«No debería ser raro ver a un pibe discapacitado haciendo deporte»

Por: Natalia Florio

De chico, Ignacio Parodi sufrió bullying por su discapacidad visual pero hoy, a los 16 años y sin rencores, es campeón mundial juvenil en lanzamiento de bala y de disco.

La pista de Atletismo del Cenard es el patio de su casa. Y el comedor, como su cocina, aunque no tenga libertad de acción ni voz para decidir qué comer hoy. Su cuarto es una habitación compartida del hotel que tiene el Centro Nacional de Alto Rendimiento. La escuela la tiene cerca: al lado de la pista está el instituto de Educación Media Nº 3 donde cursa cuarto año del secundario. Ignacio Parodi tiene 16 años y desde hace dos que su casa es el Cenard.

«Nací prematuro a los seis meses y como secuela me quedó una discapacidad visual. Lo que me dificulta es que no veo de lejos», dice y el destino parece un juego de oportunidades: su talento está en los lanzamientos a distancia. Parodi es una de las grandes promesas del deporte paralímpico y este año ya demostró su talento: en el Mundial Juvenil de Para-Atletismo en Nottwil, Suiza, fue campeón del mundo en lanzamiento de bala y de disco en su primera competencia internacional. 

Parodi llamó la atención en los Juegos Bonaerenses de 2015. Bruno Zanachi e Ignacio Pignataro, entrenadores de para-atletismo, lo vieron a los 14 años y lo llamaron para probarse en el Cenard. Al año siguiente ya tenía una rutina de entrenamiento que seguir mientras se entrenaba en su Zárate natal y a los dos meses lo llamaron para vivir en Núñez. «Los padres tienden a proteger siempre a sus hijos y en mi caso, cuando me dijeron de vivir en el Cenard para dedicarme a entrenar con los mejores, ellos tuvieron miedo porque yo no me movía solo en Zárate. Ni salía a la calle solo y de repente quería irme a vivir a la Capital. Me costó que mi mamá aflojara. Pero el primer día en Capital ya me tomé un colectivo solo. ¿Quién iba a decirlo? Después mis padres se dieron cuenta de que me hizo bien venir acá, crecí.» El relato de Ignacio es el de un pibe de 16 años que se animó a soñar, a cambiar su vida y que se hizo fuerte. 

«Nunca fui de mostrarme mucho, me quedaba encerrado en mi pieza, volvía del colegio, comía y me encerraba; iba a hacer algún mandado y volvía a encerrarme, no quería estar con chicos de mi edad. Y el deporte me sacó de eso. No la pasé bien en el colegio, me hacían bullying por mi discapacidad. Al final ni me levantaba de la silla, cuando había que armar algún grupo para un trabajo lo hacía directamente solo. Después, cuando empecé a entrenarme, cuando entendí que la discapacidad era un obstáculo menor, también algunos se sorprendían. No debería ser raro ver a un pibe discapacitado haciendo deporte, pero para algunos lo es», reflexiona mientras espera entrar al colegio. Su rutina es la de un deportista de alto rendimiento: se levanta a las 6, se entrena hasta las 11, almuerza y va al colegio de 13 a 18. 

–¿Cómo es vivir en el Cenard a los 16 años? 

–Los sábados es el único día que tengo habilitado para salir, pero la puerta se cierra a las 12 de la noche y se vuelven abrir a las cinco. Si quiero volver a las 2, cagué, me quedo afuera. Después, en la semana cierran las puertas a las 9 de la noche y si entro tarde me hacen un informe. También tengo un tutor que controla que vaya al colegio. Los domingos, creo, son los días más duros porque no queda nadie acá. Al principio me acuerdo de que extrañaba todo de mi casa, hasta la televisión, pero ahora ya no miro nada. Comparto el cuarto con dos chicos, tengo un locker, hay dos camas cuchetas, una mesa y el baño. Es una vida distinta, no tenía planeado esto, vivir lejos de mi familia, de mi mejor amiga, de todo sólo por un deporte. Pero hoy es así: vivo de ser atleta, tengo una beca y es mi carrera. 

–¿Cómo fue la experiencia del Mundial Juvenil?

–No esperaba ganar dos medallas, fue complicado. El mejor momento fue cuando escuché el Himno y pensé en mi abuela, que siempre me ayudó. Fue una experiencia inolvidable. Lo único malo, o que me indignó en la previa, es que me tuve que pagar la ropa para participar, algo que es indispensable para poder representar al país y tuve que pagarla yo y mi familia. 

–Volviste a Zárate y te llevaron a recorrer las calles en un camión de bomberos.

–Estaba en mi casa, vino mi papá y me avisó que me pasaban a buscar. Dimos vueltas y fuimos al que era mi colegio. Me dieron una placa, fue lindo. Los maestros me saludaban, me felicitaban y me encontré con todos los que era mis compañeros que me gastaban. Y nada, fue hola, chau. No esperaba nada, ni que se disculparan. Es tema de ellos.

–¿Cómo se entrenan los lanzamientos de bala y disco?

–Tiene todo un proceso, una técnica pero no es que estás todo el tiempo lanzando. El entrenamiento tiene etapas, a veces se trabaja más en lo físico, otras veces es necesario descansar porque no se puede estar todo el año lanzando.

–¿En qué pensás ahora después de tu logro en el Mundial Juvenil?

–A Tokio 2020 no creo que llegue, pero me encantaría estar en París 2024. Como todo deportista quiero llegar a un Juego Paralímpico, pero quiero llegar siendo como soy, no voy a cambiar nunca. También me queda otro Mundial Juvenil, pienso en todo lo que quiero lograr y en todo lo que hice y estoy contento. Sé que mi papá está orgulloso y mi familia también y eso me da alegría. 

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