Con una bandera que rezaba "Hijas e hijos de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia", el grupo que tomó impulso tras el fallo del 2x1 se visibilizó durante el Ni Una Menos.
Liliana es documentalista, feminista lesbiana y trabajadora de la danza tanguera con una práctica de inclusión que llamó «el abrazo verdadero». Apasionada por el registro y activista incansable, desde hace años circula por colectivos autogestionados contando su historia y marchando por los Derechos Humanos. Durante mucho tiempo se sintió sola, estigmatizada. En ocasiones, se encontraba con otra hija en su misma situación o hablaba con especialistas de Derecho Penal o terapeutas, pero jamás había vivido lo que experimenta desde hace menos de 15 días. «Estamos desbordados con todo lo magnífico que está pasando. Este momento es distinto. Siento que formo parte de un grupo», confiesa con emoción al describir a la agrupación Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía, que camina a cielo abierto contra todos los tipos de violencia hacia la mujer, por primera vez de modo visible y colectivo.
Los miembros de Desobedientes piensan distinto a los integrantes de su familia, lo que les implicó «sanciones del clan» que resultaron en algunos casos en expulsión. Quienes forman parte del grupo hasta el momento son seis hijos biológicos de genocidas, en un caso confirmado por pruebas de ADN. Sus padres intervinieron en el plan sistemático de represión de la última dictadura en distintas ciudades y con diferentes rangos. La mayoría fueron juzgados y cumplen prisión domiciliaria; otros están procesados aún sin juicio o han fallecido. Estos hijos e hijas tienen entre 38 y 58 años; tienen a su vez hijos e hijas de quienes reciben apoyo y hasta quieren integrarse a su nuevo espacio.
Hasta ayer habían marchado de un modo silencioso como «actores sociales ausentes», como resalta un integrante que pide no ser identificado. Y que admite: «Nuestra humilde intención como grupo que se está conociendo es reconocer el trabajo y la lucha de los organismos de Derechos Humanos, Madres de Plaza de Mayo, Abuelas e H.I.J.O.S., con quienes compartimos la misma bandera, y lo hacen desde hace 40 años.
Historia Desobedientes participó de la marcha convocada por el colectivo Ni Una Menos desde Congreso a Plaza de Mayo para romper esa realidad, esa «demorada identidad» con su acto de presencia y poniendo nombre y cuerpo. «Además del dolor, compartimos los ideales», añade el hijo que prefiere el anonimato, porque son artistas, profesionales de la cultura, la comunicación y la Justicia. Cuando se reúnen lo hacen en una casa, extendiéndose los encuentros hasta tarde. Y advierten que les queda mucho para hablar y hacer, por lo que están pensando en formar una ONG.
Erika Lederer hija de Ricardo, segundo jefe de la maternidad clandestina que funcionó en el Hospital Militar de Campo de Mayo durante la dictadura confirma que este 3J fue un buen punto de inicio, porque pudieron conocer otras caras e historias en el espacio público. Para ella es una necesidad en la que acuerdan todos los que entienden las historias particulares como herida social, «porque las mujeres de los genocidas son hijas sanas del patriarcado y la violencia de Estado se trasladó a otros lugares como el matrimonio».
El grupo se difunde por Facebook en una página que fue abierta por Analía Kalinec, quien representa una de las primeras voces publicadas en la prensa como hija del «Doctor K», subcomisario de la Policía Federal condenado a prisión perpetua por su intervención en los centros clandestinos de detención, torturas y exterminio El Atlético, El Banco y Olimpo.
Antes que ella ya había hablado Rita Vagliati, que también se sumó al grupo a través de un amigo documentalista. Ella tomó, en homenaje a su madre, su apellido por vía judicial, y fue la suya la primera historia contada de modo aislada allá por 2005, con apoyo de su terapeuta. Rita es hija de Valentín Milton Pretti, integrante de la Bonaerense durante el último gobierno de facto y denunciado por torturas en los centros clandestinos El Pozo de Banfield, El Pozo de Quilmes y Puerto Vasco.
