Ni siquiera quedó en pie aquél dicho, propiciador de tantas ofensas: “Cuando los Estados Unidos (o Wall Street, o cualquier otro país central estornuda), las naciones periféricas, como la nuestra, se acatarran”. Hoy, que la constipación es global hasta puede pasar que si cumplimos con las condiciones que sin espectacularidad y con firmeza propuso la Organización Mundial de la Salud (OMS) y que el gobierno nacional reinterpretó en tiempo y forma, a lo mejor esos que siempre nos miraron desde arriba deberán empezar a beber de nuestra propia medicina.
Virus del carajo, desconocido, agazapado, ¿quién sos? Decime en que parte del aire te escondés así cuando paso cerca tuyocontengo la respiración.
Virus de mierda, ya sabemos que, por el momento, la vida no puede ofrecernos un antivirus, como sí ocurre en la computadora. Entonces, me pregunto: ¿cómo terminará todo esto para nosotros si, como dicen, ni siquiera empezó?
Virus más HDP que Covid, bajonazo de lo peor, que nos traés pandemia para hoy y hambre para mañana.Virus que en pocas semanas hiciste del mundo un sitio oscuro, silencioso, temible, aislado y sin remedio (ni remedios, al menos por ahora). Otra que castigo divino: castigo espantoso, eso sos.
Lo que se avizora es que cualquier sector, el que uno imagine, sufrirá pérdidas que irán de importantes a gigantescas. Para no ir tan lejos, pensemos simplemente en lo que acarrea el cierre de los teatros de la calle Corrientes, entre Callao y Maipú y adyacencias. No solamente pondrá en rojo sangre los ingresos y activos de los empresarios o de los intérpretes y hasta de los acomodadoras y acomodadores, sino que ahogará todo lo que se mueve alrededor de las marquesinas: desde los kioscos y cafés, pasando por restaurantes y estacionamientos, taxis y librerías, trapitos y hasta los vendedores de garrapiñadas. Esto por dar un ejemplo accesible, pero hacia cualquier lugar en que se proyecte el parate, los pronósticos económicos son inevitablemente agoreros.
Otras consideraciones
En cualquier caso, con barbijo o sin él, habrá que reformular la frase de aquél atorrante amigo. Ahora sí que es necesario que la plata vaya y venga, porque lo único que debe importarnos es la salud.
En este rubro lo verdaderamente irreparable es la muerte, presente de a miles.
El ‘”Taza, taza, cada uno a su casa” ya late en nuestros corazones, pero alcanzará vigencia máxima en cualquier momento. ¿Estaremos preparados para esta inesperada y forzosa internación? ¿Tenemos claro qué es lo que encontraremos en el adentro, en el nuestro y en el de los demás?¿Nos agradará lo que veamos cuando miremos en nuestro interior?
En medio de la inquietud porque el 2020 no termine siendo un año perdido para niños y adultos, tal vez podamos intentar reconvertirlo en año ganado. Siempre y cuando en los escenarios de reclusión obligatoria que adoptemos, cualquiera sean, descubramos nuevos modos de convivencia, desarrollemos estilos más solidarios de reconocernos o encontremos maneras poco habituales de jugar y entretenernos. Que aparezca lo mejor de nosotros en estos tiempos difíciles, acaso sirva para mantener a metro y medio de distancia a los que subestiman las medidas, a los que discriminan injustamente, a los especuladores, a los peores de nosotros.
El modo en que los medios masivos abordan la cuestión es otro tema a considerar. Descuento que todos procuran el bien común, pero hablar casi el día entero sobre algo que, en términos científicos y médicos, se sabe tan poco todavía, abruma, termina siendo bastante contraproducente, asusta. La palabra pandemónium se parece a pandemia y significa bulla, griterío, confusión. Entonces, información, sí; pandemónium, no.
Al respecto, empezó a circular otra expresión interesante acuñada desde los gabinetes de la Organización Mundial de la Salud: “infodemia”, definida como información poco fidedigna, que genera pánico, desconfianza y promueve decisiones erróneas. En días como los que corren también informar inadecuadamente puede ser muy contagioso. Y de ese virus no nos salva ni zambulléndonos en una pileta llena de alcohol en gel.
La pregunta más consistente que escuché en estos últimos días fue: “¿Te imaginás si esto nos agarraba cuatro meses atrás con un Estado en modo reposera y con el Ministerio de Salud degradado a secretaría?”.
Es el interrogante más doloroso, pero, tal vez, el más sencillo de responder. De la malaria neoliberal, por suerte, zafamos. Lo que queda es atender todos los frentes, también los del dengue y el sarampión, que esos también nos vacunan.
Y con respecto al coronavirus, saber que nadie tiene coronita y que no hay peor protocolo que el que no se cumple.
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