Hace una semana se anunció una nueva victoria de Abuelas de Plaza de Mayo: el nieto 133.
La noticia es una victoria entre tanta derrota. Nos trae el eco lejano de otro mundo posible, y provoca en algunos sectores una campaña de noticias falseadas.
Contenidos que son la perfecta definición de desinformación. Piezas que circulan en redes sociales y se agrupan en dos tipos: contenido erróneo por desconocimiento o ignorancia, o información fraudulenta elaborada de modo intencional, con el fin de perturbar, engañar, confundir, desalentar, correr el eje y, sobre todo, provocar emociones fuertes.
El procedimiento es fácil: sacar de contexto elementos que hacen a una noticia, tergiversarlos o inventar lo que no pasó.
A los discursos negacionistas y las palabras agraviantes hacia Abuelas de Plaza de Mayo, se sumó la circulación de imágenes que no corresponden al nieto 133. ¿Es cualquier tipo de desinformación? No. Se conjuga con el negacionismo, que en algunos países se considera delito, intentando sembrar fantasmas en lugares que ya estuvieron más de 40 años habitados por ellos. Y genera daño.
No conocemos -al menos hasta el cierre de estas palabras- la cara ni el nombre del nieto 133. Aún se mantienen bajo reserva muchos datos de su vida y de su apropiación, a manos de un integrante de fuerzas de seguridad. Cuesta creer que quienes difundan las imágenes estén confundidxs, cuando varixs han intentado explicar que la imagen que se difundió no era el nieto 133 sino su hermano, el Tano.
El Tano -que además es integrante de Abuelas de Plaza de Mayo- era un bebé de nueve meses aquel martes 13 de julio de 1976 en que vio por última vez a su madre, en el departamento del segundo piso de la calle Warnes en Buenos Aires, de donde la secuestraron. Ahí estaban viviendo con Manuela Santucho, la hermana del compañero de Cristina, Julio Santucho. Julio, el padre del nieto 133, andaba de viaje en actividades del Revolucionario de los Trabajadores – Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), donde militaban.
Aquel día hombres armados y de civil se llevaron a Cristina Navajas, a Manuela y Alicia Raquel D’Ambra, una compañera de militancia que había ido a pedirles alojamiento. Dejaron a tres niños: Miguel, un bebé; su hermano Camilo de tres años y Diego el hijo de Manuela de 1 año y cuatro meses. Cuesta imaginar esta escena ¿Cómo se habrá impreso en sus vidas aquel día y lo que siguió?
Los vecinos avisaron a su abuela, Nélida Navajas para que fuera a buscarlos. Estaban desconsolados. “Cuando llegamos, los niños no podían parar de llorar. Durante mucho tiempo no pude escuchar el llanto de bebés, me estremecía”, contó Nélida. Allí encontró la cartera con una carta de Cristina dirigida a su esposo que no había llegado a enviar, donde le decía que tenía un atraso. También Alicia D’Ambra cursaba un embarazo incipiente.
En una foto que circuló por las redes en estos días están Nélida Navajas -una pieza fundamental de Abuelas- y Estela junto a la genetista estadounidense Mary-Claire King, quien les muestra un tubo de ensayo. Las abuelas le han consultado ¿puede servir nuestra sangre para ayudarnos a buscar a los nietos? Y a partir de esa pregunta surge el índice de abuelidad, un cambio revolucionario en las ciencias forenses.
La foto es de 1984. Entonces Nélida y Estela buscan a los nietos de dos hijas que tenían embarazos recientes al momento de su secuestro. Estela supo que Laura estaba embarazada bastante después de que la secuestraran. Y fue gracias a las sobrevivientes que compartieron con ella el cautiverio en La Cacha que confirmó: Laura había tenido un varón durante el Mundial 78.
Laura Carlotto y Cristina Navajas pasaron sus embarazos en cautiverio. El 5 de agosto se cumplen 9 años de la restitución del hijo de Laura, Ignacio Montoya Carlotto. En las entrevistas para la investigación del libro que escribí sobre ella, publicado antes del hallazgo de Ignacio, me crucé con gente que descreía de ese parto. Si Laura había perdido dos embarazos ¿cómo era posible que secuestrada hubiera podido tener a su hijo? me planteó alguien. Seguramente muchxs lo pensaron, pero no lo dijeron. Y, sin embargo.
