La actriz y cantante protagoniza junto con Mercedes Morán Las rojas, la nueva película de Matías Lucchesi. El peso de los principios, la sororidad y el poder destructivo de la ciencia.
Por estos días Oreiro se encuentra en Uruguay y se siente algo agobiada por los ataques injustificados que recibió en las redes sociales a causa de la guerra entre Rusia y Ucrania (la actriz y cantante adoptó la ciudadanía de ese país en noviembre pasado). Por eso, la siempre bien predispuesta Oreiro le solicitó a Tiempo que las preguntas se centraran solo en la película. Más allá de ello, sus respuestas transmiten su habitual entusiasmo e irradian su encanto.
–¿Cuáles fueron las motivaciones que te llevaron a aceptar el papel de Constanza Córdoba en la película?
–El motivo principal por el cual quise rodar esta película fue porque tenía muchísimas ganas de trabajar con Mercedes, una actriz que admiro profundamente y respeto como colega y persona. La conocía, por supuesto, pero no había tenido ocasión de rodar con ella. Era algo que sinceramente tenía como materia pendiente y muchas ganas de que se diera. Entonces, cuando me llamaron para participar de la película y me contaron que era con Mercedes, la respuesta fue un sí antes de leer el guión. Primero, por mis ganas de trabajar con ella y, segundo, porque confío en su criterio como actriz. Si ella había elegido este proyecto, no me lo quería perder. Más tarde se sumaron lo que ya se puede apreciar en la película: la posibilidad de filmar en uno de los escenarios más naturales que posee la Argentina, que es Mendoza, algo que no suele suceder; la posibilidad de hacer una película diferente como es un western argentino protagonizado por dos mujeres, algo que yo no recuerdo que haya ocurrido antes en la historia del cine local… Y el guión de Matías Lucchesi. Yo había visto su primera película (Ciencias naturales, 2014) y me había gustado mucho. Me había parecido interesante, diferente; su manera de rodar, las actuaciones bastante crudas y el guión absolutamente sorprendente, algo que se salía de los cánones tradicionales. No era algo que venía viendo en el cine nacional, me pareció muy interesante su abordaje.
–¿Cómo describirías las temáticas de la película?
–No sé si podría describir en pocas palabras la película. Yo creo que es una película que habla de la verdad o de la búsqueda de la verdad. Hicimos un western protagonizado por dos mujeres sobre la búsqueda de la verdad, y la sororidad.
–¿Cómo caracterizarías a tu personaje y al de Carlota (Mercedes Morán), y la relación entre ellas?
–Es difícil para mí hablar del personaje de Mercedes porque calculo que ella lo va a hacer mucho mejor. Pero un poco me puedo anclar en esa mujer de ideales muy claros, muy altruistas, muy definidos, que puso por delante de su prestigio su necesidad real de ser fiel a sí misma, cuestión que no suele suceder en ninguna profesión. Desconozco si los paleontólogos la tienen, pero calculo que, como todas las personas, tienen sus debilidades también. Y creo que es lo que más sorprende y más admira mi personaje del de Carlota porque, si bien en principio parece que yo todo el tiempo la cuestiono, no le creo y busco que pise el palito, lo que encierra o lo que esconde mi personaje es una profunda admiración por Carlota, porque ella se juega por un ideal, cosa que mi personaje no hace. Constanza se ve obligada a estar detrás de un escritorio por más que estudie para poder estar en campo, y esa oportunidad no se le dio hasta el momento de encontrarse con Carlota. Pero mi personaje a priori tiene muchos prejuicios. No cree lo que ve, solo ve lo superficial. Después empieza a descubrir qué hay debajo de la superficie, en la profundidad, que todo lo que es Carlota es lo que siempre soñó. Por eso se da la transferencia entre esas dos mujeres.
–¿Te parece que al abordar un género que ha sido tradicionalmente masculino y protagonizado por varones la película es reflejo o hija de su época?
–Yo creo que esta película está relacionada con el tiempo que estamos viviendo: de protagonismo y luchas de las mujeres y de sororidad. Si bien las dos mujeres en principio están enfrentadas porque a mi personaje lo mandan a controlar al de Carlota y ella se siente invadida por una piba sin experiencia, siendo ella una paleontóloga prestigiosa, terminan unidas por un lazo muy intenso y de una conmovedora ternura.
–¿Qué es lo que las termina uniendo a las mujeres?
–Paradójicamente, lo mismo que las separa. Un descubrimiento científico muy groso, pero que para mi personaje no es real, porque para Constanza un grifo no puede existir y presume que la intención de Carlota es recibir dinero de la Fundación para hacer fiestas con sus amigos y vivir de arriba en el contexto del paisaje bellísimo de Mendoza. Eso es lo superficial. En lo profundo hay una búsqueda de transferencia y de hermandad entre las dos mujeres. También hay entre ellas un universo mucho más parecido del que a priori podía parecer: la búsqueda de la conservación de la especie, la necesidad de no exponer un descubrimiento que el mundo científico o el mundo más cruel en lugar de conservar va a terminar destruyendo. Esto me lleva a ET (Spielberg, 1982), la película que vimos cuando éramos niños. Cuando descubren al extraterrestre, lejos del amor y la amistad, los científicos llevan al ser para investigarlo y enchufarlo a miles de neurotransmisores que le provocan la muerte. Eso es lo que suele hacer la humanidad. Con el fin de la investigación científica, suelen terminan destruyendo una situación, un ser o un hábitat que deberían conservar.
