Nano Balbo: «Con los mapuches aprendí más de lo que enseñé»

Por: Nicolás Zuberman

Torturado por la dictadura, volvió del exilio para alfabetizar en una comunidad neuquina.

Orlando «Nano» Balbo es docente. Un maestro, tal como se titula el libro que Guillermo Saccomanno publicó en 2011, que reconstruye su vida. Coordinador de la campaña de educación para adultos durante el gobierno de Héctor J. Cámpora, cayó preso el 24 de marzo de 1976. Quedó sordo por las torturas que sufrió en una comisaría de Neuquén. Se exilió en Roma. Volvió y viajó a Huncal, en la Patagonia, como alfabetizador de una comunidad mapuche, para ejercer esos saberes de educador popular sobre los que aún transita pese a su sordera.

A más de 50 días de la desaparición de Santiago Maldonado, con los docentes apuntados por hablar de esa ausencia en las aulas y con los mapuches señalados como «anarquistas que plantean el desconocimiento del Estado argentino», la voz del Nano merece ser recuperada. «En la Argentina, la palabra ‘desaparecido’ no es cualquier palabra. Tiene un peso terrible. La sensación de estos días es que el Nunca Más no se está cumpliendo. Como decía Primo Levi: ‘Si bien comprender resulta imposible, conocer es impostergable. Porque aquello que sucedió puede volver a suceder. Las conciencias pueden volver a oscurecerse. Incluso la nuestra’. Yo esa sensación no me la puedo sacar de encima», dice Balbo, de 68 años, desde Trenque Lauquen, a través de un audio de WhatsApp.

Porque entre los múltiples daños provocados por el terrorismo de Estado que aún resuenan en el presente está la sordera del Nano. Las golpizas, la picana y el submarino complican la tarea de recoger su experiencia. «Charlar con un sordo es difícil, pero intentémoslo. Vos escribime y yo voy contestando. Veamos en qué puedo ayudar», dice el maestro, doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Luján. Cuando Nano volvió a la Argentina tras los seis años de exilio en Roma, la realidad lo cacheteó: la imagen romántica que conservaba del país ya no estaba, al igual que la mayoría de sus amigos y compañeros. Los que habían sobrevivido a la dictadura le repetían que ya está, que ya pasó. «Yo me enojaba porque así es como se instala el olvido. Así estábamos condenados a repetirlo. En medio de esa crisis, se me apareció la posibilidad de vivir en Huncal. Por eso digo que fue un desexilio. En la comunidad empecé a aprender más de lo que enseñaba. Descubrí que había un pueblo, que había una organización, que hablaban su lengua porque era el vehículo de su cultura. Entonces, el reconocer en el otro un interlocutor me hizo cambiar a mí», recuerda.

 –¿Qué aprendiste de la comunidad mapuche?

–Fue una experiencia que me dio vuelta como un guante. El primer reconocimiento que tengo que hacer de los mapuches es que son otra cultura. Ni peor ni mejor: otra. Tienen un concepto del Estado más democrático, que nada tiene que ver con el Estado moderno. No existe un solo jefe que tenga por derecho divino o por mandato popular la suma del poder político. «Quieren hacer un Estado dentro de otro Estado», se quejan ahora; «quieren hacer otro país a expensas del nuestro», dicen sin comprender que esa es la organización actual de nuestro país. ¿O acaso el Estado municipal o provincial no convive con el Estado nacional? Que si son chilenos, si son argentinos: ese es el verso con el que se llevó adelante el genocidio de los mapuches.

–¿En qué cambió la situación de los mapuches desde esa experiencia hasta hoy?

–Este proceso es viejo y tiene avances y retrocesos. Tienen la mala suerte de llevar una relación muy particular con el territorio, que no es de mercancía. En ese territorio que defienden, y que no van a entregar así como así, aparecen las multinacionales, las petroleras y todo ese desarrollo que nos promete que si saqueamos la tierra, vamos a vivir mejor. ¡Si saqueamos la tierra, no vamos a vivir! Esa es la gran respuesta que dan ellos y que yo comparto.

El maestro Nano llegó a Huncal con un desafío: debía dar clase en una escuela que llevaba 74 años sin un egresado. Aplicó las técnicas que aprendió desde su admiración al pedagogo brasileño Paulo Freire, a quien conoció y emuló. Faro para la educación popular, asegura que «es una estupidez pensar que se puede censurar un tema en la escuela. Un tema como el de Santiago Maldonado, que se ve en los medios, del que habla la sociedad, va a ingresar a la escuela por más prohibición que se le ponga. El chico busca en el docente a un interlocutor informativo. Cuando sienta curiosidad, va a ir a consultar al docente. Es tiempo perdido decir que no se va a tratar».

La sordera de Orlando Balbo tiene sus particularidades. «Si hay música, no escucho nada. Pero si la música que están pasando la conozco de antes, se produce un fenómeno en mi cerebro: la memoria auditiva llena los espacios que yo no escucho», explica. Por eso el presente lo mantiene alerta. Mientras espera que llegue octubre para declarar por tercera vez en uno de los cinco juicios de La Escuelita, el centro de detención clandestino que funcionó en Neuquén, donde fueron chupadas más de 50 personas entre 1976 y 1978, también pide la aparición con vida de Santiago Maldonado y el castigo a los culpables: «Obviamente, los fantasmas son cosas que en algún momento ocurrieron y aparecen deformados. El fantasma del terrorismo de Estado existe en tanto y en cuanto alguna vez lo vivimos. Eso se utiliza desde el poder. Se volvió a instalar el tema del desaparecido porque es un terror que disciplina». «

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