Carece por completo de sentido del ridículo. Se considera el personaje más importante del planeta.
Hubo un tiempo en que esa escena era inimaginable. Al respecto, no está de más retroceder casi un año.
Sin suda, en aquella época, la visita de Milei al Colegio Cardenal Copello –en su doble carácter de egresado y presidente– fue una representación única.
Al ofrecer una clase magistral a los alumnos, incluyó insultos, diatribas anticomunistas e invocaciones a las “fuerzas del cielo”, aligeradas con chistes sobre la sexualidad de los burros. Pero hubo algo que lo fastidió sobremanera: el desmayo del chico abanderado que adornaba la izquierda del atril.
Milei sólo lo miró de soslayo y, sin interrumpir su discurso, le dedicó al caído un chascarrillo alusivo (muy festejado por el auditorio). Nunca antes los rasgos psicopáticos de un gobernante quedaron tan expuestos como aquella vez.
Claro que existió una razón para que actuara con tan aterradora frialdad: él estaba en el sitio donde había transcurrido buena parte de su infancia, y en su rostro no había una pizca de añoranza o emoción. Pero sí revanchismo hacia un pasado con el cual, al parecer, tiene cuentas que saldar.
Alguien que tuvo una niñez tan tortuosa como la suya solamente tiene dos caminos posibles: ser una persona sensible ante toda injusticia o convertirse en un idealista del resentimiento. No hace falta aclarar la opción que tomó Milei ante semejante dilema. Ni que fue un pibe humillado a golpes por su progenitor. Y menos aún que su madre, una sumisa ama de casa, toleraba esa «pedagogía» de manera incondicional, mientras, en el colegio, también sufría bullying. Y en medio de ese vía crucis, su hermana, Karina Elizabeth, dos años menor que él, fue su única contención. Y todavía hoy lo sigue siendo.
Eso explica que ahora sea la secretaria general de la Presidencia. Y que, como tal, asistiera al Copello para acompañar al ilustre disertante. Fue sublime, desde el punto de vista televisivo, cuando la cámara la tomó en un primer plano al aplaudirlo desde un rincón del escenario, conmovida por sus palabras.
Es posible que, desde la lejana ciudad salteña de Metán, el juez Carmelo Paz viera esa transmisión a través de la pantalla chica.
Aquello nos remitiría a una historia ocurrida allí.
En este punto, es necesario situarse en el ya remoto 23 de junio de 2018, cuando Milei dio una conferencia en el Colegio de Abogados de dicha urbe, no siendo más que un pintoresco panelista de TV.
Pero, en esa ocasión, de pronto montó en cólera ante una pregunta de la periodista de Info Salta, Teresita Frías, prodigándole una andanada de insultos a los gritos. A raíz de ello, la fiscal del Fuero de Violencia de Género, Susana Redondo Torino, le inició a él una causa penal que fue instruida por el doctor Paz, y que se disiparía con suma rapidez al disculparse Milei por su exabrupto.
De modo que el expediente fue archivado sin notificar a la víctima, quien tampoco tuvo acceso a sus fojas. Ni lo tendrá.
Es que el juez ahora lo tiene guardado a cal y canto.
Su hermetismo es comprensible: hace seis años, él no pudo suponer que ese “loquito” se convertiría en el Presidente de la Nación.
Una lástima. Porque aquel expediente atesora una alhaja documental: el informe de una «valoración» suscripta por el psicólogo de la Corte Suprema de Salta, Pablo Carrizo Saavedra, donde consigna el «peligro» y los «indicadores de riesgo» que evidencia Milei «para sí o para terceros», según supo revelar el periodista Hugo Alconada Mon el 29 de agosto de 2024 en el diario La Nación.
Tal vez, en estos días, dicho asunto se reactualice, habida cuenta de las causas por la estafa con criptomonedas que empezaron a instruirse tanto en el juzgado federal a cargo de la doctora María Servini, como en varios tribunales de los Estados Unidos, y que en todas lo tendrían a él cómo imputado.
Aquí cabe señalar que las formas tradicionales de corrupción en el campo de la política se dan por simple angurria hacia el lucro ilícito a través del cobro de coimas, comisiones y retornos, además del consiguiente lavado de dinero y las cuentas offshore. En tal contexto, el exsenador Edgardo Kueider vendría a ser su más reciente paradigma.
En cambio, la maniobra con las $Libra es una defraudación internacional en gran escala, siendo el jefe del Estado argentino su «participe necesario».
A la vez, es aún incierto el correlato penal de otras trapisondas conexas que lo salpican, como el cobro de dinero por candidaturas, cargos, audiencias y hasta almuerzos con él, siendo la buena de Karina su «cajera».
¿Acaso Milei es entonces un estafador polimorfo y compulsivo?
Eso, por cierto, es lo que afirman algunas denuncias, las cuales, además, hacen hincapié en otras imposturas de su cuño, hasta ahora toleradas. Por caso, ya cuando publica un libro incurre en una estafa al haber plagiado su contenido. O cuando en entrevistas y conferencias esgrime situaciones y cifras inventadas. O cuando cae en la usurpación de títulos y honores al presumir con un doctorado imaginario. Hasta se sospecha que sus publicitados noviazgos son, en realidad, fruto de un acuerdo secreto «entre privados». Obviamente, la práctica sostenida de dichas acciones no sería posible sin la existencia en su conducta de rasgos psicopáticos que, además, explican su inclinación hacia la crueldad.
Hasta ahora, este hombre se exhibía sin ninguna clase de frenos. Y lo que ocultaba también lo exhibía; desde la papada hasta sus obsesiones más atávicas, en una constante «desregulación» (un vocablo que le fascina) de su vida privada.
Milei carece por completo de sentido del ridículo. Desde su llegada a la presidencia, se considera el personaje más importante del planeta. Y la certeza de haber consumado ese logro sin otra herramienta que su empeño transformó sus complejos físicos y mentales en una fría arrogancia, torpemente expresada, como en una comedia negra.
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