–¿Cuáles fueron las escenas que más dificultades te acarrearon?
–Rodar en Mendoza, en exteriores, si bien fue hermoso, fue realmente muy duro por el clima porque estábamos a muchos metros de altura bajo un sol infernal. No solamente nosotros, por supuesto todo el equipo. Por momentos el viento era muy bravo. Pero fue una experiencia alucinante, con un equipo de primera línea en arte, dirección y dirección de fotografía. Se ve una gran película en pantalla. La escena que más costó es una que no está, que no quedó en el montaje final, que se hizo como en unas fosas de agua. Se sacó porque no quedaba bien.
–¿Cuáles fueron las escenas que más te conmovieron como intérprete?
–Me conmovieron mucho las escenas con Mercedes porque para mí era mucha la conexión. Pero también lo que más me gustaba eran los ratos libres en que nos juntábamos en el hotel para pasar la letra y hablar de la vida. Eso es lo que más se lleva de los rodajes y del encuentro con el otro. Disfrutar con ella, las charlas, las risas, las subidas tipo cabra por las montañas. Creo que los personajes de ficción se terminaron encontrando de la misma manera en la película.
–Uno de los momentos más contundentes, que seguramente generará polémicas, es la resolución del conflicto principal ¿Qué opinas de la decisión de los guionistas?
–En principio no sucedía así. Es sorprendente, es un giro del guión que evidentemente sorprende. Nadie esperaría que el Grifo aparezca al final. Es una decisión de los guionistas y del director, que es el ojo que cuenta el relato. Eso da lugar también a la unión más perdurable entre las mujeres y a que el personaje de Carlota termine diciendo esa frase que habla mucho de los límites de la ciencia: “No sabemos nada”. Porque yo, soberbiamente, creía que lo sabía todo. Y me di cuenta de que no sé nada. Que hay cosas y sentimientos que van más allá de los límites de lo racional. Por ignorancia, mi personaje introduce el mal –encarnado en el personaje de Freddy– en ese paraíso. «
Las rojas
Director: Matías Luchesi. Elenco: Natalia Oreiro, Mercedes Morán, Diego Velázquez, Alberto Leiva. Estreno en cines: 14 de abril.
Dos potencias se saludan y van por más
Las rojas es una película atípica dentro del corpus del cine argentino. No solo porque se trata de un western protagonizado por mujeres, también porque reúne por primera vez a dos actrices populares y consagradas del campo artístico nacional. En efecto, Mercedes Morán y Natalia Oreiro encarnan respectivamente a las paleontólogas Carlota y Constanza quienes, por más que en principio no parezca, tienen más puntos en común que diferencias y terminarán unidas por intensos lazos de ternura e idealismo. Pero la excepcionalidad de Las rojas no radica únicamente en centrar en las féminas un género tradicionalmente monopolizado por los varones sino también en la yuxtaposición de géneros. Esta ficción conjuga las aventuras, los tiroteos, los paisajes y los cielos del western con toques de comedia –ciertas reminiscencias al spagetthi western italiano–, elementos de la ciencia ficción, las películas clase “b” y el melodrama, entre otros. Si generalmente, en el western, la mujer aparecía como objeto de rivalidad entre varones, ahora un varón (“Freddy” encarnado por Diego Velázquez) es el eje del mal y aparece como aquel que puede separar a las mujeres. Las rojas es también un bildungsroman, una novela de iniciación en la que Constanza llega a ser “lo que es” y para eso precisa a la figura mediadora y ejemplar de Carlota.
Una intensa carrera en el cine
Gran parte de la carrera artística de Natalia Oreiro está centrada en el cine. Así supo legar para la inmortalidad de la pantalla grande ciertos caracteres inolvidables, entre los que cabe destacar a Marcia Miconi de Las vidas posibles (Sandra Gugliotta, 2008); la militante revolucionaria que intenta ser madre en Infancia clandestina (Benjamín Avila, 2012); o Eva, la otra madre en Wakolda (Puenzo, 2015), que en su ignorancia casi resulta cómplice de experimentos atroces del Dr. Mengele sobre su hija. Uno de los puntos cumbre de su carrera es, sin duda, su interpretación de la cantante y compositora de cumbias Myriam Bianchi en Gilda, no me arrepiento de este amor (Lorena Muñoz, 2016).
Oreiro supo brillar en el género de la telenovela clásica, donde se transformó en una estrella de gran relieve. Pero también supo transgredir y subvertir las reglas del género en papeles de ficciones tales como El deseo o Entre caníbales, donde sus heroínas se alejaban, y mucho, de los cánones más tradicionales.
Las rojas presenta riesgos –la película probablemente genere amores y odios por igual– pero ella vuelve a brillar y sale airosa.
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