En el caso de Cristina -y también de Manuela, su cuñada- las torturas fueron especialmente crueles por pertenecer a la familia Santucho, contaron sobrevivientes que las vieron en distintos centros. Algo de esa saña sigue circulando de otros modos, porque una de las fotos con que se buscó desinformar fue la de Ramiro Menna, hermano del nieto 121, Maximiliano (su restitución de identidad fue en 2016).
Maximiliano es hijo de Ana María Lanzillotto y Domingo Menna, también militantes del PRT. El operativo de este secuestro, el 19 de julio de 1976, en el que Ana María tenía un embarazo de 8 meses fue tapa de los diarios: habían abatido a Mario Roberto Santucho – que estaba junto a su compañera Liliana Delfino, también embarazada- y a otros militantes en un departamento de Martelli. Fue uno de los operativos de mayor impacto en los medios. Pero los diarios, salvo excepciones, no hablaban de desaparecidos y menos de las mujeres, los bebés y los niños. Aún hoy muchos de los grandes medios siguen ignorando comunicar las restituciones y los juicios de lesa humanidad.
La noticia del operativo donde cayó Mario Santucho impactó en el centro clandestino donde estaban cautivxs Cristina, Manuela y Carlos, otro de los hermanos Santucho. “El día después de que mi tío Mario Robi Santucho es abatido en Villa Martelli, en el centro clandestino de Automotores Orletti se hizo un festejo macabro. Juntaron a los detenidos en el patio, lo ataron a mi tío Carlos a un arnés con una cadena y lo sumergieron en un tanque de agua sucesivamente, frente a la mirada de los detenidos. Y obligaron a mi tía Manuela a leer la noticia del diario donde relataba el abatimiento de Mario”.
Esto declaró Miguel en junio de 2021, ante el Tribunal Oral Federal 1 de La Plata en el juicio por crímenes en el Pozo de Banfield, Pozo de Quilmes y El Infierno de Lanús. Sobrevivientes contaron que Cristina y Manuela fueron obligadas a presenciar el asesinato de su hermano.
Si engendrar un hijo y sentirlo crecer adentro de una es una de las experiencias más sobrenaturales y multidimensionales que existen, ¿cómo habrá sido para tantas mujeres detenidas desaparecidas transitar esa experiencia? sentir las patadas del bebé como burbujas en la panza, rodeadas de tortura, muerte y violencia sexual.
El lenguaje muestra sus límites a la hora de relatar la maldad, que en cambio no los conoce. Imposible imaginar cómo seguir adelante después de ser despojada de un recién nacido sin poder arrullarlo ni amamantarlo, y atravesar el puerperio en esas condiciones.
Las mismas compañeras que sobrevivieron contaron de los pechos a la miseria y de la angustia de Laura, de las torturas salvajes a Cristina. Pero también y, sobre todo, de la enorme fortaleza y de los gestos solidarios entre compañeras. En La Cacha muchas veces Laura era la que daba fuerza a sus compañeras embarazadas y les decía: “Tenés que seguir por tu bebé”. “Si le daban una naranja, dividía los gajos y los iba repartiendo entre todas”, contó María Laura Bretal, otra embarazada que compartió cautiverio con Laura y fue liberada antes de parir. “Todas pasamos por violaciones y abusos de todo tipo. El cuerpo de las mujeres era un campo de batalla dentro del campo de concentración”, me dijo cuando la entrevisté.
Adriana Calvo, la primera sobreviviente en declarar en el Juicio a las Juntas -su testimonio desgarrador fue recreado en la película 1985– llegó al Pozo de Banfield después de parir a su hija Teresa en el piso de un patrullero, los ojos vendados y las manos atadas, mientras la trasladaban desde otro centro, la Comisaría 5ta. de La Plata.
En ese testimonio contó que creía “no iba a volver a escuchar algo peor que mi parto, nunca en mi vida”. Sin embargo, lo que les contaron allí sus compañeras “fue peor”, dijo. Y recordó varios partos como el de Eloísa, “en el piso del pasillo, tirada, Patricia la atendió, nació sola, era una nena, después que nació le alcanzaron un cuchillo de cocina; con eso Patricia cortó el cordón y se llevaron a la beba. Cuando yo la conocí a Eloísa todavía tenía pérdidas, tenía leche, se sacaba la leche porque los pechos se le hinchaban mucho”.
