Palestina, una región en disputa

Por: Alberto López Girondo

No siempre árabes y judíos fueron enemigos. Y hace 70 años la ONU aprobó una resolución que establecía la creación de dos estados. Lo que va delas persecuciones en Europa a la Nakba, la expulsión de palestinos hace 70 años.

Norman Finkelstein nació en Nueva York, hijo de sobrevivientes del gueto de Varsovia de campos de concentración nazis. Daniel Baremboim nació en Buenos Aires, donde sus padres buscaron refugio de las persecuciones en Rusia. David Grossman nació en Jerusalén y perdió un hijo, soldado, en un ataque de Hezbollah, en el sur del Líbano en 2006. Carlos Escudé nació en Buenos Aires y se convirtió al judaísmo cuando ya había pasado el medio siglo de vida. Son cuatro posturas tan claras como diferenciadas en relación con el conflicto en Medio Oriente que no son de ahora, pero no está nada mal traerlas nuevamente cuando se cumplen 70 años de la creación del Estado de Israel y la Nakba palestina.

Para Finkelstein, entender la cuestión es sencillo: las relaciones internacionales se ordenan de acuerdo a legislaciones más o menos consensuadas en la Organización de Naciones Unidas (ONU) y el Tribunal de La Haya y a esta altura Israel lleva desoídas demasiadas resoluciones, con lo que cualquier solución debe ser política.

Baremboim, que tiene pasaportes  argentino, español, israelí y también palestino, piensa que «no es un conflicto político, sino uno humano entre dos pueblos que comparten la profunda y aparentemente incompatible creencia de que tienen un derecho sobre el mismo pequeño pedazo de tierra».

Grossman lamenta que vayan creciendo los israelíes que en su país ahora descreen de una solución posible para un conflicto que ya se llevó miles de vidas y lo sigue haciendo de un modo brutal con regularidad escandalosa.

Escudé, en cambio, ironizó alguna vez que “no todos los problemas humanos tienen solución, y el de Medio Oriente es un conflicto que tal vez no la tiene”.

Es bueno entonces recordar que árabes y judíos no han sido a lo largo de la historia enemigos irreconciliables. Más aún, los períodos de oro de la cultura árabe coincidieron en Al Ándalus, la región del sur de España más cercana al África, con una era dorada de la cultura judía.

Moros y sefaradíes convivieron durante ocho siglos en la península ibérica y pudieron alumbrar a pensadores de la talla del árabe Abū l-Walīd Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd (Averroes) con el judío Moshé ben Maimón (Maimónides), nativos de Córdoba. Salvo aislados incidentes, la coexistencia fue pacífica y ambos pueblos –ambas culturas- tuvieron destino de exilio cuando los reyes católicos derrotaron al Reino musulmán de Granada.

Justo en ese 1492, cuando la España imperial también llegaba a América de la mano del navegante genovés Cristóforo Colombo.

Persecuciones

La expulsión de islamitas y judíos privó a España de los dos pilares más desarrollados de la cultura ibérica. Recién hace cinco años el gobierno de Mariano Rajoy aprobó una ley que otorga ciudadanía española a los descendientes de sefaradíes de cualquier lado del mundo. Muchos otros, al igual que los fieles de Alá, debieron convertirse al catolicismo o sucumbir ante la Inquisición.

Los judíos sufrieron persecuciones en el resto de los países de Europa, sobre todo en el este. “Pogrom” es una palabra rusa que se traduce como devastación o disturbio y se aplicó a los violentos ataques contra poblaciones judías en la época zarista. “Ghetto” es un término que remite a los barrios cercados durante el nazismo, pero en italiano indica a los vecindarios judíos de Venecia.

El sionismo, por otro lado, es un movimiento político desarrollado por el húngaro Teodoro Hertzl tras el llamado Caso Dreyfuss, por el capitán del ejército francés que terminó condenado por un delito que no había cometido, víctima de un clima antisemita creciente en la Francia de fines del siglo XIX.

