Montoneros o cómo el peronismo se volvió revolucionario

Por: Mariano Pedrosa

En Montoneros y la memoria del peronismo, Rocío Otero indaga en cómo la organización construyó su identidad reinterpretando los principales hitos y personajes del movimiento en clave revolucionaria.

La historia del peronismo revolucionario continúa siendo objeto de disputa y análisis, empezando, por ejemplo, por cómo esos dos términos llegaron a ser compatibles, porque no siempre lo fueron, y aún hoy muchos los sienten como un corso ideológico y son poco afectos a decirlos juntos y de corrido. Rocío Otero, becaria posdoctoral del CONICET, se dedica a estudiar el pasado reciente y, en ese marco, publicó Montoneros y la memoria del peronismo (Prometeo) un libro que indaga en cómo durante los años setenta “la orga”, tal como se conocía a esa organización en la jerga militante, fue construyendo y resignificando en clave revolucionaria determinados hechos y personajes de la historia del movimiento político que cosecha la lealtad de buena parte de las masas obreras argentina.

En su casa de Caballito, rodeada de varias bibliotecas sobre peronismo, organizadas según un orden muy estricto, Otero habla con pasión de sus temas. Muestra su libro y la reedición de La izquierda Peronista, de Germán Gil, con los que Prometeo inicia la Colección Pasados presentes, a cargo de Débora D´Antonio. La larga charla arranca cuando cuenta que al empezar su investigación se encontró con un campo de estudios en expansión: “El marco para pensar el pasado reciente en Argentina se constituye inicialmente en los años ochenta, alrededor del juicio a las Juntas y la visibilización de los crímenes de la dictadura. En ese entonces, el imaginario revolucionario se había disuelto. Dos decretos de Alfonsín ordenaban juzgar a las cúpulas militares y a los dirigentes de las organizaciones armadas. Luego, los indultos de Menem cambian ese marco. Para el 20°aniversario del golpe de Estado de 1976, surgen nuevas preguntas, especialmente de parte de los hijos de los militantes. También, por esa época aparecieron los tomos de La voluntad de (Eduardo) Anguita y (Martín) Caparrós, y las películas Cazadores de utopías y Montoneros, una historia. A partir de ahí se empieza a mover el lugar del testimonio y comienza a recuperarse la historia militante”.

Montoneros y la memoria del peronismo está dividido en cuatro capítulos, el primero sobre el 17 de Octubre, el segundo sobre Evita, el tercero sobre Perón y el cuarto trata sobre los actores del peronismo, originariamente, en 1945, los descamisados; luego los trabajadores, dignificados por las políticas de Perón; y en el 55, la resistencia. Cada capítulo recorre la década del setenta completa. Con cada capítulo, se vuelve a hacer ese recorrido. Según explica Rocío Otero, dos símbolos importantes para definir al peronismo montonero son la Evita del 51 y la Resistencia peronista a partir del golpe del 55. “Muchos ya han estudiado cómo Montoneros recupera la mística y el folclore de la Resistencia Peronista, pero en general sólo se analizan los primeros años de existencia de Montoneros. Además, yo planteo que esa organización construye una genealogía revolucionaria desde antes, desde Evita, en la historia del primer peronismo, al rescatar su proyecto de organizar milicias de obreros y con la idea de que la muerte de Evita deja truncada esa evolución inevitable del movimiento hacia la radicalización revolucionaria”.

Algo que se puede leer en Montoneros y la…  es la eficacia práctica de las ideas, y que la forma en que Montoneros se pensó como organización tiene una estrecha relación con el modo en que representaron los principales símbolos, líderes y actores del peronismo.

–¿Cómo llegaste a este tema?

