Por definición, además, ninguna lengua es pura, nace del mestizaje, del aporte aluvional de distintos pueblos. En su ortografía está inscripta, precisamente, la sagrada impureza de su origen. Aunque todos los dan por muertos, el latín y el griego están vivitos y coleando no solo en la jerga académica, sino en el habla cotidiana. Cada vez que recordamos volvemos a pasar el ayer por el corazón, porque en latín re indica “de nuevo” y cordis, “corazón”. Y cuando decimos la hermosa palabra caleidoscopio pronunciamos tres palabras griegas: kalós, “bella”, éidos, “imagen” y scopéo, “observar”.
La jota y la hache, por su parte, nos hablan del componente árabe. Cuando decimos “ojalá”, la palabra con la que se expresan los sueños y los deseos, decimos “Dios quiera ” y ese dios es Alá. Seguramente, la misma palabra que debe de haber dicho aquel rey moro, que se paseaba “por la ciudad de Granada / desde la puerta de Elvira / hasta la de Vivarramblas” para que las fuerzas castellanas no lograran su cometido de tomar Alahama. Corría el siglo XV y ya desde ese entonces una burocracia celestial entorpecía los trámites y hacía que las plegarias no siempre fueran atendidas, por lo que según lo cuenta el romance anónimo musicalizado por Paco Ibañez, el rey lloró amargamente la pérdida, “Ay, de mi Alhama. Ay, de mi Alhama”.
Hasta la palabra fulano y mistongo, que suenan tan porteñas, provienen de otra parte, más precisamente de África. Del mismo modo proviene de allí la palabra gorila (¿tanto se ha extendido el rechazo de ciertos sectores a las clases populares y el peronismo?) y tantas otras que han sacado ciudadanía en el Río de la Plata.
El préstamo lingüístico enriquece las lenguas. Pero una cosa es el préstamo lingüístico y otra muy distinta la tilinguería que tiene su propio diccionario separatista de shopping o barrio cerrado.
Vayamos a un ejemplo. En algún tiempo lejano, cuando se acercaba el final de una temporada, en las vidrieras podían verse letreros que anunciaban liquidaciones, ofertas, rebajas, descuentos. Hoy, esas palabras, según el diccionario de la Real Academia de la Tilinguería, fueron reemplazadas por expresiones como Sale, 15 por ciento off. Es que, según parece, comprar por menos precio en español es una grasada, mientras que comprar más barato en inglés es redivertido, ¿viste?
No puedo evitarlo. A menudo tengo un sueño gardeliano. Carlitos sonríe de costado mientras camina por las calles de Nueva York. A su lado, Tito Lusiardo le dice: “Mirá, hermano, lo que es el imperialismo del tango, que ahora los carteles de neón dicen Liquidación de ropa para minas. Rebajas del 50 por ciento para las paicas y las grelas. Junen qué oferta de tamangos”, palabra de origen africano con que los esclavos negros aludían a los trapos o cueros con que se cubrían los pies por no disponer de calzado (Diccionario de Africanismos en el Castellano del Río de La Plata, de Néstor Ortiz Oderigo).
En los programas televisivos de cocina ya no dan recetas de galletitas, sino de cookies; ya no procesan ni licuan ingredientes, sino que los mixean; no preparan tortas, sino cakes.
De las películas ya no se pasa la “cola”, el “adelanto”, o el “avance”, ahora muestran el tráiler y tampoco se adelanta un final, sino que se spoilea. La gente ya no usa un buen traje o un buen conjunto de ropa, sino un buen outfit.
Es cierto que el mundo se ha globalizado, pero no he escuchado a ningún político de los Estados Unidos, del presidente para abajo, hablar en castellano para referirse a políticos argentinos. En cambio, todos hemos escuchado a un presidente argentino dirigirse en inglés a políticos de Estados Unidos como si representara solo a los ciudadanos que comen cookies y cakes, festejan Halloween y, aunque no quieran confesarlo, compran outfits on sale 50 por ciento off. Hace un tiempo, Mauricio Birabent, Moris, dijo en una entrevista: “Cuando camino por Buenos Aires veo pintadas que dicen Rolling Stones, Ramones, Sex Pistols. Cuando camino por Nueva York, no veo pintadas que digan Fito Páez”.
El préstamo lingüístico es legítimo cuando se carece de palabras en un idioma para nombrar algo, por ejemplo, elementos relacionados con la tecnología digital. También es legítima la mezcla en zonas de frontera. Pero el tema es que ahora hasta las fronteras son virtuales y el Río de la Plata se ha desplazado. Por eso los chicos dicen canicas y no bolitas y muchos adultos también hablan en la lengua de traducción de series y ya no dicen tiroteo, sino balacera. Solo faltaría que interpelaran a los ladrones diciendo “ríndanse y tendrán un juicio justo” para estar dentro de una película de vaqueros.
No es esta una nota nostálgica. Es cierto que el lenguaje es un organismo vivo y cambia. Es más bien una nota indignada por esa jerga en inglés cada vez más amplia que llega a constituir una lengua aspiracional que tiene similitudes con el voto aspiracional. Parece que somos menos sudacas, menos negros, menos pobres si lucimos un outfit. Pero siempre es mejor llamar a las cosas por su nombres, al pan, bread y al vino, wine. «
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