Camila Muller, la docente y artista torturada en su casa en Jujuy: «No viví la dictadura, pero creí que me chupaban»

Por: María Soledad Iparraguirre

Tras la sanción exprés de la Reforma Constitucional de Morales vinieron las persecuciones, la represión y los ataques a manifestantes, que se multiplican. Una de ellas fue Camila, que primero fue seguida y luego le entraron a su casa, la ahorcaron con un cable, la abusaron y torturaron durante media hora, sin ninguna respuesta oficial. "Dejá de mover el culo y de hacerte la revolucionaria", le dijeron antes de irse.

La madrugada del 27 de junio, cuando golpearon la puerta de su casa Camila creyó que era un compañero a quien estaba alojando. El calvario comenzó ni bien abrió: un hombre (acompañado por dos mujeres) la empujó y la redujo con tácticas de tortura empleadas por los grupos de tareas durante la última dictadura cívico militar.

La tabicó y abusó de ella. Le metió un trapo sucio en la boca y le provocó simulacros de ahorcamiento, mecánica que repitió varias veces hasta dejarla prácticamente sin poder respirar. Tras torturarla más de media hora, la liberó del precinto que le sujetaba el cuello. “Dejá de mover el culo y de hacerte la revolucionaria, sos una puta”, le dijeron antes de irse.

La docente estuvo doce horas sin poder pedir ayuda. Desde esa noche está medicada y sufre ataques de pánico. En la extensa charla que mantuvo con Tiempo, Muller detalla el feroz ataque recibido, al que considera un claro mensaje a la comunidad artística que apoya el reclamo docente y la lucha indígena contra la reforma de la constitución aprobada días atrás en Jujuy por el gobierno de Gerardo Morales. Con el patrocinio del abogado Luis Paz, la artista presentó un habeas corpus por el ataque sufrido y una denuncia penal: “No nos tiene que ganar el miedo, tenemos que cuidarnos entre nosotres, salir y ser más”.

Infiltrados

Docente de historia, de danza y actriz, Camila Muller se desempeñaba en el ámbito estatal hasta que Gerardo Morales asumió la gobernación de Jujuy en 2015 y, al tercer día de mandato, quedó en la calle. Desde el macrismo se cerró un programa operativo nacional de acompañamiento a las escuelas con profesionales de la educación de todas las regiones, -Puna, Quebrada, Valle y Yunga-, en el que participaba. Al igual que otras cien personas, fue cesanteada.

”Hay una gran persecución política desde el inicio de esta gestión y quienes elegimos no negociar, pagamos estas consecuencias. Principalmente, la persecución se dio a quienes hemos estado vinculados al movimiento Tupac Amaru. Yo trabajé en el Ministerio de Educación, a partir de ahí no estuve en relación directa con el movimiento pero desde el ministerio ayudaba en la redacción del proyecto educativo institucional de la escuela Tupac Amaru, Bartolina Sisa. En ese contexto, me quedo sin trabajo”, explica a Tiempo.

A principios de junio, cuando se inició el plan de lucha docente en reclamo de mejoras salariales y recomposiciones laborales, Muller no dudó en sumarse a las actividades artísticas de apoyo en las calles: “Lo pensé por mí misma, me dije por fin voy a poder gritar lo que me pasó y también por mis compañeres“, cuenta la docente que ya vivió el destierro interno cuando, a raíz de la persecución a sus padres, militantes peronistas en plena dictadura debieron dejar Córdoba, su ciudad natal y se radicaron en tierra jujeña.

Muller participó de las protestas desde el primer día; asistió a marchas, desde los colectivos de artistas, sola, en un constante activismo que le permitió ir tanto a Purmamarca como estar en San Salvador el día 20 cuando se desató una feroz represión. Ese día, vio como desde las mismas filas militantes que marchaban salían grupos infiltrados tirando gases lacrimógenos a su lado.

“Realmente fue como asistir a una película, o volver a los relatos de mi viejo, ese día no sé cómo no me detuvieron. A la compañera que estaba conmigo la llevaron y le armaron tres causas. Ya tiene sus deditos pintados, con una planilla prontuaria con la que no va a conseguir trabajo, ella es docente de teatro también. Esto no me está pasando solo a mi”, destaca. 

En peligro

El 27 a la mañana, Camila salió temprano a trabajar. La joven da clases de yoga y danza en un espacio que alquila a la universidad, lugar en el que irrumpió la policía el pasado miércoles llevándose detenido a un docente. Cuando llegaba al instituto advirtió que una camioneta blanca la seguía (como las usadas en las que se llevaron manifestantes durante las jornadas previas de protesta).

“Copié la patente y se la pasé a un amigo que podía averiguarme. Y lo hizo; me explicó que donde debían salir los datos del titular, salían asteriscos. Me dijo que debía cuidarme. Cuando salí de dar clases había otra camioneta, esta vez ploteada, de la policía de la provincia, sin patente pero con número de móvil, (632) que aceleró en plena avenida con semáforo en rojo».

«Corrí al otro lado de la vereda, buscando salvarme; claramente venía a atropellarme. La parada del colectivo estaba llena de gente, todos vieron eso, gritaron. Llegué a la parada e hice historias en Instagram pidiendo ayuda, contactos de derechos humanos, ¿A quién pedirle ayuda en una provincia en la que es la policía la que te está queriendo atropellar?”, contó.

Camila volvió a su casa acompañada. Temprano, consiguió comunicarse con Lorena Cruz, de la misión de derechos humanos que se encuentra en Jujuy relevando los casos de represión y persecución. La letrada le confirmó que era el modo en que estaban operando, que estaba en peligro, y le aconsejó que se mantuviera acompañada.