–Venía estudiando la memoria colectiva. Se estudiaba mucho la memoria social en relación con los efectos del terrorismo de Estado, por poner un ejemplo, cómo se tramita la desaparición de personas en la memoria social. Entonces leí a Pierre Nora, un investigador de la Nueva historia, que trabaja la memoria de la Revolución Francesa y cómo forma parte de la identidad de ese país. Nora propone una distinción, que hoy está más profundizada, entre historia y memoria. La primera es una operación laica que intenta racionalizar, mientras que la memoria es algo vivo y, como tal, se presta a transformaciones, se adapta al presente desde el que se evoca y desde el cual se le otorga sentido. La memoria siempre deforma, por definición, pero no por eso es espuria. Sí es relativa, es un fenómeno actual, porque se construye desde el hoy, el sentido se lo damos desde el presente.

–¿Tu mirada como socióloga agrega un diferencial al estudio de hechos históricos?

–La verdad es que las fronteras disciplinares están un poco disueltas en las Ciencias Sociales. En este caso particular fue muy fuerte el marco teórico sobre cómo concebir la memoria, mirar las representaciones, los imaginarios. Eso que recogí con Pierre Nora y con otros autores, como Carlo Ginzburg, que plantean que hay que estudiar las mentalidades, las formas de pensar y pensar(se), volverlas objeto de estudio. Yo no cuento la historia general de Montoneros, sino la de su relación con los símbolos del peronismo. En este sentido, el sociólogo está muy entrenado a mirar la realidad con distintas teorías, que es como decir con distintos anteojos. La teoría ilumina realidades que de otro modo no verías. El punto de partida tiene que ver con esas preguntas que me estimulaban y que se relacionan la memoria social.

–¿Cómo se relaciona el peronismo con la memoria?

–Hay muchas memorias del peronismo. Yo parto del supuesto de que hay una relación muy estrecha entre la memoria y la identidad. Cuando construís una memoria edificás un sentido de pertenencia, una coherencia, un soy y un no soy. Recordar eventos políticos del pasado también es ubicarte en un lugar en el presente y constituir una identidad. En 1973 había muchas versiones del peronismo: unos decían «si Evita viviera, sería Montonera», mientras que otros consideraban que la esencia del peronismo se condensaba en el liderazgo de Perón y en las famosas veinte verdades, una suerte de decálogo del peronismo, enunciado por Perón en épocas de sus primeros gobiernos. Ahí es interesante pensar. El peronismo es un gran dilema, por eso qué es el peronismo es una pregunta compleja, puesto que es una tradición política, cultural, una identidad, que no se reduce al Partido Justicialista, ¿Pichetto es peronista? (se ríe). Bueno, se puede discutir. Yo tomo al peronismo en su condición de  memoria.

Montoneros hace su aparición con el asesinato de Aramburu, una acción de alta visibilización.

–Cuando surge la organización en 1970, el líder del peronismo estaba en el exilio y no es el Perón de unos años después, cuando regresa al país. Cuando fusilan a Aramburu, uno de los delitos por los que lo juzgan es la desaparición del cadáver de Evita. (Beatriz) Sarlo dice que fue un acto de venganza, de pasión política, que en su carácter simbólico buscaba inscribirse de forma radical en una historia previa. A partir de ahí empecé a interrogar al peronismo en términos de memoria y la relación que esos jóvenes entablaron con el pasado peronista. No hay que olvidar que el promedio de los militantes montoneros eran niños durante el bombardeo a Plaza de Mayo del 55, y sin embargo, se trata de un hito en el compromiso militante. Desde ahí empiezo a plantearme la manera en que Montoneros pensó distintos símbolos y momentos del peronismo, porque al mismo tiempo, al hacerlo, construía su propia identidad.

–¿Cómo sería un ejemplo de esa operación en la actualidad?

