Luego del resultado de las PASO 2023, los feminismos llaman a afianzar la construcción colectiva y social.
Más bien, sería útil comprender las razones de ese voto para desde ahí pensar una intervención efectiva desde las militancias populares feministas, las cuales tenemos la tarea de aportar para que las opciones de derecha y ultraderecha no lleguen al gobierno en los próximos meses.
Entendemos a quienes votan a Milei desde la economía cotidiana. Es un ámbito que parece ser despreciado una y otra vez en su materialidad inexorable y, por tanto, en su racionalidad política. Desde el movimiento feminista, lo hemos colocado como una lente fundamental para entender las violencias económicas que sufren a diario quienes sostienen sus economías domésticas. Endeudarse para vivir, estar calculando todo el tiempo el salto del dólar blue, ver desaparecer los ingresos, no es una “narrativa” (con la que habría que coincidir o no). No es una especialidad de la economía feminista ni un modo de explicar en “chiquito” lo que sucede en las altas esferas.
La infantilización de creer que quienes son más afectadxs por las dinámicas económicas de empobrecimiento no lo entienden, o no lo traducirán electoralmente, es un procedimiento recurrente. Supone, además, que habría una ideología o unos valores superiores que le sacarían importancia a lo que se siente en el bolsillo.
La infantilización, las feministas lo sabemos bien, es un modo de desprecio de lo doméstico, de lo que sucede al ras de la cotidianeidad. Lo doméstico es ese espacio que en el discurso económico queda borrado como lugar de producción de valor, pero también como ámbito central en el que se experimentan en concreto los efectos de las devaluaciones. Donde se organiza una economía de gestos que van desde buscar precios incansablemente frente a una inflación que se dispara hasta tomar el transporte público con demoras o con la sensación de que se puede ser víctima de un hecho de inseguridad. La idea de que esas “sensaciones” podrían no constituir una dinámica política o que son reparadas a nivel de evocaciones históricas a tiempos pasados y mejores, es a todas luces insuficiente.
Lo doméstico es el lugar donde el dinero se transforma en deuda rápidamente, donde la moneda es humo, o donde se siente la baja arbitraria de un salario social complementario por haber hecho una compra en dólares. La sensación de injusticia que se vive entre esfuerzo y dinero es clave. La “casta” (sea del tipo que sea) es aquella que no debe pasar por ese cálculo cotidiano.
Como feministas, no podemos descansar en etiquetas fáciles y condenar al fascismo en abstracto o señalar con el dedo a un sector que expresa la crisis de la representación política de maneras difusas y contradictorias. Más bien hay que entender cómo Milei expresa que quien siente que el dinero se hace agua o que la deuda es la presencia más permanente en las casas, fantasee con dinamitar el Banco Central. Una fantasía radical.
Ahí también hay que comprender una voluntad de cambio radicalizada que encuentra expresión en quien promete lo que a todas luces todos dicen: el dólar es lo único estable. En una economía que tiene bienes y servicios fundamentales dolarizados (el precio de la vivienda por caso), la propuesta de dolarización de Milei pone el negacionismo del otro lado (y hace que el negacionismo del terrorismo estatal parezca menos importante).
Así, asistimos a la paradoja por la cual quienes militamos nos hace sentir asfixiadxs: un exponente del mundo financiero con serias conexiones con los fondos de inversión, defensor de la institucionalidad mundial del capital concentrado, que tiene entre sus filas candidatos como Ramiro Marra, un broker de bolsa que especula con el precio del dólar, es quien se hace cargo de ponerle palabras a un mundo de experiencias cotidianas de lxs de abajo que oscilan entre el cálculo, la frustración y la especulación.
Esta propuesta de llevar al máximo de radicalidad el gobierno financiero de nuestras vidas (la especulación a la que se ve obligado cada quien que debe lidiar con la precariedad) se combina a la vez con un discurso reaccionario, misógino y patriarcal. La inseguridad llevada a lo cotidiano lubrica un discurso sobre la necesidad de “armarse”, de buscar seguridad a toda costa. Es conocido, pero mucho menos debatido, que el voto a Milei tiene un componente masculino muy importante. Masculino y joven. Que es en parte una reacción a los avances feministas que hemos conseguido estos años. Que, sin dudas, anuda la frustración de un sector resentido con sus posibilidades a futuro y, a la vez, humillado en su materialidad cotidiana en el presente.
No pareciera ser la mejor receta “esconder la agenda del feminismo” (o banalizarla), sino más bien hacerse cargo de esta humillación que se vive en el salario, en el transporte, en el mercado inmobiliario y que busca figuras de autoridad (el rugido del león) de modo desesperado.
Milei vuelve a traer los ropajes de machismo, de la autoridad hecha a los gritos, que sin embargo no es tradicional. Milei le dice “jefe” a su hermana y habla de sus mascotas como “hijos con cuatro patas”, mientras su candidata a vicepresidenta reivindica a los militares y sus valores castrenses. No es la derecha de siempre, se supo recombinar.
Esto es lo que más nos interesa. Salgamos a organizarnos como sabemos: asambleas, redes, acciones concretas. Los feminismos han sabido traducir el malestar en organización, no hay tiempo para otra cosa. Los feminismos han sabido construir masividad y transversalidad, no nos quedemos hablando entre convencides. Los feminismos han politizado la crisis de los mandatos de masculinidad para invitar, sobre todo a les jóvenes, a construir otros vínculos y otras referencias. Hagamos de estas semanas un estado de alerta colectiva, de trazado de alianzas amplias y una militancia en las casas, las plazas y las calles.
*Verónica Gago y Luci Cavallero, las autoras de este artículo son integrantes del colectivo Ni Una Menos
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