La segunda entrega de lo que promete ser una saga abandona las virtudes que habían llenado de encanto a la primera, para convertirse en una película obvia y convencional
Las virtudes de Nada es lo que parece hacían esperar una segunda parte en ascenso. Y no sólo por las características de esas virtudes, sino porque daban las sensación de que recién empezaban a mostrar, que tenían mucho a ser explotado todavía. Pero aquello en lo que se hacía gala de la sutileza, ahora aparece exagerado; como si el film, sus responsables, hubieran perdido la claridad que los guiaba en la primera. Aquella jugaba sobra la posibilidad del engaño, de cómo todos necesitan (necesitamos) de una ilusión para mantenerse en pie, y eso genera una vulnerabilidad de la que nadie está excento. Ese juego parecía poder jugarse hasta el fin de los tiempos. Siempre y cuando esa igualdad de condiciones prevalezca y no que haya un grupo de pillos que sobresalga sobre el resto, en un gesto canchero.
Y eso acaso sucede porque la historia pierde el eje. La venganza personal que guiaba a Mark Ruffalo se sostenía gracias a aquella necesidad social de la ilusión, no era un juego psicológico aunque el film explotara la psicología de sus personajes, no era un juego narcisístico de meritocracia, por mar que los narcisismos tuvieran peso narrativa; era el conjunto en sí, la magia veneno que da un sentido a la existencia alrededor de lo que giraba todo lo demás. Aquí todo tiene una metáfora de padre e hijo (en el más literal y abarcativo de los símbolos de la metáfora, o sea incluyendo a las religiones), que pierde encanto: soy yo con mi dios, yo con mi historia personal, yo con mi padre que me hizo tal caso. Una historia que, como cualquier terapeuta de las más variadas terapias puede dar fe, aburre.
Luego están los trucos, a cuál más increíble, que va a tono con ese enfoque poco virtuoso del asunto. El más lindo tal vez sea el de detener la lluvia. Allí, sin que sea explícito como en otras partes, la idea de la ciencia como posibilidad de magia (es decir, como hacer real lo inverosímil) encuentra un punto interesante que la película no explota por propia decisión: lo suyo es el efecto, no los descubrimientos sobre la percepción que todo efecto produce.
Dicen que la magia es controlar las percepciones, reza en una parte el film. Una pena, porque la grata sensación que había despertado la primera entrega es que se trataba de liberarlas.
Nada es lo que parece 2 (Now You See Me 2. Estados Unidos, 2016). Guión: Ed Solomon, basado en una novela de Stephen King. Dirección: Jon M. Chu. Con: Mark Ruffalo, Woody Harrelson, Jesse Eisenberg, Daniel Radcliffe, Dave Franco, Morgan Freeman, Michael Caine, Lizzy Caplan. 129 Minutos. Apta mayores de 13 años.
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