–Un ejemplo actual puede ser la imagen de Evita con un pañuelo verde que se ve en las movilizaciones feministas con la frase “la maternidad será deseada o no será”, que viene de “el peronismo será revolucionario o no será”. Símbolos que se juegan y adaptan a nuevas reivindicaciones. Ese tipo de operaciones son las que pongo en juego en la historia de Montoneros. Cómo piensa Montoneros cierta simbología peronista y la adapta a una visión revolucionaria y a las distintas coyunturas que atravesó, lo cual permite ver continuidades y rupturas, puesto que, algo que intento mostrar en el libro, fueron representaciones dinámicas y cambiantes que explican las complejidades y desafíos que enfrentó Montoneros en su lucha y en su identificación con esta tradición política.

–De ahí el subtítulo del libro «Símbolos, líderes y actores»

–Claro. En la investigación que dio forma a mi tesis de doctorado me planteé cuáles eran los símbolos y emblemas más importantes del peronismo, que sirven para pensar más en concreto al peronismo en su condición de memoria: Perón y Evita, los dos grandes líderes; el 17 de Octubre, mito de origen; y los descamisados. Esos son los cuatro capítulos del libro. Yo reconstruyo esos cuatro símbolos en el período clásico del peronismo (1945-1955); en el período que va desde 1955 (cuando Perón es derrocado) hasta 1969 (cuando eclosiona la conflictividad social con el Cordobazo como hecho emblemático); y en los años de existencia de Montoneros. En el libro me dediqué a Montoneros, y las dos primeras etapas –que en la tesis eran más extensas– aparecen sintetizadas al principio de cada capítulo. El grueso del libro reconstruye la cultura política de Montoneros alrededor del peronismo.

–¿Cuándo se empieza a construir una memoria?

–En el acontecimiento mismo. ¿Cuándo empezó a construirse la historia del 17 de Octubre? Al día siguiente, cuando alguien puso en palabras lo que había pasado el día anterior. Ahí se juega la diferencia entre los acontecimientos y la representación que se hace de ellos. En los cuatro símbolos, trazo una reconstrucción historiográfica de los hechos “tal cual fueron”. Para después mostrar cómo se los pensó e imaginó a lo largo del tiempo. Por eso en la tesis tuve que irme muy atrás en el tiempo, porque si yo quería pensar el símbolo Evita en Montoneros tenía que ver primero su actuación histórica; luego, cómo se generaron memorias en el período clásico del peronismo sobre su figura; y tras el derrocamiento de Perón, cómo se resignificaron esas interpretaciones entre las corrientes revolucionarias del peronismo, en plena expansión. Porque Montoneros hereda, en parte, una cultura política del peronismo mediatizada por las interpretaciones de los grupos y actores de la izquierda peronista. Entonces, por un lado, estaban los sentidos de cuando era una memoria oficial, es decir, el peronismo utilizando el aparato del Estado como plataforma para hacer propaganda. Por ejemplo, los actos del 17 de Octubre eran oficiales hasta 1955 cuando va a estar prohibido por decreto hasta mencionar las palabras Perón, Evita o los descamisados. Así, de ser una memoria oficial pasa a ser una memoria subterránea. Los principales emblemas y símbolos del peronismo empiezan a ser resignificados a la par del proceso de cristalización de una corriente de derecha y una de izquierda en el peronismo. Antes de 1955 esas categorías no funcionaban. Al calor del derrocamiento de Perón y la resistencia peronista, empiezan a aparecer grupos que se van radicalizando mientras que otros actores, como buena parte de los sindicatos, se reacomodan y adaptan a las nuevas circunstancias. Hay un libro famoso de Daniel James, Resistencia e integración, que plantea la existencia, por un lado, de corrientes  intransigentes ante el reclamo por el retorno de Perón, mientras que otros se van integrando al sistema político que mantiene la proscripción del peronismo, como el sector liderado por Vandor, lo que la izquierda llama la burocracia sindical.