Una nueva voz
«Los hijos de genocidas que no avalamos jamás sus delitos, juntémonos para hilvanar la historia, para producir datos y para gritar más fuerte que nunca. Me ofrezco a gestarlo y darle forma», posteó Erika en su muro de Facebook el 12 de mayo pasado. En pocas horas llegó el primer llamado y al día siguiente se gestó la reunión con Liliana y Analía. Crearon la página Historias Desobedientes y en cinco días ya habían recibido centenares de mensajes privados y públicos, llamados de reconocimiento directos o indirectos de organismos y, «lo más preocupante y doloroso», admiten, las historias «muy densas de otras hijas y unos pocos varones» que se disponen a canalizar de un modo orgánico y organizado, repartiéndose tareas para alcanzar distintos territorios de gestión.
También han recibido frases de odio e incluso una amenaza que fue publicada en la Web del Seprin, un sitio asociado a los servicios de inteligencia. Allí, en los comentarios de una nota con el testimonio de Erika alguien pide «que emitan un padrón de los rejuntados, así tendremos una lista negra, aportada por ellos mismos y a no chillar cuando cambien de verdad los tiempos».
A la oscuridad heredada, este grupo le responde con sus colores ocres y azulados como lo muestra su foto de perfil en la red social y la bandera que estrenaron ayer en la movilización contra la violencia machista. Pero también se distinguen por sus voces disidentes de la agrupación «Hijos de los setenta», que nació después de la publicación del libro homónimo, fomentando reuniones de hijos e hijas de genocidas y de desaparecidos en función de la pacificación y la espiritualidad.
En los últimos días, Historias Desobedientes concedió pocas entrevistas y rechazó notas gestionadas por multimedios como La Nación o el brasileño O Globo. También de programas de televisión como Animales Sueltos, porque «hay que saber equilibrar y elegir los medios», dice Erika, asumiendo por un instante la voz de todos.
Su historia, además, lleva otro hito de fundación. Después del fallo de la Corte del 2×1 que convocó a medio millón de personas con pañuelos blancos a decir «Nunca más, ni un genocida suelto», la voz de Mariana, hija de Miguel Etchecolatz, fue clave para quebrar el mandato de silencio. «Estamos saliendo a la luz porque somos actores que estábamos ausentes o en silencio. No se puede reconstruir una sociedad con un sujeto callado. Eso es lo que estamos rompiendo», afirman colectivamente, como decidieron asumir este nuevo momento. «
Criminal de lesa humanidad, violento
El Tribunal Oral en lo Criminal y Correccional Nº24 condenó a un año y seis meses de prisión por violencia de género a Ramón Ojeda Fuentes, un represor que ya había sido condenado en diciembre de 2013 en Tucumán a 20 años de cárcel por crímenes de lesa humanidad. Curiosamente, el represor fue dejado en libertad porque aguarda que su sentencia quede firme y solo debe respetar una prohibición de acercamiento y contacto con la víctima.
«Me quitó las ganas de ser mujer, las ganas de vivir», había dicho la pareja de Ojeda Fuentes, quien lo denunció tras la golpiza que recibió el 28 de julio de 2016. Ella había conocido al represor a fines de 2015 y rápidamente habían empezado a convivir. En los últimos meses, Ojeda Fuentes salía del departamento que compartían y la dejaba encerrada, le decía que no utilizara la luz ni prendiera la televisión. La agredida declaró que el represor la amenazaba diciéndole: «Yo soy de arriba, te voy a matar a vos y a toda tu familia, tus nietos pueden desaparecer.»
¿Se puede heredar la culpa?
Hace 30 años, la revista alemana Der Spiegel publicó por primera vez una serie de testimonios de hijos de familias nazis de Alemania y Austria, lo que provocó un fuerte impacto. Más tarde, un libro llamado Nacidos culpables, escrito por el periodista austríaco Peter Sichrovsky, recopiló los testimonios de 15 mujeres y hombres, que tenían entre 26 y 43 años, hijos de ex jerarcas nazis. Comenzado el siglo XXI, la compañía teatral valenciana Moma Teatre representó un «documental escénico» basado en ese libro. La pregunta central era: ¿se puede heredar la culpa? Esos descendientes se movían entre dos esferas irreconciliables: un «entorno democrático» en el ámbito público, «una estructura familiar autoritaria» en el privado.
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