Murió la poeta y ensayista Tamara Kamenszain

Por: Mónica López Ocón

Tenía 74 y padecía cáncer. Además de escribir, se dedicó al periodismo y a la actividad docente contagiando su pasión por la escritura. Su obra trascendió las fronteras del país.

Poco después de publicar su último libro, Chicas en tiempos suspendidos (Eterna Cadencia) muere, a los 74 años, Tamara Kamenszain, una voz insoslayable de la literatura argentina tanto en el campo de la poesía como del ensayo.

Lo suyo, era escribir breve, pero con una profundidad enorme. Decía refiriéndose precisamente a la brevedad en Libros chiquitos (Ampersand), donde cuenta su experiencia como lectora abordando la lectura no como un deseo de erudición académica, sino como una experiencia de vida: “Irremediablemente sufro pensando que nunca voy a alcanzar un número de páginas razonable para los parámetros de lo que se considera un libro”.

Los datos biográficos nunca alcanzan a representar lo que es una vida y en el caso de Kamenszain la distancia entre una cosa y la otra se agranda.

Nacida en Buenos Aires en 1947, estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y se dedicó a diversas actividades, todas ellas relacionadas de un modo u otro con la escritura. Fue bibliotecaria, periodista y docente, fundadora y asesora de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), catedrática en la sede argentina de la New York University y coordinó diversas actividades extracurriculares en la UBA.  

Entre sus numerosos libros de poesía se destacan Tango Bar (1998), y El eco de mi madre (2010), aunque todo recorte es arbitrario y su poesía, sin perder unidad en la escritura, tocaba diferentes cuerdas.  Entre sus ensayos figuran Historia de amor y otros ensayos sobre poesía (2000), que recopila sus libros anteriores, y La boca del testimonio (2007). Su obra poética fue traducida al inglés, francés, portugués y alemán.

Recibió entre otros reconocimientos, el Primer Premio Municipal de Ensayo, el Tercer Premio Nacional en el mismo género, la beca de la Fundación John Simon Guggenheim, el Premio Konex de Poesía, la medalla de honor Pablo Neruda del gobierno de Chile y el Primer Premio de Poesía Latinoamericana Festival de la Lira.

Foto: Facebook Tamara Kamenszain

Con motivo de la aparición de su libro Textos chiquitos, dijo dijo en una entrevista sintetizando lo que para ella era la poesía: “Sí, me acuerdo que en mi adolescencia cuando terminaba con algún noviecito alternativamente descubría algún nuevo libro que me consolaba con sus poemas llorones de amor. Eso me hace pensar que la poesía trabaja más con el objeto ausente que con la presencia. La gente en general suele acercarse a leer poesía cuando tiene que digerir alguna situación límite, si no, le suelen huir y dicen que no la entienden. Lo mismo para quien escribe poesía: se dice que los mejores poemas suelen tener que ver con muertes cercanas, grandes pérdidas, como si uno encontrara en el reservorio del género algo más directo para decir. Ahí las metáforas caen, dejan de ser artificios y se pliegan a lo real.” Su observación, nacida de su práctica cotidiana de escritura, se vincula a la vez con la poesía y con el ensayo.

Aunque sus datos biográficos, obviamente, trazan un bosquejo de su vida dedicada a la literatura, no la agotan. Como sucede con todo buen escritor, su esencia hay que buscarla en su escritura. En elya mencionado último libro, Chicas en tiempos suspendidos se inclina definitivamente hacia la poesía narrativa. En él se refiere tanto a la poesía misma como a sus abuelos y su historia familiar, a una carta de Enrique Lihn que recibió una vez, a las mujeres o “chicas”, a la  aparición del nieto de Estela Carlotto y al encierro obligado debido a la pandemia. Dice: “¿Y la enfermedad?/¿Y la muerte?/ De esos asuntos ya hablé en oros libros /y no me queda nada más para decir./Porque en este caso no hay duda / de que lo que empezó como poesía / está terminando como una de esas novelas/ donde ni el lamento tanguero,/ ni el lamento judío / ni el otro lamento con el que suelo tapizar/ el diván de mi analista  /alcanzan para que el ritmo / el rezo, el verso / la escansión / o como quieran llamar / a ese golpe que corta la prosa/ en pedacitos /se interponga entre la realidad y lo que sí o sí /merece quedar suspendido/ sin pronóstico /sin metáfora/ pero sobre todo /sin miedo.” Todo el texto está escandido por la expresión “sin embargo” como si, con afán de verdad, pesara en la balanza de la poesía las dos partes de un mismo asunto.

El último apartado se llama significativamente “Fin de la historia”. ¿Se refería acaso a su propio final signado por el cáncer? Es difícil contestar esa pregunta para quienes no pertenecemos a su círculo íntimo. Lo cierto es que no se encuentra de ella una foto en la que no esté sonriendo como una forma de celebrar la vida. Era generosa y agradecía públicamente hasta una breve reseña de sus libros sin que su larga y reconocida trayectoria le quitara humildad y calidez. Quienes la conocieron de cerca no cesan de remarcar que no solo era una gran poeta, sino una gran persona. A pesar de la extensa obra que deja, se la va a extrañar por ambas cosas.

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