–Pero vos te enfocaste en la izquierda peronista, en los intransigentes…

–Era el vector que me interesaba. Las interpretaciones tradicionales sobre Montoneros destacan que se conformaron a partir de gente de clase media con aspiraciones vanguardistas en su afán revolucionario, y que, dado que la clase obrera era peronista ellos “se pusieron la camiseta” peronista de manera un poco oportunista. Yo me peleo con esa visión de que el peronismo montonero es algo espurio, porque no me interesa indagar en su legitimidad, sino que busco comprender su lógica y racionalidad propias, las herencias y resignificaciones.

–Das vuelta la pregunta típica sobre qué es el peronismo.

–Claro, a partir de esa pregunta que me hago, busqué esos hitos emblemáticos que mencioné y que implicaron cuatro metodologías de análisis distintas de acuerdo a las características del símbolo. Porque, por ejemplo, cuando aparece Montoneros, Perón estaba vivo pero exiliado. ¿Qué pasa con el mito construido alrededor de Perón cuando vuelve en el 73? Además, hay que romper la idea de que existe un “peronómetro”. La identidad es una autodefinición. A mí no me interesa determinar si eran peronistas mucho, poquito o nada, por ahí no va la pregunta. No me interesa responder a la pregunta respecto a si Montoneros fueron o no peronistas, sino comprender qué fue para ellos el peronismo.

–En 1973, aparece el Perón más de derecha.

–Sí. Y también eclosiona y cobra estado público la disputa entre sectores del peronismo. En el caso del 17 de Octubre reconstruí cada acto y qué decía Montoneros en esa fecha. En el de 1973, hacía pocos días que había sido asesinado Rucci, y cinco desde que Perón había asumido la tercera presidencia. Ya se había publicado en el diario La Opinión un documento reservado firmado por el Consejo Superior del peronismo, que –como dice la investigadora Marina Franco– de reservado no tenía nada, porque apareció el 2 de octubre a la mañana en un diario. Ahí se planteaba que dentro del movimiento había infiltrados marxistas –de nuevo esta idea del peronismo espurio– y se utilizan términos muy fuertes. En un contexto en el que ya operaba la Triple A, ese documento funciona como un fundamento ideológico de la persecución contra militantes de la izquierda peronista. Ese 17 de octubre, Perón restablece el Día de la lealtad, pero como un día laborable más. A diferencia de las conmemoraciones que tenían lugar durante sus primeros gobiernos, cuando se organizaban año a año grandes actos y manifestaciones con toda la liturgia peronista en juego. El 17 de octubre 1973, la JP (que nucleaba a los jóvenes de la izquierda peronista) llama a un acto en Córdoba, y en respuesta, la JP de la República Argentina, que nucleaba a los jóvenes de la derecha del peronismo, llama a un acto a pocas cuadras. En el libro muestro cómo en esa conmemoración Montoneros empieza a deslizar críticas a Perón y como un correlato simbólico, desafía el sentido tradicional de la lealtad. En ese acto son oradores los líderes de Montoneros (Roberto) Quieto y (Mario) Firmenich, y a grandes rasgos plantean que la lealtad es  un vínculo bidireccional, del pueblo al líder y del líder al pueblo. Un sentido que habla de ese presente. En el acto de la JPRA se escucharon expresiones como las de “infiltrados marxistas” y la afirmación de una lealtad incondicional al líder. En contraste con el período clásico desde el gobierno no se hizo ningún acto oficial en lo que era el primer 17 de octubre después de dieciocho años de exilio, y el último con Perón vivo. Ahí hay una disputa por el sentido de la fecha emblemática del peronismo.

–La figura de Evita les permite plantear una potencialidad revolucionaria en el peronismo.