Fue entonces que los judíos europeos tomaron conciencia de que en un período de formación de naciones modernas -tras la unificación de Italia y Alemania fundamentalmente – no había espacio para desarrollarse en libertad y seguridad.

Los judíos europeos, según el historiador israelí Zeev Sternhell, tenían en ese momento dos opciones: integrarse a sus países de nacimiento o fundar su propio estado. Bloqueada la posibilidad de integrarse por la suerte que corrió el militar francés, quedaba la respuesta de un Estado Nacional, ¿pero dónde?

La elección fue volver a la Tierra Prometida, el Eretz Israel.

Las primeras oleadas de inmigrantes llegan a Palestina durante la llamada Primera Aliyá, en 1882. La mayoría de la población palestina era musulmana. En ese momento el territorio formaba parte del Imperio Otomano. No había mayores conflictos ni raciales ni religiosos, al punto que la guerra de Crimea de 1854 a partir del reclamo que hacían los zares de protección a los peregrinos cristianos ortodoxos que querían visitar los Santos Lugares.

Caen dos imperios

Pero la Gran Guerra del 14 se llevó puesto al último sultán otomano y para el fin de la contienda, los británicos habían logrado repartirse con los franceses el control de la región.

La Declaración de Balfour de 1917 prometía “los mejores esfuerzos” para apoyar la creación de un “hogar nacional para el pueblo Judío” en Palestina. Pero el alto comisionado británico para Egipto, Henry McMahon, para minar el poderío otomano, le había prometido el control de la región al Sharif de la Meca, Hussein.

El territorio quedó como Protectorado británico a partir de 1918 y los nuevos pobladores fueron creando instituciones con funciones estatales, como la Histadrut, una organización de trabajadores judíos. Las oleadas de perseguidos se fueron sumando, sobre todo desde que el nazismo tomó el poder en Alemania. Los nuevos pobladores tenían un ideario universalista y socialista. Prueba de ellos fueron los kibutz, modelo de explotación cooperativa única.

La segunda guerra dejó como saldo horroroso el Holocausto de seis millones de judíos. Fue la prueba más contundente de que quienes pensaban que Europa no era un lugar seguro tenían razón. Fue, también, el momento en que la dirigencia del Eretz Israel –encolumnada detrás de Ben Gurión-decidió dar la última puntada para la creación del estado judío.

Como recordaba Rodolfo Walsh en una serie de artículos escritos en 1973 para el diario Noticias, los que llegaban a Medio Oriente eran los judíos pobres que pudieron sobrevivir a los campos de concentración y lo habían perdido todo.

La visión para los palestinos era bien otra. Los que llegaban no lo hacían a un territorio vacío. Podrían considerarse, siguiendo a la Biblia, que eran un pueblo originario. Pero eso también lo pueden argumentar los árabes nativos, que además también tienen raíces semíticas.

Suele decirse que los mexicanos, peruanos o bolivianos descienden de los pueblos originarios y los argentinos descienden de los barcos. Algo similar podrían sostener los palestinos de entonces: los israelitas también descendían de los barcos.

Gran Bretaña, que soñó apropiarse de una parte del imperio turco tras los acuerdos secretos de Sykes Picot con Francia, terminó por perder su propio imperio y, con la creación de la Organización de Naciones Unidas, se fue quedando al margen de las decisiones individuales.

Naciones Unidas

Fue así que el 29 de noviembre de 1947 de la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución 181 que planteaba con todas las letras la partición de Palestina en un Estado judío y un Estado árabe. Establecía, además, una unión económica, aduanera y monetaria.

La resolución fue aprobada por 33 votos (entre ellos Estados Unidos y la Unión Soviética), con 13 votos en contra (entre ellos los países árabes y Turquía) y 10 abstenciones (incluido el Reino Unido, que pretendía no perder influencia) y la Argentina.

