El actor escribió y dirige La Medicina. Tomo I, una crítica feroz pero con mucho humor a las prácticas mercantiles que explotan y a la vez abandonan a las sociedades modernas.
«Todo lo ligado al negocio de la medicina siempre me llamó la atención. La imposibilidad de pagar tratamientos es la primera causa de muerte en Estado Unidos, por ejemplo. Muchas de las cosas que pongo en la obra parten de mis propias experiencias, ligadas a mis propias enfermedades. Además, nos ayudó mucho una compañera médica con mucha experiencia que nos contó mucho de lo que viven del otro lado del mostrador. Eso nos permitió cruzar muchas reflexiones y concluir que el sistema de salud alimenta la enfermedad de vivir en el capitalismo», sentencia Briski.
El teatro es para él un juego permanente y una herramienta de aprendizaje: «En la capacidad poética del autor está poder imprimir en sus observaciones metáforas y denuncias. Solo brumas, de Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky, obra que tuve el honor de dirigir, denunciaba cómo para bajar las tasas de mortalidad infantil había políticos que no anotaban como fallecidos a los que no habían llegaban a determinado peso. Esa monstruosidad de lo cotidiano es intolerable. Allí el teatro es una herramienta para advertir y reflexionar sobre qué sociedad estamos teniendo y cómo se quiere seguir. Como decía Pavlovsky, ‘si el teatro no es subversivo, no tiene sentido'».
Pero Briski no se detiene y señala: «Cuando nos metemos con estos temas, como el de enfermar curando y demás, tratamos de reflejar de la mejor manera esa tragedia. El humor es una herramienta muy usada en esta obra porque está muy ligada a lo siniestro desde el primer cuadro, en el que se explica qué es la medicina. Es fundamental ese recurso para no caer en un tono a lo Samuel Beckett, donde lo sórdido todo lo cubre. Pero no dejamos de decir lo que queremos. El humor no le quita potencia al discurso porque nos reímos para no llorar. Los ejemplos sobran, hoy los precios de los medicamentos hacen que la mortandad aumente porque mucha gente no los puede pagar».
Briski (81 años) es una figura inconfundible e incansable de la escena local. Pero mantiene un compromiso incansable con su oficio y pasión: «Soy un hacedor, no reflexiono de dónde vengo ni para dónde voy. Lo mío es jugar, para darme la posibilidad compleja de decir algo, siempre con el compromiso ético que el teatro diga algo que valga la pena. Me gusta el teatro no rentable porque no esconde intereses publicitarios. Acá todos estamos por amor al arte, nadie viene por el dinero o para hacer negocios. Este es un lugar para jugar y lo único que se pide es poder seguir jugando». «
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