Por la noche, se reuniría el grupo de la comunidad artística en la que Camila participa. De las treinta personas que asistirían, ella fue la única que, esa ocasión, se ausentó. Pasada la una y media de la madrugada despertó sobresaltada por un ruido y los golpes en la puerta. “¿Sos vos?” preguntó dormida, creyendo que era un joven al que alojaba y la noche anterior había llegado a esa hora. “Sí”, escuchó del otro lado. Abrió. 

«Me empiezan a ahorcar, a cortarme la respiración»

“Abro la puerta y me empujan, el que me empuja era un varón, logro verle un barbijo negro y una capucha y ya no vi más. Como en una maniobra que de a poco voy reconstruyendo en mi cabeza él me levanta la camiseta que llevaba puesta y me tabica. Me cubre los ojos y la cabeza dejando libres la nariz y la boca. Con las mismas mangas me ata por detrás de la cabeza; mientras él hacía eso, sentía manos que llevaban las mías a mi espalda y escuché el sonido del precinto».

Y continúa: «Me pusieron un trapo sucio en la boca, era como una rejilla que parecía estar embebida en nafta o aguarrás. Luego en la pericia me dijeron que podría ser un líquido que antes se usaba para las traqueotomías, algo que te anestesia, te duerme. Todo esto fue muy rápido, por mi cabeza pasaba la idea de que me iban a secuestrar, a chupar; esto estuvo pasando noches antes en otras casas con personas que habían participado de la marcha del 20″.

«Creí que me secuestraban pero cerraron la puerta de casa y me pusieron un cable en el cuello. Con eso que era un cable, un cinto, me empiezan a ahorcar, a cortarme la respiración. Sentía que me estaba muriendo, tenía la boca con ese trapo, no podía respirar y cuando no pude más, como si esta persona supiera, me soltó y volví a respirar“, aseguró.

Mediante un simulacro de ahorcamiento propio de las técnicas de tortura empleadas por los grupos de tareas durante la dictadura, quien atacó a Camila repitió esa mecánica, al menos tres veces. “Sueño mucho con eso, me despierto ahogándome; incluso durante el día hay momentos en los que siento que no logro colmar de aire mis pulmones. Soy profe de yoga y mi conducta respiratoria es muy buena, muy sana pero por momentos siento que mis pulmones no están oxigenando y entro en pánico. Eso me está pasando ahora”, relata Muller, visiblemente quebrada.

Dos mujeres acompañaban al atacante y le daban indicaciones: “tráela, tenela, ahí nomás”. Una de las veces en que casi cayó desvanecida empezó a sentir el dolor ante la golpiza; se habían ensañado con los ojos y la cabeza. La patearon por la espalda mientras permanecía tumbada en el piso. Fue manoseada y abusada.

Camila cree que el ataque duró poco más de media hora. Luego, soltaron el cable que tenía en el cuello y le arrojaron las llaves de su casa. “Cerrá la puerta con llave, mamita que hay mucha gente mala dando vueltas”, le dijeron. «Hay muchos piqueteros», agregó él. Y rieron. «Una de las últimas veces que este hombre me ahorca yo dije ‘ya está, por favor, Dios mío, que me muera’, porque me tocaba y me ahogaba y ya no quería, sentía que no podía, que ya no podía resistir, que se saquen las ganas conmigo pero que no le hagan mal a mi gente“. Pasaron doce horas hasta que la docente pudo pedir ayuda a una amiga.

En medio de una marea de acompañamiento y solidaridad frente al horror que vivió, Muller recibió atención médica de primeros auxilios en la clandestinidad; de noche, en casa de una médica que la recibió y la curó. Debió someterse a pericias y está medicada desde aquella noche.   

Espionaje

“Tenemos en camino el habeas corpus en la justicia ordinaria que fue rechazado el lunes pasado y la denuncia penal que Camila hizo en el Ministerio Publico para que se investigue el ataque a la casa –explica a Tiempo Luis Paz, abogado de la docente torturada–. Está en pleno desarrollo el habeas corpus que presentamos en la justicia federal como consecuencia de la inacción ante el requerimiento de habeas corpus que presentamos el 29 de junio».

«Camila pidió protección para sus hijos (viven en Córdoba) y se la negaron. Le otorgaron protección a ella, medida que estoy cuestionando porque le quieren asignar un botón anti pánico como si hubiera sido un caso de violencia doméstica, lo que desvirtúa la responsabilidad que tiene el poder judicial en un caso de estas características. Las técnicas usadas para la reducción, el tabicamiento de Camila y lo que le decían demuestra que había sido previamente perseguida, que le habían hecho espionaje ilegal, que había toda una tarea previa de espionaje”, señala Paz.

“Yo no sé si serán grupos parapoliciales como los que se metían entre nosotres cuando marchábamos y tiraban gases lacrimógenos, piedras; las mismas formas de patota –apunta Muller–. Al pasar los días me fui dando cuenta hasta de este juego de la puerta. La noche anterior cuando le abrí al pibe que se estaba quedando lo reté porque se ponía a un costado y no podía verlo por el visor. Ellos hicieron lo mismo; cuando pregunté y miré antes de abrir, estaban a un costado».

«En el grupo de WhatsApp avisé temprano que esa noche no iría a la reunión ahora pensamos que los mensajes fueron filtrados –concluye–. Siento que esto no es algo personal, que no es para mí sino para el colectivo de artistas. Particularmente esta es una lucha en la que les artistas tenemos un rol muy notorio, desde las canciones, la potencia, la polenta, estar días y noches en el acampe, el corte de rutas, con una presencia muy fuerte. Creo que es un mensaje para nosotres- el colectivo del arte- y para todos los involucrados en la lucha”.

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