El dibujo de las fronteras es muy particular y asemeja al símbolo del Yin y el Yan, ese concepto taoísta que describe a las dos fuerzas opuestas y complementarias que rigen el universo y sus circunstancias.

Pero no hubo armonía y el 15 de mayo de 1948, el mismo día en que vencía el mandato británico, se proclamaba el Estado de Israel y estalló la primera guerra árabe-israelí cuando tropas de Egipto, Siria, Jordania, Irak y el Líbano se desplegaron sobre el territorio del nuevo estado, al que se habían comprometido a no reconocer.

El 20 de julio de 1949 se firmó el último de los armisticios que pusieron fin a lo que llama las Guerras de la Independencia israelí. Como resultado, Israel ocupó partes de territorios que no habían sido asignados en la resolución 181. Al mismo tiempo, más de 750 mil palestinos quedaron en situación de refugiados. Nakba es un término árabe que significa catástrofe o desastre, y se utiliza para designar al éxodo de cientos de miles de palestinos que lo perdieron todo.

La mayoría se habían ido de sus viviendas bajo la amenaza de la guerra pero tenían títulos de propiedad desde varias generaciones. Rodolfo Walsh contó en aquellos artículos escenas de violencia inusitada para expulsarlos. Desde el lado israelí se argumenta que los dirigentes árabes les habían recomendado que huyeran para salvar sus vidas y que pronto acudirían en su ayuda, pero eso no sucedió.

Desde entonces la llave de la casa que tuvieron sus ancestros y un hato de viejos papeles amarillentos con las escrituras originales simbolizan para los palestinos el deseo de retorno a su tierra de origen.

En diciembre de 1948 la Asamblea General de la ONU emitió la resolución la 194, que obligaba a «permitir a los refugiados que lo deseen regresar a sus hogares lo más pronto posible y vivir en paz con sus vecinos, y (…a) pagar indemnizaciones a título de compensación por los bienes de aquellos que decidan no regresar a sus hogares y por todos los bienes que hayan sido perdidos o dañado, en virtud de los principios del derecho internacional o en equidad, esta pérdida o este daño debe ser reparado por los gobiernos o autoridades responsables». Esta vez Argentina estuvo a favor y la Unión Soviética, junto con los países árabes, en contra.

La ONU intervino nuevamente en 1967, luego de la Guerra de los Seis Días contra tropas de Egipto, Jordania, Irak y Siria. Los ejércitos israelíes  ocuparon desde entonces territorios por fuera de las fronteras establecidas veinte años antes. La resolución 242, votada por unanimidad en el Consejo de Seguridad, insiste en un punto clave como es el de “la inadmisibilidad de la adquisición de territorios por medio de la guerra”, y en que los estados miembro ,“al aceptar la Carta de las Naciones Unidas, han contraído el compromiso de actuar de conformidad con el artículo 2 de la Carta”, que entre otras cuestiones exige a los integrantes del organismo “el respeto al principio de la igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos”.

Por lo tanto pide la “retirada de las fuerzas armadas israelíes de territorios que ocuparon durante el reciente conflicto; la terminación de todas las situaciones de beligerancia o alegaciones de su existencia, y respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los Estados de la zona y de su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas y libres de amenaza o actos de fuerza”.

Lo demás es historia reciente. Los palestinos fueron logrando el reconocimiento como estado de 130 países del mundo, incluida la Argentina, en la Asamblea General de la ONU, pero no se puede constituir formalmente porque tiene parte de su territorio ocupado. Donald Trump cumplió su promesa de campaña y para este 70 aniversario, EEUU apresta el edificio de su embajada en Jerusalén, una ciudad reclamada como sagrada por tres religiones. Eso desató el rechazo de todo el mundo y principalmente de los palestinos.

El saldo en muertos y heridos en la franja de Gaza es escalofriante por la represión de las manifestaciones que conmemoraban los 70 años de la Nakba.

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