–Sí. El 26 de julio, por ejemplo, aparece en los recuerdos de los militantes como una fecha asociada a lo emotivo, porque se recordaba la muerte de Evita, con quien se planteaba un vínculo particular, del orden de lo emocional. Una de las cosas que muestro en el libro es la centralidad de la figura de Eva en Montoneros. Cuando vuelve Perón en el 73 casi ni la nombra, lo que contrasta con sus esfuerzos por posicionar a su tercera esposa, María Estela Martínez de Perón, como líder de las mujeres peronistas y, luego, como su compañera de fórmula. En Montoneros es muy fuerte el evitismo. Algo que se expresa, por ejemplo, en el mito de las milicias obreras, que rescato en el libro. Figura en todas las biografías de Evita, generalmente apenas en un párrafo, que en 1951, tras ser controlado el primer levantamiento militar contra el gobierno de Perón, Evita planeó un plan de acción muy radical, que habría consistido en comprar armas al príncipe Bernardo de Holanda con dinero de la Fundación Eva Perón, para entregárselas a los trabajadores en caso de que hubiera otro intento de golpe. Incluso en la pobre reconstrucción que aparece en esas biografías, las referencias coinciden poco entre sí. Es lo que llamo el mito de las milicias de obreros. En lo que refiere a mi trabajo, no importa tanto si eso es verídico, pero es relevante en la medida que tuvo un rol central en las representaciones montoneras de Evita.

–¿Cómo analizás el sentido de la figura de Evita en Montoneros?

–En el capítulo sobre Evita, por ejemplo, analizo las conmemoraciones del 26 de julio y del 22 de agosto (fecha asociada a su renunciamiento a la candidatura a la vicepresidencia). Eva emerge como ejemplo y modelo de la entrega y abnegación militantes. También, a principios de los 70, había muchas interpretaciones que sostenían que Perón representaba un peronismo y Evita, otro más radical. Que si Evita hubiera estado viva en el 55, le hubiera dado las armas al pueblo para defender a Perón. Hay momentos en la historia de Montoneros en que emerge con mucha fuerza el relato de las milicias obreras. Por ejemplo, cuando pasan a la clandestinidad en septiembre de 1974, plantean que van a hacer realidad ese proyecto de las milicias, que serían el germen del ejército montonero. Su principal órgano de prensa desde 1974 hasta su ocaso como grupo, lleva el nombre Evita montonera. Ellos escriben su propia historia revolucionaria para el peronismo, en la que Eva tiene un rol central, y en ella, inscriben su propia existencia como punto de llegada de esa corriente revolucionaria que tenía origen en Eva y su praxis política.

–¿Qué pasa con Perón?

–Con Perón tienen el problema de que les contraría el mito, porque hasta Ezeiza maneja un discurso ideológicamente amplio. Pero cuando llega a Argentina, empieza a clausurar sentidos. El día en que Montoneros se va de la plaza, el de los jóvenes imberbes, es el punto de llegada de lo que llamo “el sendero de la desidealización”. Casi un año antes, en Ezeiza, el conflicto interno del peronismo había adquirido características violentas, cuando sectores de la derecha peronista abrieron fuego contra las columnas de la izquierda. Perón aterriza en otro aeropuerto y al día siguiente emite un discurso a partir del cual instaura una retórica de pacificación nacional y la idea de enemigos internos en el peronismo. De modo que al día siguiente de llegar al país, el líder empieza a tomar clara distancia de los sectores revolucionarios. Eso da inicio al dilema de cómo enfrentarse con Perón y ser peronista al mismo tiempo. E incluso supone para Montoneros divisiones y rupturas internas, como es el caso del grupo JP Lealtad, que toma distancia y se define como leal a Perón. Todo eso lleva unos meses hasta que Montoneros comienza a afirmar que “Perón es Perón y no lo que nosotros queremos”, y que la comunidad organizada, el proyecto social de Perón, no tiene nada que ver con lo que entendían ellos por socialismo nacional. El 1° de mayo de 1974 no es el quiebre, sino la consecuencia de meses de paulatina ruptura. Ahí los recuerdos de unos y otros difiere: los ortodoxos dicen que Perón los echó, los Montoneros que se fueron. Lo que poco a poco, desde Ezeiza, fue entendido como un giro a la derecha de Perón, reforzó también el evitismo montonero.

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