Pablo Echarri y Carlos Portaluppi: «La obra propone al alcohol como un puente y una herramienta emancipadora»

Por: Daniel Cholakian

Protagonizan, junto a Juan Gil Navarro y Osqui Guzmán, la versión local de Druk, el derrotero de cuatro docentes y amigos que intentan modificar sus vidas mediante la bebida. El humor como estrategia para ahondar en la frustración humana.

Aun cuando Finn Skårderud asegura que nunca escribió lo que le adjudican, el punto de arranque de Druk, obra que acaba de estrenarse en Buenos Aires, es su supuesta teoría de que los humanos tenemos un déficit de alcohol en sangre, de modo que bebiendo todos los días cantidades controladas nuestra vida sería “más amena, más valiente, más musical”, sintetiza Pablo Echarri.

La obra fue escrita por el danés Thomas Vinterberg, autor también la película ganadora del Oscar a mejor película extranjera, conocida como Otra ronda. La adaptación y dirección local es de Javier Daulte y los cuatro profesores que toman esa hipótesis y se entregan al consumo de alcohol supuestamente controlado son Echarri (Martín), Carlos Portaluppi (Nicolás), Juan Gil Navarro (Tomy) y Osqui Guzmán (Peter). Los dos primeros conversaron sobre la obra con Tiempo.

–¿Cómo le contarían al público qué es Druk?

Pablo Echarri:–Es la historia de cuatro profesores de colegio que están atravesando vicisitudes intensas y profundas en su vida, de una gran disconformidad, alejamientos con sus con sus relaciones interpersonales, hijos y esposas. A partir de la teoría de un psiquiatra noruego, que sostiene que el ser humano tiene un déficit del 0,5% de alcohol en la sangre y que suplementando ese déficit se logra tener una vida más amena, más valiente, más musical, ellos entienden que esta herramienta puede ser muy útil en sus vidas. Deciden iniciar una especie de investigación que, como todo lo tiene que ver con el consumo de alcohol, se va al carajo, porque ese 0,5% termina transformándose en un porcentaje más alto. La obra no hace apología del beber, pero esta historia juega con el alcohol como una herramienta para expandir la conciencia, para abrir un poco el corazón, aunque claramente los excesos son dañinos.

Pablo Echarri.

Carlos Portaluppi:–Sirve para abrir los propios canales de expresión…

P.E.:–Y estos amigos los abren, lo experimentan en sus encuentros. Podemos relacionarlo con juntarnos a comer y chupar con nuestros amigos. En sus encuentros empiezan a llevar adelante esa experiencia, aunque cuando lo trasladan al colegio la cosa se complica. A pesar de esto el relato tiene un espíritu festivo, no es un bajón. Te lleva sobre un tren alegre, distendido, hasta que en un momento te pega un mazazo, te golpea.

–Los personajes son docentes e investigadores que toman esta hipótesis para habilitarse a beber y registran metodológicamente los efectos del alcohol en ellos. Le dan un marco científico al modo con el que enfrentan la insatisfacción, como validando su consumo ante la sociedad ordenada y abundante en la que viven.

–P. E.:–Vinterberg es un artista genial y el planteo que hace es muy inteligente. Y más allá de cómo es Noruega, hay un paralelismo con cualquier otra sociedad. Acá son profesores que utilizan esa estructura para agregarle alcohol en sus vidas, para tratar de abrir un poco más sus corazones y tratar de estar un poco más conformes con la vida. Pero eso lo podemos entender todos, que de una u otra manera atravesamos situaciones complejas todos los días.

C.P.:–La obra plantea que consumir ese 0,5% extra de alcohol los hace estar más lúcidos, más abiertos, más rápidos en todo sentido, y el experimento que hacen observa si esto ocurre tanto en el plano profesional como en el personal. Lo toman como un experimento controlado, hasta que llegan a atravesar lo que llaman punto de encendido. A través de esa teoría de Skårderud se desencadena una serie de modificaciones en la vida de cada uno de ellos, que no son ni más ni menos que lo que cada uno de nosotros puede conocer como experiencias propias o de personas cercanas sobre los efectos que causa el alcohol.

Osqui Guzmán, Pablo Echarri, Carlos Portaluppi y Juan Gil Navarro.

–¿Es la frustración lo que está en el origen de todo lo que ocurre con la mayoría de las personas que forman parte del universo de este relato?

C.P.:–La frustración tiene mucho que ver y lo define muy bien Nicolás, mi personaje. Todos estamos atravesando momentos de cambios a nivel mundial, hay sociedades nuevas, pensamientos nuevos, gente que tiene nuevos valores. Por eso los mayores tienen que estar perceptivos y atreverse a escuchar esos valores o conceptos que están planteados en este mundo moderno. Y atreverse a vivir esas circunstancias del presente.

–En la obra además de los profesores y sus familias hay un personaje colectivo, los jóvenes. Las relaciones que se construyen con ellos son múltiples y en todas tiene un lugar el alcohol. ¿Cómo se cuentan en la obra esos distintos planos de relaciones, que como decís requieren esa apertura a nuevas circunstancias?

