Paralizará nada menos que a Ford, General Motors y la multinacional Stellantis. El 97% votó el paro. La advertencia patronal prevé una puja feroz.
La decisión de los trabajadores de las dos automotrices norteamericanas y de Stellantis –la holandesa que explota y comercializa las marcas Fiat, Alfa Romeo, Lancia, Maserati, Jeep, Chrysler, Dodge, Peugeot, Citroën, Opel y Vauxhall– pone en juego el derecho pleno a la actividad sindical, una de las libertades básicas en todas las democracias occidentales, pero que en EE UU es, apenas, un enunciado perdido en el discurso histórico que se impuso por todo el mundo. La UAW reclama un aumento salarial escalonado del 46%, la reducción de la jornada laboral, el reconocimiento al derecho de sindicalización con inclusión en la UAW de los trabajadores de las futuras plantas de producción de baterías y la garantía de no trasladar sectores de la producción fuera de Estados Unidos.
Como lo admiten altos cargos empresarios, nada de eso es imposible, pero ceder a las demandas conllevaría dos “situaciones inaceptables”. Por un lado, darles una victoria a las nuevas camadas de conducción de los sindicatos, y sobre todo, a esas bases juveniles que pisan cada vez más fuerte y comprometen a sus dirigentes. Por el otro, perder la capacidad de presión empresarial cuando chantajeaba con el traslado a terceros países de parte de las líneas de producción, con lo cual los trabajadores perdían la solidaridad de sus pares de la misma empresa en el exterior. Eso, y las prebendas dadas a quienes no se pliegan a la actividad sindical, son formas que les permitieron a empresas como Kellogg’s y Amazon estirar la inactividad obrera. Hasta que en 2021 debieron ceder a las demandas. Y se vino la sindicalización en Starbucks y UPS, algo inadmisible para el establishment.
El T y el Escarabajo
No hay nada de simbolismo en los reclamos de los trabajadores. Sin embargo, hay hechos a destacar, sobre todo en la automotriz Ford, donde el viejo Henry, como en ninguna otra, es una referencia insoslayable. El 31 de agosto de 1908, harán 115 años el próximo jueves, Ford comenzó a producir su célebre Ford T (el Ford a bigotes en el Río de la Plata) en una cadena de montaje. Hasta entonces los automóviles se fabricaban artesanalmente. Desde entonces, y durante dos décadas, el T le permitió a Ford liderar la producción y las ventas. Y con el abaratamiento de los precios de mercado que hicieron que los automóviles fueran más accesibles, sirvió de ejemplo para que, años después, el régimen nazi produjera El Escarabajo de Volkswagen, “el auto del pueblo”.
En estos días de convulsión en el ámbito empresarial norteamericano –con huelgas en John Deere, Hollywood, docentes, las empresas de logística, los controladores aéreos y decenas de etcéteras– no hubo ni recuerdos ni referencias para Henry Ford, ni de los familiares ni de ninguna AmCham del mundo. Sin embargo, el 30 de julio, hace un mes, debió recordarse que ese día de 1938, hace sólo 85 años, el viejo Henry fue distinguido con la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana –la Grosskreuz des Ordens vom Deutsche Adler, le gustaba decir–, la condecoración más alta conferida por los nazis a un extranjero. Ni el piloto Charles Lindbergh, otro “héroe americano” del hitlerismo logró una semejante cucarda. Ford era un antisemita enfermizo, el único norteamericano citado por nombre y apellido en el autobiográfico Mein Kampf (1925), la biblia nazi, matriz ideológica de Hitler.
Nuevos liderazgos
Los nuevos protagonistas de la vida política norteamericana no tienen el privilegio de estar en las primeras planas, y eso que el año pasado el personal técnico del The New York Times –el diario por excelencia del establishment– se anotó entre los sindicalizados de la nueva oleada. Un diario mexicano, La Jornada, sí los acogió e hizo una encuesta entre académicos abocados a la investigación de los fenómenos sociales, específicamente del escenario actual a la luz de las nuevas dirigencias, la militancia sindical de base y la repercusión que la presencia de estos actores tiene en la vida de la gran potencia.
“Probablemente el factor más importante sea la presión que se da en las filas sindicales para lograr liderazgos más dinámicos y militantes. La nueva gestión de trabajadores jóvenes y muy activos, y en particular de los progresistas radicalizados por las prédicas del senador socialista Bernie Sanders y movimientos recientes como Black Lives Matter (Las vidas de los negros también importa, una organización nacida en la comunidad afrodescendiente), han jugado un papel mayor al impulsar desde abajo y hacia la izquierda al movimiento sindical”, interpretó Eric Blanc, investigador en la temática laboral de la Universidad de Rutgers, la más prestigiosa del sistema educativo de Nueva Jersey.
Blanc coincide con Kent Wong (director del Centro de Investigaciones Laborales de la Universidad de California) en que la acción de los nuevos liderazgos que coordinan tareas con otros sindicatos y organizaciones comunitarias y políticas, está bien pensada para asegurar expresiones de apoyo en caso de estallido de una huelga. Ambos coinciden, también, al señalar que los niveles de aprobación pública del acontecer sindical están más altos que nunca, desde los primeros años del siglo pasado, porque hay una percepción generalizada de que los trabajadores fueron definitivamente estafados, excluidos del “sueño americano”. Para los investigadores, pese al silencio de los medios el apoyo público a la actividad sindical es tan abrumador que anima a los obreros a sindicalizarse y a los sindicatos a encarar huelgas y paros.
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