De manera inédita, uno de los barrios donde más votos saca el oficialismo porteño se levantó en contra de las reformas urbanísticas que cambian su fisonomía actual de casas bajas.
Desde hace unos meses también las calles, los negocios y las casas de la zona se expresan a través de consignas claras: más espacios verdes y menos edificios. Las principales plazas, Balcarce y Lima, se convirtieron en escenarios cotidianos de encuentros vecinales en los que discuten distintas iniciativas para que el gobierno de la Ciudad dé marcha atrás con el Código Urbanístico y excepciones que habilitan la construcción de edificaciones que romperán con la imagen del barrio.
Matías Amica es músico y uno de los referentes de Vecinos Unidos de Núñez. Supo que tenía que hacer algo cuando en Pissarro, entre Correa y Ramallo, demolieron varias viviendas contiguas para construir un edificio que le cambiará su calidad de vida. “Comenzamos a organizarnos preocupados por la aprobación del Código que permite arrasar con el patrimonio urbano y edificar a una altura que antes estaba prohibida”, explica el joven a Tiempo. El cambio fue automático: “notamos que al levantarse las protecciones, la mayor parte del patrimonio comenzó a ser demolido”.
Construir edificios no es urbanizar
“Quieren densificar toda la Capital Federal a costa del ambiente. El otro día fuimos a hablar a la Legislatura con representantes de Urbanismo y Planificación, y tienen un diagnóstico de que todos los barrios pueden crecer el doble o el triple”, describe Bianca Petillo, vecina y arquitecta. Le recriminó a los funcionarios haber planteado una altura de 11 metros con subsuelos, sin límite de densidad: «No están previendo los impactos ambientales negativos. Van a cementizar los suelos y el agua va a dejar de escurrir”.
Bianca, especializada en Gestión Ambiental Metropolitana, analiza que hasta hace algo mas de un año, previo a la cuarentena, había muy pocos edificios: «A lo sumo eran de ocho departamentos, de baja altura, pero al cambiar el Código, se quitó el retiro de frente de 3 metros que era obligatorio y que generaba verde delante de los terrenos y veredas anchas”. Ahora que las construcciones avanzan hasta la línea municipal, crece el hostigamiento de los desarrolladores inmobiliarios que buscan hacerse de terrenos: “Están comprando a mansalva y por manzana hay decenas de demoliciones y otra veintena de casas a la venta”.
Más allá de la pérdida de intimidad y tranquilidad que conlleva la construcción de edificios en un lugar donde predominan las construcciones bajas, se encienden las alertas por el riesgo de colapso de los servicios. “Hace tres años huí del horror en que se convirtió Palermo buscando un barrio amplio, con luz, con aire que circule, pero todas estas modificaciones y excepciones que hicieron en Núñez me obligan a tomar el compromiso de defender el patrimonio urbano y tomar con seriedad la infraestructura de la zona”, indica la psicoanalista Memé Giulano, de 54 años. Y enumera la cantidad de veces que, en su corta estadía en el barrio, debió llamar a AySA para que desagotaran las cloacas o las veces que advirtió cuadrillas de Edenor por problemas en los transformadores.
“Es un panorama que merece mucha mayor adecuación de los recursos y planificación urbana en serio. Construir edificios no es urbanizar, me parece que se está deteriorando la calidad de vida de la Ciudad y, a pesar de lo que se dice, no se da una respuesta al déficit de vivienda”, continúa Memé, y sintetiza: “En Núñez tenemos los terrenos que primero le cedió Nación a Ciudad, donde se dijo que eran para hacer obras y mejoras para toda la comunidad. Es una mentira de punta a punta. Los terrenos ferroviarios o el predio de Tiro Federal (subastado por el gobierno porteño para construir torres y el Parque de la Innovación) van a terminar siendo una urbanización privada para pocos”.
Al igual que Memé, el psicólogo Antonio Lapalma también huyó del ruido de los bares y pubs de Palermo hace doce años. Ante la burocracia de la Ciudad, sus reclamos como vecino solían quedar en la nada y optó por mudarse. Hoy, sus expectativas son diferentes: “Siempre hubo excepciones por manzanas o zonas, pero ahora las pueden hacer por lotes. Hay una impresionante presión inmobiliaria para que la gente venda las casas, sobre todo las que dan al pulmón. Los desarrolladores pagan las excepciones». Y describe al grupo vecinal como «un movimiento espontáneo que nació en un chat de vecinos el 26 de septiembre genuinamente preocupados y alertados. No vamos a parar hasta que esto cambie”.
“Desde el gobierno se jactan de que vivimos en uno de los barrios más caros. Yo nací acá, si me tengo que comprar algo en la zona tendría que volver a nacer. El problema no es la falta de vivienda, porque casas sobran, sino la economía”, puntualiza Bianca, quien sigue asombrada por la movilización del barrio, «porque para que Núñez se empiece a mover, poner carteles y juntarse en la plaza es porque el gobierno pasó un límite. Tampoco estamos pidiendo que no se construya nunca más, sino que respeten el barrio”. «
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