P.E.:–Los otros personajes, más allá de los cuatro profesores, están fuera de plano pero hay una relación constante con ellos. De hecho, el conflicto de cada profesor tiene que ver con personajes que están fuera de plano, que son parte de sus frustraciones y sus problemas de relación. Los vínculos que tienen entre ellos, y con las bebidas especialmente, es diferente a las de los jóvenes, que casi se ahogan en el alcohol. Estos profesores necesitan darle valor a la teoría del filósofo noruego para poder pasarse de la raya. Para los chicos ese consumo ya está incorporado. Tienen una relación propia con el alcohol, que es en parte el hilo conductor. La obra propone al alcohol como un puente y una herramienta emancipadora. Particularmente al principio. Lo maravilloso de Vintenberg, y de Daulte cuando adapta la obra y le da vida a estos cuatro personajes, es que plantea una situación en apariencia perfecta, pero que cuando uno ahonda se da cuenta que no hay solución de nada. El alcohol no resuelve nada en la vida, aunque en algunas circunstancias parece ayudar.

Carlos Portaluppi.

–¿Cómo se resuelve desde la puesta en escena la multiplicidad de espacios que transitan los personajes?

–C.P.:–Están todos los espacios. Daulte tiene una manera de trabajar que es realmente admirable, porque tiene cada cosa en su cabeza. No sólo la puesta en escena final, sino todo desde la prueba de vestuario, la luz, la utilería. Está en todos los detalles y todo aparece en servicio de contar la historia. Todos esos espacios se generan, siendo una obra que no tiene apagones. De golpe se transforma un espacio y pasás a la casa de alguno de ellos, o pasás de la sala de profesores a un vestuario solamente con un cambio de luces, o de golpe aparece un estacionamiento. Todo ocurre de una manera muy ágil, porque Javier tiene una cabeza brillante.

P.E.:–La propuesta escenográfica es muy innovadora. La sucesión de escenas y distintos ámbitos se resuelve con una propuesta de cambios escenográficos y de luces, donde lo interesante es sorprenderse, y por supuesto poder introducirse en lo que le sucede a los personajes en ese casi constante estado de embriaguez y de alegría. Hasta que viene el momento del palazo. Lo maravilloso del teatro es que con un cambio de ritmo, con un silencio, con un texto bien escrito y con la capacidad que pudieran tener los actores para transmitir, se genera ese cambio de ritmo dentro del relato. Acá tiene mucho que ver con la muñeca de Daulte, que logra un manejo de la comedia dramática muy ajustado.

–¿Cómo se pararon en tanto actores frente a esta obra que tiene una propuesta dramática, pero sin dudas abre una puerta a una mirada que no condena ni pontifica el consumo del alcohol, sino que propone una mirada crítica y abierta sobre nuestras vidas en relación con las bebidas?

C.P.:–Creo que importa que estos colegas son también amigos y se interesan por la vida del otro. De ahí es donde surge esta decisión de experimentar en esta teoría para ver que le sucede a cada uno. Nosotros buscamos interpretar y alcanzar el nivel máximo del pensamiento del personaje, que es el pensamiento del autor, que es lo que nos interesa trasmitir como actores. La importancia de nuestro arte es poder transmitir el pensamiento del autor para que quede vivo en la memoria del espectador, que le termina dando forma y lo construye como algo real para poder repensarlo a su vez. «




DRUK

Autores: Thomas Vinterberg y Claus Flygare. Adaptación y dirección: Javier Daulte. Intérpretes: Pablo Echarri, Juan Gil Navarro, Osqui Guzmán y Carlos Portaluppi. Funciones de miércoles a domingo en el Teatro Metropolitan, Corrientes 1343, CABA.

La derecha, siempre contra la cultura

Pablo Echarri es tesorero de SAGAI, la sociedad de gestión que defiende los derechos intelectuales de actores, bailarines e intérpretes de voz. Todas las sociedades de este tipo están siendo atacadas por el gobierno a través del ministro Sturzenegger. Sobre esto Echarri afirma que este es un  capítulo más del ataque de Milei a la cultura. «Cuanto más a la derecha se sitúen los gobiernos, más complejo le resulta relacionarse con la cultura porque es una expansora de conciencias. Las artes son herramientas que nos dan posibilidades de sacar conclusiones sobre nuestra vida y sobre la vida de los demás. Y de ahí, si tenemos la capacidad para poder organizarnos, podemos cambiar esa realidad que vivimos. Vivo con cierto estupor cómo la sociedad argentina, más allá de los fracasos económicos, llegó a elegir este modelo político que viene a destruir lo que existe, lo que se tardó décadas en construir. Pero que creo que tiene vuelta atrás, sobre todo cuando la gente es maltratada, ninguneada, vilipendiada. Y será mucho más temprano que tarde. Mientras tanto, aguantamos los golpes y esperamos que las políticas de Milei duren lo menos posible», concluye el actor y dirigente.


Maltrato, violencia y angustia

Al hablar de Druk, Carlos Portaluppi se refiere reiteradamente a la comunicación, a la empatía y a la capacidad de comprender a las otras generaciones. En ese orden afirma mucha desazón con las maneras violentas del presente en la Argentina: «Me genera realmente mucha decepción y mucha angustia. Hay algo que tiene que ver con la manera de decir las cosas, con el comunicar desde la agresión que no está bueno. Me parece que se habilita un pensamiento que no hace bien a nadie a través de la violencia. Estamos siendo gobernados por influencers, por algo así como el pensamiento de un influencer. Esto no construye, no ayuda a unir, excede todo tipo de conducta esperable y les quita el respeto, porque ni ellos mismo tienen el respeto hacia la investidura. Me resisto a que se considere correcto el lenguaje que se está utilizando. No puedo aceptarlo, me incomoda mucho ver el desprecio, el maltrato y la poca visión para la construcción de puentes. Están acabando con muchas cosas que han costado mucho construir en los tantos años de democracia que llevamos».

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