«Oppenheimer”, un tanque que reivindica la tradición del cine y se mueve entre la redención y la propaganda

Por: Hugo F. Sánchez

La película de Christopher Nolan protagonizada por Cillian Murphy retrata la vida del creador bomba atómica arrojada en las ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki.

Si el secreto fue una de las condiciones fundamentales para el Proyecto Manhattan que desarrolló la primera bomba atómica que probaría su letal eficacia primero en la ciudad japonesa de Hiroshima y luego en Nagasaki en 1945, casi ocho décadas después, un hermetismo menos dramático pero sostenido con igual tenacidad rodeó desde el comienzo al proyecto «Oppenheimer” de Christopher Nolan, que aborda la vida de J. Robert Oppenheimer, que pasó a la historia como el “padre de la bomba atómica” y que finalmente llega a los cines mañana.

En un riguroso blanco y negro alternado con algunas escenas en color, la película fue rodada en el formato IMAX, que mejora a los viejos 70mm que por caso, usaron William Wyler en “Ben-Hur” (1959); David Lean en “Lawrence de Arabia” (1962); Stanley Kubrick en “2001: Una odisea en el espacio” (1968); y el propio Nolan en “Interstellar” (2014) y “Dunkerque” (2017).

Ferviente defensor de lo analógico por sobre lo digital y por aquello del cine más grande que la vida, la experiencia inmersiva del formato IMAX resulta imprescindible para Nolan en su ambición de reflejar la vidas pública y privada del físico teórico Oppenheimer, en su genialidad pero también en sus contradicciones.

El relato muestra a un joven Oppenheimer incursionando en áreas de la física cuántica inexploradas, sus ensoñaciones sobre cómo se produciría la violenta fisión del núcleo de un átomo con sus correspondientes neutrones y rayos gamma que encontrarían su aplicación práctica en la maquinaria bélica, pero también en sus esfuerzos posteriores para prevenir sobre los peligros terminales de una guerra nuclear, la persecución que debió soportar de parte del gobierno de los Estados Unidos por sus posibles vinculaciones con el comunismo, y claro, su tormentosa vida privada.

Basada en el libro ganador del Pulitzer titulado “American Prometheus: The Triumph and Tragedy of J. Robert Oppenheimer”, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, la película protagonizada por Cillian Murphy, junto a Matt Damon, Robert Downey Jr., Emily Blunt, y Florence Pugh, comienza justamente con el mito de Prometeo, que le robó el fuego a los dioses para dárselo a los hombres y por eso fue castigado por el resto de la eternidad.

Se trata entonces de contar la gloria y castigo de un hombre extraordinario, que en su genialidad llegó teorizar sobre terrenos a los que nunca había llegado el hombre desde las teorías de Albert Einstein con el que se relacionó, pero que también contribuyó de manera decisiva a crear un arma que el 6 de agosto de 1945 mató al instante a 66.000 personas en Hiroshima y tres días después otras 70.000 en Nagasaki, aunque por la radiación posterior a ambas explosiones se calcula que las victimas llegaron a las 250.000.

Para el director de la trilogía “The Dark Knight” el cine se trata de una cuestión de proporciones gigantes y en buena parte de su obra la aplica sin reservas, cosechando fanáticos y detractores en partes que cambia su correspondencia de acuerdo a cada uno de sus opus.

La conocida ampulosidad del director en este caso está mitigada por el relato clásico, en una historia que sigue y expone al aparentemente inexpugnable Oppenheimer, que Cillian Murphy compone alternando un comportamiento hierático aunque apasionado y el desgarramiento interior por la magnitud de su invención.

Por supuesto que “Trinity”, la primera prueba de la bomba en el desierto de Nuevo México está y es uno de los momentos esperados de la película, pero el filme del director londinense es mucho más que la espectacularidad del arma, al recorrer cada uno de los hitos que llevaron a Oppenheimer a ser la portada de la mítica revista Life como uno de los personajes más importantes de su tiempo al acelerar la rendición del imperio del Japón y poner fin a la Segunda Guerra Mundial, según la visión estadounidense de la época.

La película puede tomarse como un thriller contra el tiempo, en donde Estados Unidos quería llegar al arma definitiva antes que los nazis, una carrera llena de obstáculos científicos, materiales y políticos, que Robert Oppenheimer fue sorteando con su equipo paso a paso con el respaldo de su gobierno.

Pero el científico, formado en los Estados Unidos que buscó su perfeccionamiento en Europa con los mejores teóricos de la época, veía que su universo teórico y su propia psiquis necesitaban un anclaje en el mundo real, así que sus preocupaciones políticas se canalizaron con las ideas de izquierda, que lo llevaron a colaborar con dinero a la causa de los republicanos que luchaban contra el franquismo es España.

A través de numerosos flashbacks y saltos en el tiempo, esas relaciones con el Partido Comunista estadounidense fueron las que marcaron su camino hacia el descrédito años después de finalizada la guerra, en donde sus ambiciones, amistades, amoríos y acciones fueron desnudadas por un comité del Senado amañado, que ya tenía su sentencia escrita antes de que comenzara el proceso.

Compleja, visualmente deslumbrante y con una narrativa simple, «Oppenheimer” puede ser parte involuntaria (o no) del fenómeno de marketing y de las redes sociales llamado «Barbenheimer», que la asocia a «Barbie» de Greta Gerwig, otro de los estrenos de mañana y sin duda del año.

Lo cierto es que en épocas de disputas con el streaming hogareño, ambos filmes a los que se le puede y debe sumar “Misión imposible: sentencia mortal”, son películas que aunque hegemónicas y que desplazan la producción de cine local de los distintos países, luchan con dignidad y calidad por el cine industrial para ver en las salas.

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