Trump ya logró que varias multinacionales cambiaran sus planes de inversión para no sufrir represalias.
Con la zanahoria y, especialmente, con el palo: al maltratarlos públicamente Donald Trump hace temblar a los empresarios más poderosos, que acaban haciendo gestos de buena voluntad y prometiendo miles de empleos para los estadounidenses.
Esa estrategia ultraofensiva desentona en un país en el que la sacrosanta ley del mercado protege a priori a las empresas de un intervencionismo tan directo. Sin embargo, parece dar frutos.
General Motors y la red de supermercados Walmart se sumaron a la larga lista de compañías que prometieron aumentar su actividad en Estados Unidos, acatando el deseo de Trump de detener la deslocalización de empresas.
Algunos grupos no hicieron más que anunciar inversiones que ya tenían previstas desde hace tiempo. Sin embargo, actuaron bajo la presión de un presidente siempre listo a disparar una ráfaga de ‘tuits’ con amenazas como la de imponer tasas arancelarias a quienes importen productos que hagan perder empleos estadounidenses.
«Las compañías de autos y otras, si quieren hacer negocios en nuestro país, tienen que empezar haciéndolos aquí nuevamente», bramó Trump en Twitter el domingo.
A comienzos de enero Ford desistió de instalar una planta en México para invertir en Estados Unidos. Fiat Chrysler repatrió la producción de uno de sus modelos y anunció que empleará a unos 2000 estadounidenses.
La japonesa Toyota, el mayor fabricante mundial de autos, fue amenazada por Trump de aplicarle sanciones aduaneras si construye una planta en México para armar coches para el mercado estadounidense.
Trump también presionó en el sector tecnológico. Amazon dio un gran golpe al anunciar que planea crear 100 mil puestos de trabajo en Estados Unidos.
Magnate del sector inmobiliario, Trump ha agradecido las respuestas de las compañías pero sin privarse de autocongratularse.
«Con todos los empleos que estoy devolviendo a EE UU (…) creo que la gente verá ‘grandes cosas'», tuiteó el martes.
Para las empresas los beneficios en principio son simbólicos: evitan mala publicidad, dan imagen de patriotismo y quedan en buenas relaciones con el nuevo gobierno de la mayor economía del planeta.
La primera compañía en seguir a Trump fue el fabricante de sistemas de aire acondicionado Carrier. Obtuvo inmediatamente beneficios fiscales de 7 millones de dólares tras desistir de una deslocalización a México.
Temores proteccionistas
Sin anunciar inversiones, ejecutivos de poderosas empresas desfilaron por la Trump Tower de Nueva York, cuartel general del presidente electo, para intentar evitar controversias con el nuevo inquilino de la Casa Blanca.
Blanco de la furia de Trump por el costo del avión presidencial Air Force One, el presidente de Boeing, Dennis Muilenburg, fue a hablar con él. «Estamos en la misma línea para ofrecer la mejor capacidad por el menor costo», dijo luego.
Antes de ganar las elecciones del 8 de noviembre, Trump no era el favorito de los hombres de negocios.
Casi la totalidad de los ejecutivos de Silicon Valley, pulmón tecnológico de Estados Unidos, se le pusieron en contra. Entre ellos estaba el presidente de Amazon, Jeff Bezos, quien hablaba de vender viajes al espacio pero sin billete de regreso, si Trump ganaba la presidencia.
La inesperada victoria de Trump dejó azorados a los grandes grupos económicos.
«Antes de que tuviera la menor oportunidad de ser elegido, nadie le prestaba mucha atención a su programa, que contenía lo que las empresas quieren: muchas desregulaciones y rebaja de impuestos», dijo a la AFP Aparna Mathur, del centro de estudios conservador American Enterprise
La perspectiva de contar por primera vez desde 2010 con la Casa Blanca y el Congreso en manos del mismo partido es algo que también entusiasma a los medios empresariales. Creen que esa supremacía republicana puede romper años de parálisis política en Washington.
Lo que podría minar la convivencia de Trump y los empresarios son las represalias arancelarias que el magnate republicano prometió aplicar a China y México y que podrían costarle mucho dinero a empresas estadounidenses.
«Si se va a contratar ‘estadounidense’ se precisa vender ‘estadounidense’ y vender nuestros bienes y servicios al 95% de los clientes que no viven en Estados Unidos», advirtió Thomas Donahue, presidente de la poderosa Cámara de Comercio de Estados Unidos.
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