Palabra va, palabra viene, Carlos Ulanovsky organizó su propio Congreso de la Lengua

Por: Mónica López Ocón

Periodista obsesionado por lo que dicen los argentinos y por la forma en que lo hacen, publicó varios libros sobre el tema. El último habla de las palabras en la Argentina del siglo XXI.

«Me atraía el diccionario en tres o cuatro palabras…», dice el poeta José Pedroni. ¿Quién no le preguntó alguna vez al diccionario el significado de una palabra «prohibida» que este contestó con una definición prolijamente guardada por orden alfabético?

A Carlos Ulanovsky le pasó lo mismo –buscó y encontró la palabra «culo», pero se frustró con las que tenían un contenido sexual intenso y coloquial–, sólo que él, como todo periodista que se precie, prolongó las preguntas más allá de la edad de los por qué. Y no sólo le preguntó al diccionario, sino que se dedicó a observar las palabras, a analizarlas, a darlas vuelta del derecho y del revés. El fruto de esa investigación son los tres volúmenes de Los argentinos por la boca mueren que publicó entre 1993 y 1997 y el más reciente Mi Congreso de la Lengua. Las palabras en la Argentina del siglo XXI (GES-Grupo Editorial del Sur), que es oportuno analizar ante la inminencia del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española y del congreso paralelo, una saludable contracumbre que pone en evidencia que las palabras son un campo de disputa.

«Si me hicieran la clásica pregunta de qué es lo primero que les miro a las personas –dice Ulanovsky en la introducción de este último libro–, no dudaría en responder con una virtual paradoja: ‘Les miro su forma de hablar’. Lo que sale por la boca me entra por los ojos. Y veo distintos e identificables a los demás escuchando las muy diferentes voces de los que, los conozca o no, tengo a mi alrededor. Y, desde luego, no creo ni un poquito en esa frase tan contemporánea que afirma que una imagen vale tanto como mil palabras».

Es reconfortante que en esta Edad Media cibernética que usa y abusa de la imagen como si aún viviéramos en la época en la que la Biblia tenía dibujos para que pudieran comprenderla las mayorías analfabetas, un periodista se ocupe de las palabras. ¿Y de qué modo se ocupa? De formas muy diferentes.

Por un lado, establece cuál fue «la» palabra clave que se utilizó cada año entre el año 2000 y el 2017. Si en 2000 de popularizó «piqueteros», en 2002 fue «trueque», una práctica que los argentinos realizábamos por primera vez. En 2015 fue «género». En 2017, ganó la expresión «zona de confort». Por supuesto que esas palabras son elegidas por el autor no a partir de una estadística, sino según su leal saber y entender de argentino. Luego, bajo el rubro «Picado fino», reúne observaciones, anécdotas, citas, en fin, misceláneas lingüísticas en las que hay una subsección fija que es «Usted lo ha dicho, Maestro». Por esta sección desfilan de Isidoro Blaisten a José Saramago, de Oscar Conde a Ivonne Bordelois, Jorge Luis Borges y Enrique Santos Discépolo. También incluye un Mapa de las palabras que abarca las diferentes zonas del país con sus particularidades lingüísticas.

En términos generales podría decirse que Mi Congreso de la Lengua es un inventario de palabras que usamos los argentinos que, erosionadas por la realidad, se modifican constantemente multiplicando sus sentidos, dando nacimiento a otras.

Además, ofrece tres bonus. El primero es «La desregulación de las malas palabras». En él consigna que esos vocablos considerados groseros «se convirtieron en expresiones de masiva disponibilidad y perdieron sentido de infracción». El segundo está referido a las palabras que no se llevó el viento, sino que se solidificaron en frases que constituyen un reservorio común de los argentinos. Allí figuran, por ejemplo, el rodeo vergonzante «mi voto no es positivo» y la mentira «lo peor ya pasó». El tercero está dedicado al verbo «soltar» que reemplaza a «resignar», «alivianarse», «despegarse», «permitir». El autor aprovecha ese bonus para dar el texto por terminado y soltarlo.

Libre de todo academicismo, el libro es, a la vez, muy riguroso. Es evidente el trabajo de lectura y de reflexión pero el autor rehuye la solemnidad y recurre al humor. Se trata de un texto divertido que nos retrata a nosotros mismos y que delata que ha sido escrito con placer y con auténtica pasión palabrera.

Curiosamente, un hombre como Ulanovsky que se dedica a las palabras, en ocasiones, no tiene palabra. Desde que terminó el primer volumen de la serie de Los argentinos por la boca mueren anunció que sería el último. Por suerte no cumplió ni cumplirá. Al primero de esa serie le siguieron dos más y Mi Congreso de la Lengua, que ya comienza a desbordarse fuera del libro. Las palabras le dan que hablar y, según confiesa, ya  tiene nuevas observaciones sobre ellas, desde los eufemismos meteorológicos del presidente Macri a las expresiones generadas en torno al escándalo Darthés. Por suerte, como el propio Ulanovsky dice parafraseando una vieja cumbia, «la cosecha de palabras nunca se acaba».  «

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