Los meses de aislamiento redundaron en un fuerte descenso de los diagnósticos tempranos y en la discontinuidad en los tratamientos de enfermedades neurológicas, como la esclerosis múltiple. Advierten por secuelas en pacientes que se manifestarán tras la crisis sanitaria.
“El Covid-19 trajo dos grandes problemas: el retraso en la consulta para el diagnóstico de la enfermedad neurológica y la ausencia de consultas de seguimiento de las personas ya diagnosticadas”, explica a Tiempo el médico neurólogo Fernando Cáceres, director del Instituto de Neurociencias Restaurativas (INERE). Le preocupa que el miedo al contagio deje un escenario muy complejo de abordar cuando se vuelva a la normalidad: “Son problemas serios que están apareciendo y de los cuales nos vamos a dar cuenta a nivel sanitario cuando pase esta situación. Vamos a tener ‘otra pandemia’, la de las personas con secuelas”, adelanta el especialista.
Cáceres cuenta que cada año diagnostica entre diez y once pacientes nuevos con esclerosis múltiple, una enfermedad neurológica crónica de naturaleza inflamatoria y autoinmune caracterizada por el desarrollo de lesiones desmielinizantes, que daña el sistema nervioso central. Esta patología es la segunda causa de discapacidad neurológica en personas jóvenes (la primera son los siniestros viales), ya que suele atacar a poblaciones de entre 20 y 40 años. “En lo que va de 2020 diagnostiqué sólo dos casos –agrega el neurólogo–. Pero eso no quiere decir que no haya pacientes con esclerosis múltiple. Están, pero no están consultando. Se van a diagnosticar más tarde. Y eso es un problema porque las drogas para tratar la esclerosis múltiple son más eficaces cuanto más pronto se inicia el tratamiento. Si tarda en iniciarlo, el paciente va a quedar más ‘secuelado’. Esos casos que no aparecen ahora, van a aparecer después de la pandemia, con la enfermedad más avanzada”.
Sin embargo, con una consulta a tiempo y un tratamiento efectivo, las posibilidades de vivir con esclerosis múltiple sin sufrir discapacidad son viables.
María Alejandra tiene 23 años. Nació en Caracas, Venezuela, y hace tres años que vive en la Argentina. Fue diagnosticada formalmente en mayo de este año, en plena cuarentena, pero había tenido una primera consulta en enero. Se sentía mal, tenía mareos e inestabilidad al caminar. Su neurólogo la mandó a hacer una serie de estudios, “pero con el tiempo me sentí mejor y lo dejé pasar, y además, llegó la pandemia”, explica la joven estudiante de comercio internacional.
“Sentía que era impensable que, con 22 años en ese momento, pudiera tener una enfermedad así –dice–, y claramente postergué todo por miedo al contagiarme coronavirus. Todo eso junto hacía que yo asociara la falta de movilidad que había empezado a tener en el brazo a cualquier otra cosa: un mal movimiento, o porque hice ejercicio ese día, o lo que fuera. Pero a finales de abril apareció un brote y el brazo derecho se le paralizó. “Así que volví a contactar con mi neurólogo, y los estudios confirmaron que tengo esclerosis múltiple”.
“Las enfermedades neurológicas tienen tres características que las distinguen: son crónicas, son incurables y son estigmatizantes. No sólo sufre la persona que la padece, sino también su entorno. Y así como su círculo de afectos sufre las secuelas, también es clave en la rehabilitación. Es por eso que es importante sumar al familiar al equipo terapéutico”, analiza Cáceres. María Alejandra agrega que no sabía lo que era la esclerosis múltiple “hasta que me la diagnosticaron. Fue un proceso complicado asimilarlo. Por suerte tuve el apoyo de mi hermana y de mi mamá, quien vive conmigo hace un año. Ellas me ayudaron mucho”.
Dice que su patología no modifica su vida cotidiana, “solo que suelo cansarme rápido, me fatigo, y entonces trato de organizarme qué hago y qué no, sin cuestionarme qué puedo dejar para después. Cualquier persona con diagnóstico temprano, en tratamiento, con la medicación controlada y con un estilo de vida saludable, puede llevar una vida completamente normal”. En ese sentido, los especialistas recomiendan realizar 40 minutos de ejercicio aeróbico al menos tres veces por semana, seguir una alimentación saludable y equilibrada, no fumar y no tomar alcohol.
Eso y la medicación, que en el caso de María Alejandra consiste en inyecciones endovenosas de natalizumab una vez cada 28 días.
“A nivel motor estoy bien. El brote se revirtió por completo y no me quedaron secuelas –se alegra–. Y ahí radica la importancia de un buen tratamiento y de la consulta temprana. Este tipo de esclerosis es remitente recurrente lo que significa que el brote logra revertirse. Hay otras enfermedades que son un poco más fuertes cuyos brotes no se pueden revertir del todo y dejan algunas secuelas que se arrastran en el tiempo. Lo central es, ante la aparición de algún síntoma de una enfermedad neurológica, no dudar en acudir al médico”.
Genética y ambiente
No hay forma de prevenir la esclerosis múltiple. Existe un factor genético y un factor ambiental, que no se sabe cuál es, asociado a la manifestación de la enfermedad. Esta enfermedad tiene un fuerte impacto geográfico: en el hemisferio norte hay mucha más prevalencia que en las zonas caribeñas o ecuatoriales. Es lo que se denomina gradiente de latitud, y puede estar relacionado con algún virus y con la exposición al sol: los bajos niveles de vitamina D se asocian a la aparición de la esclerosis múltiple. Además, existe una predisposición genética.
Cáncer de mama, pocos controles
Casi todas las sociedades científicas están en alerta por la falta de diagnósticos tempranos y el abandono de tratamientos de diversas patologías durante la pandemia. Es el caso del cáncer de mama, una enfermedad que afectará a una de cada ocho mujeres en algún momento de su vida.
Siendo octubre el mes de la sensibilización sobre este tipo de cáncer, se conoció un estudio de la Sociedad Argentina de Mastología (SAM) que sostiene que solo un 40% de las mujeres realizó sus controles mamarios desde marzo, si se toman en cuenta los promedios de años anteriores.
Otro dato alarmante es la comparación de las cirugías efectuadas ya que, según estimaciones de la misma entidad, se está operando solo el 35% de los cánceres de mama que habitualmente se operan durante el mismo período.
«La pandemia no ha puesto en pausa las enfermedades no transmisibles, que han continuado su desarrollo en cuarentena, con el agravante del sedentarismo, la escasa o nula exposición al sol con bajas de vitamina D, la mala alimentación, un significativo aumento del consumo de alcohol y tabaco, todo eso sumado a la inestabilidad emocional”, contextualiza el doctor Luciano Cassab, vicepresidente de la SAM.
Para enfrentar el cáncer de mama, las mejores estrategias las dan los chequeos de rutina. El motivo es simple: permiten la detección de la enfermedad en sus estadios iniciales, cuando existe un 95% de posibilidades de cura y se requieren tratamientos menos agresivos. Sin embargo, «comprobamos que apenas cuatro de cada diez pacientes realizaron sus estudios mamarios de control», puntualiza la médica cirujana mastóloga Gabriela Candás, y agrega que fueron las mujeres mayores de 60 años quienes más los hicieron, “a pesar de ser el grupo considerado de mayor riesgo”.
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