La Argentina tiene forma de desconocer una eventual nueva deuda con el FMI y evitar caer nuevamente en el escenario de 2018, de la mano del mismo ministro de Economía.
Una parte importante de la dirigencia política argentina, de sus formadores de opinión y de la ciudadanía, es como Funes pero al revés. No recuerda absolutamente nada y, por eso mismo, está condenada a no poder pensar y a repetir, una y otra vez, los errores del pasado, por más reciente que sea.
A riesgo de que perdamos la atención, empecemos por lo importante. Sería muy bueno que la dirigencia política no oficialista, en todas sus variantes, se manifieste públicamente, en todos los ámbitos donde le sea posible, afirmando que no reconocerá en el futuro, de ser gobierno, una nueva deuda con el Fondo Monetario Internacional. Recordemos algo: El FMI forma parte de Naciones Unidas, y el estatuto de esta última habilitaba (y lo sigue haciendo) a la Argentina a ir a la Corte Internacional de Justicia en caso de que existan diferencias entre el país y el FMI (que es miembro de la ONU) sobre la naturaleza del préstamos.
Recordemos otra cosa fundamental que ocurrió hace cinco minutos. El préstamo otorgado originalmente por el FMI bajo la administración de Mauricio Macri viola explícitamente varios artículos del propio Fondo: por el monto otorgado (que excede tres veces lo que podía prestar la institución a la Argentina) pero también por el destino y la insostenibilidad en la que el propio fondo había señalado en la que se encontraba la Argentina en 2018, que desaconsejaba por lo tanto un préstamo de tamaña magnitud. Los mismos argumentos aplican a la situación actual: sin ir más lejos, el artículo VI del estatuto del FMI prohíbe expresamente que el organismo otorgue préstamos para intervenir en el mercado cambiario, financiando la formación “barata” de activos externos, ante presiones devaluatoria.
Entre abril y noviembre de 2018 el Banco Central perdió 10.5 mil millones de dólares de reservas internacionales, pese a que ingresaron 20.6 mil millones de dólares por el préstamos del FMI. El mismo Caputo que gestiona la economía hoy utilizó dicho préstamo para que quienes habían invertido en instrumentos en pesos puedan comprar dólares lo más baratos posible y así hacerse de la mayor rentabilidad posible en moneda dura.
Hoy sucede lo mismo. La estrategia antiinflacionaria del gobierno de Milei es la misma estafa piramidal de siempre. Usar el tipo de cambio como ancla y sostener la estabilidad cambiaria con deuda. No hay misterio: el gobierno mantiene fijo el valor del dólar todo lo posible, por lo que el límite al aumento local de precios es la competencia importada, y la contracara de la baja en la inflación es el déficit de cuenta corriente y la recesión del sector industrial. Lo que la convierte en una estafa es que, tanto antes como ahora, esa estrategia se sostiene sobre la base de un brutal endeudamiento. En otros términos, sobre la promesa de que el Estado va pagar una rentabilidad tan grande en pesos que haga creer que no es rentable la compra de dólares. El problema es que, cuando los signos de una fuerte devaluación se vuelven evidentes (como los siete meses seguidos de déficit que acumula la cuente corriente cambiaria; seguidilla que no se registra, oh casualmente, desde principios de 2018) no hay tasa de interés que compense dicho riesgo devaluatorio y ahí el esquema se desmorona.
Estamos nuevamente en ese momento. Caputo nos dice que esta vez no es como fue siempre aunque lo parezca. Porque hoy Argentina no tiene déficit fiscal. Pero Caputo ignora, o pretende que nosotros y nosotras ignoremos, que el propio FMI reconoce que lo que hace sostenible a las deudas de los países no es el superávit fiscal sino el crecimiento económico. Caputo ignora increíblemente, o quiere que no veamos, que, según datos del propio FMI, de un total de 183 países que presentan datos completos de ingresos y gastos tributarios entre 2003 y 2022, 113 exhiban un déficit fiscal primario (ingresos menos gastos, antes del pago de deuda) en 15 de los últimos 20 años bajo análisis, y que la enorme mayoría de ellos no tiene inflación. O que, según el Banco Mundial, la enorme mayoría de los países, cuando aumenta su deuda, no lo hace en moneda extranjera; por la simple, e increíblemente obvia, razón de que es más peligrosa y menos sostenible que la deuda en moneda local.
En definitiva, o Caputo y Milei no saben nada o nos están estafando. Sea como fuese, tenemos que decir de todas las maneras posibles que esta nueva deuda es ilegal, ilegitima y que haremos todo lo posible por no reconocerla. Porque, está vez y como siempre, esa deuda sólo servirá para pagar las enormes ganancias de dos o tres vivos.
*Economista. Vicerrector de la Universidad Nacional de General Sarmiento e Investigador del CONICET.
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