño venía haciendo con la improvisación.
“Eso es algo que me va a atravesar más allá de cuánto de composición haya en cada música. Hay algo de la aleatoriedad que a mí me convoca. Y creo que a partir de este trabajo también se develó algo más del grado de lo que no está bajo nuestro control, que tiene que ver también con una intuición; como con la naturaleza. Nosotros no tenemos control de la naturaleza, pero hay algo que la termina ordenando en ese no saber. Este trabajo también me acercó a la naturaleza porque trabajé con materiales sonoros grabados, grabaciones de campo más de la naturaleza. En ese punto se toca con esta atracción por la improvisación, de que siempre hay latente un lugar de caos posible”, añade.
Ese cruce semeja al de las fantasías más infantiles en el sentido de despojadas de especulación: en su imaginación las infancias empiezan a tejer un juego que parece tan perfecto como arbitrario, pero que a medida que se juega hace aparecer obstáculos que requieren, en la misma fantasía, cambiar lo imaginado para imaginar cosas nuevas. “En este caso se juntaron dos procesos: muchos de los procedimientos por los que llegué a materiales que terminaron siendo la música del disco lo hice de forma más aleatoria, no fue planeado desde el comienzo. Fue construido en capas. Ubicaría a Los vínculos (2019) como antesala de este trabajo: ahí la composición también se fue haciendo al andar, fui planificando etapas y sobre esa etapa aparecía otro nuevo universo que podía construir”.
En un tiempo que sólo premia lo que reditúa dinero o poder (a los que prácticamente no diferencia), el espacio para esos juegos en los que se sumerge Shocron parece imposible. “A los que elegimos salirnos un poco de esas vías principales en el fondo siempre nos recorre la pregunta de para qué hacemos lo que hacemos. ¿Es para el afuera, para nosotros? Estoy empezando a dudar si es para una cosa o la otra. Me parece que es una conversación entre esos dos aspectos. Pero esto es lo que yo soy. De otra forma estaría queriendo ir a un lugar que no me pertenece. Tengo la necesidad de ser lo más honesta posible con lo que produzco”.
Así el arte conserva su primigenio espíritu de botella al mar: un mensaje que alguien o un tiempo y lugar tomen y doten de nuevo sentido. Sostenerlo cuando el sustento manda y la atmósfera se vuelve densa es el interrogante de hoy. “Lo inmediato es la sobrevivencia, y al tener un trabajo como docente siento que tengo un privilegio muy grande (en el conservatorio Manuel de Falla). Por lo menos tengo un borde del cual agarrarme, me protege un poco del afuera, que está muy difícil. Me siento privilegiada, me permite hacer lo que hice y otras cosas más, porque si no estaría corriendo atrás de los laburos”.
Se presentará en el Ciclo de Música y Danza del Centro Cultural Borges los días 11 y 12 de abril.
Camila Nebbia: voz. Sara Lizola Fedullo: violín. Félix Valentín Nieto Martínez: viola. María Gabriela Areal Vélez: violoncello. Juan Ignacio Ferreras: violoncello. Brune La Cava: contrabajo. Creación, composición, post-producción, producción artística y general: Paula Shocron.
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