Ping pong con el Mono de Kapanga: «La pizza es el alimento balanceado de los músicos»

Por: Nicolás Peralta

Es uno de los cantantes más carismáticos de nuestra escena musical y una figura cada vez más convocante de la televisión.

Conquistó los escenarios desde el sur del Conurbano: nadie puede surfear distintos géneros con la gracia de Martín Alejandro Fabio, alias el Mono. Rock, cuarteto, reggae, ska, heavy metal y/o el estilo que Kapanga desee abordar, el vocalista y compositor lo asume como propio. Nacido en Lomas de Zamora, un 12 de Abril de 1969, creció en Quilmes y la música lo encontró de casualidad cuando conoció al bajista Marcelo «Balde» Spósito y comenzaron  a tocar en fiestas privadas y pequeños bares. En los ’90 se reunieron nuevamente bajo el nombre de Kapanga y  marcaron un camino que los llevaron a editar once trabajos discográficos, dar miles de shows y darle vida a canciones que se cantan en las canchas.

-¿Soñaste alguna vez con tener tantos años como músico?

-No. De chico soñaba con ser como San Martín o Palito Ortega. Como Karadagian, el Caballero Rojo, el Zorro… Admiraba a Sandro, Palito y Perales, lo que se escuchaba en casa, pero nunca pensé que iba a vivir de la música. No tenía mucha idea y se dio, siempre me moví por las ganas. Si me decían que iba  a viajar y cantar frente a miles de personas, seguro no lo hubiera creído. Pero bueno, acá estamos

-¿Cuál es el destino más exótico al que te llevó Kapanga?

-Anduvimos por todos lados. Pero Europa del este me gustó mucho. En 2004, estuvimos dos meses, 45 fechas por todos lados. República Checa, impresionante. Después anduvimos también por Alemania, Austria, Suiza, y Croacia, también increíble.

-¿Cuál fue el país que más te impactó?

-Alemania. Siento que fue un antes y un después. Sólo allá hicimos 30 fechas. Fue como hacer la universidad, nos profesionalizamos. Aprendimos un montón.

-¿Qué aprendieron?

-Desde respetar el horario para subir al escenario, hasta cómo hacer las pruebas de sonido. Por ejemplo, una vuelta teníamos pautado un show, hicimos tres temas y había dos personas, y uno desmayado. El dueño nos hizo tocar igual 90 minutos. En Berlín un tipo nos enseñó cómo probar sonido: nosotros éramos muy elementales. Un tipo nos dijo que no era así, que primero la bata, el bajo, la viola, después el teclado, una canción y estamos. En 10 minutos ya está. Así aprendimos que no era todo junto.

-¿Sos amante de la gastronomía?

-Los últimos años aprendí a comer. Antes vivía a milanesas con fritas, pizza, empanadas, asado y nada más. Durante 45 años nada de verduras, ni tomate, ni zanahoria, ni lechuga, pero por suerte me di lugar a probar.

-¿Y qué te llevó a abrirte en ese sentido?

-Vi que todos comían, un par de amigos eran vegetarianos, y dije no puede ser que sea tan necio de no saber qué gusto tienen. Y bueno un día fui metiéndome y me gustó encontrarle la vuelta a las combinaciones posibles. Había que alejar lo frito y las harinas. Sumé, no es que deje algo, eso está bueno. Abrí la cabeza.

-Tuviste pizzería. ¿Cuál fue la mejor que probaste en tu vida?

La pizza es el alimento balanceado de los músicos. En cualquier catering hay pizza. Miles de kilos seguramente me clavé. Probé las más horribles, en Estados Unidos, que son las peores lejos y también algunas muy buenas, acá y en Europa. Mirá, una que recuerdo muy rica fue en Berlín, un tano que tenía un local espectacular, recontra italiano, a todo trapo con una onda impresionante.

-¿Cómo era?

La pizza era suave, sutil, liviana, una locura: te comías cuatro o cinco. Recuerdo que acostumbrado al mar de queso de acá, a la vista me parecía poco, tres boconccinos ahí tirados… Pero es el toque justo, porque no es el mismo queso, no es la muzza. Es otra cosa.

-¿Cómo eras en el colegio?

Siempre quise pasar inadvertido, pero nunca lo logré. Ese sería el resumen de mi vida. Nunca me gustó ser el centro de atención.

-¿En serio?

-Hacía todo para ser invisible. Pero en la primaria no lo logré, en la secundaria menos y dije bueno, cuando me  toque la colimba. Tampoco lo logré y me perjudicó.

-¿Dónde te tocó hacerla?

-En Quilmes, en la Fuerza Aérea. Yo era clase ’69, mi hermano y mis primos más grandes también la hicieron ahí. Entonces, al escuchar mi apellido, listo: «Venga para acá», me dijeron. El primer día éramos 163 soldados y al único que bailaron fue a mí: salto de rana mientras tomaban lista. Me agarraron de punto. Pero yo era el mejor en todo, el que mejor tiraba, el que más corría, al ser de la zona les hacía mandados a todos.

Foto: @KAPANGASOK

-¿Te gustaba?

-No, era todo para que en la primera baja me largaran. Se iban 20 en diciembre, el resto se tenía que quedar hasta marzo. Estaba desde enero, no aguantaba más. Entonces yo dije, me tiene que tocar, dejé la vida. Tenía hasta las vacaciones pagas en la costa con mi novia, todo listo…

-¿Y qué paso?

Leyeron los 20 y no estaba, me quería matar. Imaginate. Le dije a uno de mis superiores, que si me había esforzado por qué no me dieron la baja: “Pero si te vas, con quién no reímos”, me dijeron. ¡Pero contratate un payaso, la que te parió!

Foto: @KAPANGASOK

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