En su libro En la casa. Una odisea del espacio doméstico, la escritora y periodista suiza que vive y escribe en Francia y que defiende las banderas del feminismo, se levanta contra los lugares comunes referidos al hogar. Lejos de considerarlo como un encierro individualista, lo reivindica como espacio de creatividad y resguardo de las miradas sociales.
El título deliberadamente ambiguo hace que el libro pueda ser considerado como una provocación o a una traición a la conquista del espacio público realizada por las mujeres. La casa tiene mala prensa. Suele identificársela con el individualismo, la falta de curiosidad por el mundo y la realización de tareas rutinarias que no aportan nada a la realización existencial, sino que son una manifestación velada de esclavitud en pleno siglo XXI.
Sin embargo, el planteo de Chollet va en sentido contrario. Si Virginia Woolf dijo que para que una mujer pudiera escribir era necesario que tuviera un cuarto propio, la autora suiza propone a la casa como una suerte de espacio indispensable para la vida social.
Puede decirse que En casa es un tratado sociológico-poético, porque en cada línea se palpa una escritura llena de hallazgos que hace mucho más que informar o pensar un tema: lo convierte en literatura.
En el primer capítulo Chollet recuerda la sensación que tenía en su infancia al volver de vacaciones. «La puerta se abría y yo estaba deslumbrada dice. Nuestra ausencia nos había desacostumbrado a los lugares; los había envuelto en un trapo y los había frotado, hasta quitarles todo el polvo que la rutina de un año escolar había depositado en ellos. Yo los volvía a encontrar como nuevos, incluso mejor que nuevos porque irradiaban la densidad de los recuerdos acumulados, el desbordante sentido del que para mí estaban cargados. (..) Como nunca, tomaba conciencia de la suerte que tenía de poseer ese reino. ( ) Lo que busco en el viaje, más que el viaje en sí mismo es el modo en que éste enriquecerá el después. Para mí lo esencial se juega en lo cotidiano, en lo ordinario, no en su suspensión.»
Chollet cree que están sobreestimadas las virtudes del movimiento perpetuo y se define como «una periodista hogareña: embarazoso oxímoron. Soy casi tan creíble dicecomo una carnicera vegetariana».
Desconfía de que los territorios lejanos hagan milagros por sí solos en la medida en que «el mundo nunca se da en bruto, inmediato, evidente», sino que exige que «maduremos en nosotros una visión que permita darlo a luz». Para ella quedarse en casa es «singularizarse», «desertar», librarse de la mirada y el control social.
Internet es para Chollet una ventana abierta al mundo, a un universo que puede visitarse desde la intimidad del hogar pero es también un arma de doble filo que puede llegar a anular «los beneficios de la soledad».
La autora entiende que al espacio privado, siempre valorado por debajo del espacio público, debe ser reivindicado como un lugar de creación e incluso de militancia. Es precisamente desde el feminismo desde donde mejor se ha explicado la importancia de la intimidad del hogar como espacio en el que se transmiten los valores impuestos por el patriarcado, se consolidan las ideologías y se reproducen determinadas prácticas sociales. Pero considerada como una condición necesaria, indispensable, para poder influir sobre el espacio público, la casa es también el espacio donde es posible subvertir los valores heredados, cuestionar y producir modificaciones que vayan más allá de sus límites. Por lo tanto, la casa no está excluida de lo político, sino que, por el contrario, forma parte indisoluble de ese campo. Desde la vivienda ideal a las tareas domésticas, desde la soledad a la compañía, desde la vida en las ciudades a la ecología, nada queda para Chollet fuera del espacio de la casa y todo puede ser considerado desde ella. «
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