No tan loquitos

Por: Carlos Ulanovsky

Son jugadores de fútbol que, a lo mejor, salieron de algún dibujo animado. Son –fueron, ojalá que algo de esa especie sobreviva– desenfadados, fanfarrones, cancheros. Felices con una pelota en los pies y cercanos al prontuario lejos de una cancha. Habilísimos, prestigiosos habitantes de la raya y rayados también. Esta es la particular tribu que habita en Los siete locos del fútbol, el nuevo libro de Ricardo Gotta, periodista y jugador de toda la cancha en el diario Tiempo Argentino.

La impecable investigación periodística y documental remite al clásico que Roberto Arlt escribió hace 93 años, no tanto por el título, sino porque está hecha de la materia que caracterizó al autor de Los lanzallamas: la prepotencia de trabajo. Gotta, futbolero de corazón, pasó años transpirando la camiseta, recorriendo archivos, leyendo libros, abriendo y cerrando sutiles puertas informativas, sumando hazañas deportivas y no ignorando desbarrancos personales. Es que así transcurrió la vida privada y pública de los siete locos de Gotta, entre éxitos rutilantes y fracasos estrepitosos. Cada uno de ellos, brilló sobre el verde césped, pero hizo de la ausencia un estilo y de la incorrección un sello personal.

Por sus nombres y apellidos los conocerán. Por orden de aparición en el libro: Oreste Osmar Corbatta, Manoel Francisco dos Santos (Garrincha), Narciso Horacio Doval, René Orlando Houseman, Ariel Arnaldo Ortega, George Best, Tomás Felipe Carlovich. Por sus apodos los tendrán más cercanos: loco uno, loco el otro, locos todos. Después de meterse en cada una de las historias (y en los centenares de subhistorias), recién entonces el lector podrá decir: «Por fin conocí a Corbatta» o «Ya se bien quién fue Houseman» o «No sabía ni medio de George Best o Doval». La investigación de Gotta es de un detallismo increíble, periodismo en estado puro, un bien tan escaso de estos tiempos. Escrito con solvencia y con potencia, gota a gota, casi en modo excesivo. Al punto de que cada uno de los relatos es un mundo aparte, un libro en sí mismo.

Cuando al lector se le pasa por la cabeza que este es un libro solo de fútbol, aparece lo familiar y psicológico de cada personaje, lo social, político y económico que contribuyeron a engrandecerlos o a comerles el coco.
Por eso Gotta merece ser considerado el octavo loco de esta historia. Su libro nos saca a jugar por potreros de Rosario y estadios de Irlanda del Norte, por canchitas de baja calaña y alta diversión de Ingenio Ledesma al estadio Monumental o dos vecinas, las de Excursionistas y Defensores de Belgrano. El autor nos posibilita entrar de colados a universos futboleros que no son ni el amateur de las rodillas raspadas ni el ultraprofesional en donde la felicidad se cotiza en millones. No tienen que sorprendernos estas visitas guiadas. Otra característica de los siete locos es que pasaron por más de 50 clubes de diferentes pueblos, ciudades, naciones, continentes.

Dicen que fue Carlos Salvador Bilardo el responsable principal de que estos rechiflados entraran en desuso y comenzaran a ser identificados como “7 ventiladores” u “11 mentirosos” o “extremos”, especialistas todos del fútbol devorado por tácticas y estrategias. Gotta dijo en la hermosa presentación en la Feria del Libro (y mostró la prueba, manuscrita con lápiz en una hoja) que estos habían sido siete con el 7 en la espalda y en el corazón, pero que haciendo banco o «ejercicios precompetitivos» aguardaban para entrar a jugar, por lo menos, otros cien. Lo que lleva a ilusionarse con un nuevo, próximo libro sobre estos ídolos populares con alma de wing. Los muchachos retratados fueron felices y patéticos; desinteresados por el dinero y seducidos por ser protagonistas del festival de picardías, cultores de la diversión del juego y estrellas en la comparsa de la improvisación. El libro los vuelve a instalar, mágicamente, en un grito de gol que, finalmente, no suena tan lejano. Si la metáfora de que los 7 son figuras endiabladas de un dibujo animado, Gotta sería el Walt Disney que vino a ponerle color y movimientos a sus vidas e historias, sus sentimientos y contradicciones, sus proezas deportivas y las fugas más desdichadas.

Dichos y hechos

Sobre Garrincha: «A su bailoteo solo le falta Chopin de fondo».

Sobre Doval, y sus costumbres fiesteras, dijo «Chiche» Barreiro, un director técnico que lo condujo en San Lorenzo: «Los jugadores que no se ríen con la cara tampoco se ríen con los pies».

Sobre Best, que murió un 25 de noviembre, como Maradona, pero 15 años antes. Dijo: «Mi vida tiene cuatro partes. Una en las canchas; la segunda en los bares; la tercera en consultorios médicos y hospitales; la cuarta, el sueño familiar, fue de difícil cumplimiento».

Sobre Ortega, cuando jugó en Turquía y protagonizó una publicidad de una marca de ropa deportiva: «¿Recuerda ‘la mano de Dios’? Aquí está el resto de su cuerpo», decía, en inglés, el aviso con la imagen de su cuerpo.

Sobre Houseman, un preparador físico de Huracán le indicó que debía correr diez kilómetros y él respondió: «¿Todo eso hay que hacer para jugar a la pelota?».

Sobre Corbatta: «Muchas veces el Loco llevaba un diario o un libro bajo el brazo, ya que le daba vergüenza admitir su condición de analfabeto. Alguna vez lo pescaron leyendo, aunque el diario estuviera al revés».

Sobre Carlovich: «Algunos creían que era un loco. No. Tenía un carácter introvertido, vivía en su mundo. Hablaba con la pelota en los pies. Con su zurda hacía cosas que no se las vi a hacer a nadie».

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