Entre las detenidas nombró a Manuela Santucho, Cristina y Alicia. “Ya hacía 8, 9 meses que estaban secuestradas, estaban muy bien, muy enteras, a pesar de las torturas. Y estaba una chica, “La Gata” (…) me contó su parto y pensé que se había vuelto loca, porque después de haber visto el parto de Inés Ortega, de haberlo oído, después de haber vivido mi parto, después que me habían contado el parto de María Eloísa Castellini, lo que esta chica me contaba me parecía increíble, y yo pensé realmente que de las torturas había quedado loca”.
En otro testimonio Calvo contó que, en una oportunidad, ella estaba con su beba Teresa cuando los guardias arrojaron una pastilla de Gamexane y las compañeras -entre quienes se encontraba Cristina- armaron una muralla humana para proteger a madre e hija para evitar que las separaran. Adriana siempre contaba que las compañeras le habían dado la fuerza para sobrevivir a ese momento y a partir de eso, decía, se había dado cuenta “tenía que dedicar mi vida a exigir justicia para estos genocidas”.
Al día siguiente de su liberación empezó a contactar a las familias de lxs secuestradxs y los datos que aportó en sus numerosos testimonios fueron cruciales para empezar a reconstruir el circuito de maternidades clandestinas. Los lazos que tejieron esas mujeres en cautiverio siguen vivos.
Pasarán demasiados años desde la foto de Nélida y Estela con Mary-Claire King. Chicha Mariani, en un testimonio en el juicio por el circuito Camps, dijo que si hubiera sabido que iban a pasar tantos años sin encontrar a Clara Anahí hubiera enloquecido.
Los hijos de Laura y de Cristina sentirán dudas y se acercarán de manera espontánea a Abuelas de Plaza de Mayo, 36 y 47 años después. Estela lo abraza desde 2014. Nélida no llegó. Su nieto siguió la búsqueda.
El Tano va a entrar a la conferencia de prensa donde se anuncia que encontró a su hermano, estallada de aplausos, el puño en alto, junto a su padre. Mientras Estela acomoda un retrato de Nélida sobre la mesa, él se va a sacar la camisa para mostrar su remera con el logo de Abuelas. Y cuando Estela diga “encontramos al nieto de la Abuela Nélida”, el Tano va a aplaudir, va a mirar hacia arriba y va a tirar un beso. Estela recordará que “Nélida partió en 2012 sin el abrazo anhelado”.
Le va a pedir a su hija Claudia, “¿podés seguir leyendo vos? Estoy muy emocionada, es demasiado para mí, tengo 92 años”.
El comunicado es largo, a pesar de la enorme síntesis. ¡Son 47 años de búsqueda! Cada historia detrás de una restitución es compleja de contar. En muchos casos se parece a un juego de pistas tenebroso y espectral, donde cada dato se plantó para falsear una prueba y ocultar un tramo de un delito aberrante.
En cada suceso, late una señal funesta y tramposa, como anotar al nieto 133 nacido el 24 de marzo -así figura en la partida de nacimiento- cuando la fecha probable de parto era febrero. Los laberintos de estas historias dan para largas temporadas de series porque apropiarse de un bebé es un delito que requiere de muchas personas.
“Mi primer pensamiento fue para mi mamá y mi abuela”– arrancó el Tano el luminoso día que la evidencia cerró la caza de fantasmas-. “Siguen viviendo en mí y en todas estas búsquedas. Encontrar a mi hermano me terminó de aclarar lo grande, fuerte, inmensamente valiosa que fue mi mamá en ese momento. Como pudo, después de que la despojaran de su hijo, seguir luchando y defendiendo la vida. Me llena de un orgullo inconmensurable”.
Sus palabras hablan por tantas otras, por las que conocemos y las que aun no. Por Laura, Adriana, y toda esa cofradía de mujeres doblemente castigadas por su lucha revolucionaria y por la desobediencia a los mandatos que las arrojaban a la sumisión. Se ensañaron con sus cuerpos y sus hijos, pero las fuerzas que tejieron en la oscuridad, más la potencia de la búsqueda de Abuelas, hermanxs, familiares y sobrevivientes, nos permiten cada tanto celebrar una victoria en la tierra de los vivos.
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