Es periodista, fanático del cine, escritor y sommelier de café. Admira a Víctor Hugo Morales y sueña con el Aston Martin de James Bond.
Por último llegó el café, que lo hizo famoso. Publicó los libros Café, de Etiopía a Starbucks, la historia secreta de la bebida más amada y más odiada del mundo, Cuatro comidas, Manual del café y Diccionario del café. Por último se convirtió en autor de ficción con Busco similar, una novela situada en los ’90 basada en muchas de sus vivencias y búsquedas de esos años. En radio, televisión o como columnista cultural en La Nación, lo que más destaca a Nicolás Artusi es su conversación agradable y atenta, cual niño que siempre tiene algo por descubrir.
-Entre el café, el periodismo y el cine tenés que dejar algo, ¿qué dejás?
-¡El periodismo! En realidad el periodismo nos dejó a nosotros (risas). No es tan difícil. Ahora estoy un poco alejado de la radio y de la tele y me pregunto si hay un lugar al que volver. Ojalá podamos recuperarlo. Parece difícil, pero no pierdo las esperanzas. Tal vez el siglo XXI nos ofrezca una sorpresa al respecto. Pero los que empezamos en el periodismo, en los años finales del siglo XX -y esto lo comparto con muchos compañeros y colegas- lo añoramos como una suerte de causa perdida.
-¿Extrañás no estar en radio ni en televisión?
-No. Practico con convicción la no melancolía. Cuando los ciclos se cumplen, me gusta poner un punto final y seguir adelante. No ando rumiando.
-¿Tres cafés?
-Primero el ristretto. Soy muy fanático de la medida italiana porque es la concentración de todo lo bueno, muy poco espacio y con una urgencia y una brevedad que lo hacen ideal para la vida en la ciudad: pararse en un sitio a tomar un ristretto y seguir. Después el café doble o el expreso doble, que para una lectura más sosegada o una conversación un poco más larga aporta la compañía que el ristretto no da. Incluso se lo puede dejar enfriar un poquito para que sea más aguantador. Por último y solamente para provocar a los tradicionalistas, un flat white, que es la bebida de café con leche que se inventó en Australia, en Nueva Zelanda y despierta la bronca de aquellos que son muy anclados en las tradiciones.
-¿Cuánto tiempo por día escribís?
-Soy muy fanático del libro Mientras escribo, de Stephen King, que da consejos de escritura, y ahí habla de los 2000 caracteres. Dice: una buena medida de escritura son 2000 caracteres, pero tienen que ser realmente buenos. Como pienso que nunca escribí 2000 caracteres realmente buenos, lo adapté a mi propio reloj y es de dos horas. Después de las dos horas ya me repito y me empiezo a remover en la silla, a poner incómodo. Dos horas o dos cafés para mí es una buena medida de escritura, y después dejar enfriar el texto.
-Te gusta y recomendás en Twitter películas de antes de los ’90. ¿Mirás una todos los días?
-Sí. Ayer vi El magnífico, con Jean-Paul Belmondo, de 1973.
-¿Tenés algún miedo irracional?
-A las cucarachas grandes.
-¿Y uno racional?
-A que el avión se caiga.
-Tu novela Busco similar está ubicada en los ’90. ¿Qué extrañas de esos años?
-Soy anti melancólico, como dije, pero algo que extraño mucho es la calle. Estar afuera, el hecho de que hubiera disquerías abiertas hasta la 1 o 2 de la mañana, que hubiera lugares de encuentro en las esquinas, vos sabías que había un día a la semana, una hora que en la esquina había gente. Y vos ibas y participabas.
-¿Y qué estás contento de que no pase más?
-Los edictos policiales, que se cuenta en la novela, que te paraban todo el tiempo por averiguación de antecedentes. Otra cosa que no extraño de sus años es la colimba: llegué a ser sorteado pero fui la primera clase que ya no la hizo gracias a nuestro mártir generacional, el soldado Carrasco.
-¿Un miedo de chico que superaste?
-A andar en bicicleta. Aprendí a los 40 años. Le debo la gesta histórica a un profe de gimnasia que tenía. Nosotros entrábamos en un parque y me dijo: «mañana alquilo una bicicleta, te voy a enseñar y en una hora vas a salir andando en bicicleta». «Es absolutamente imposible», le dije, «me da terror, pánico». Y me equivoqué.
-¿Un maestro del periodismo que descubriste trabajando?
-Víctor Hugo, que fue la primera persona con la que trabajé en televisión. Me invitó un día al programa Desayuno para que hable de cine como invitado, tenía 20 años, y le gustó tanto lo que hacía que al final de mi participación me dijo: “Hasta el jueves que viene”, y ahí me enteré que estaba contratado. Siempre fue muy generoso, es una persona extraordinaria.
-Si pudieras comprarte el auto con el que siempre soñaste, ¿cuál elegirías?
-El Aston Martin de James Bond. Con todos los trucos: asiento eyectable, llantas con pinches, completo, completo. Quiero que venga Q a explicarme cómo funciona y salir por la Ruta 2 y parar en el Atalaya. Y tengo la cafetera para el auto, por si no viene con cafetera. «
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