Heredero del movimiento del 15M en España, visitó Buenos Aires y participó en la conmemoración del aniversario del golpe. Analiza el avance ultra en el mundo que desmenuza en su nuevo libro.
–¿Cómo caracteriza el actual momento de globalización financiera y el crecimiento de la ultra-derecha a escala global?
–Desde la crisis del 2008, que se podría denominar como una auténtica crisis del régimen capitalista, es la conjunción de dos crisis fundamentales: la crisis de gobernanza neo-liberal y su mutación en un neoliberalismo cada vez más autoritario, que se está comiendo los propios preceptos de la democracia liberal y una crisis ecológica profunda, una emergencia climática que supone la eliminación en cierta medida del mantra de la utopía capitalista del crecimiento sin límite; y también del futuro concebido como progreso y como crecimiento. Esto genera una suerte de pánico entre el conjunto de la población a escala global. Sobre estos miedos se construye la extrema derecha. Esta crisis del régimen ha cancelado el futuro, nos impide imaginarlo en tanto y en cuanto la ruptura de la propia utopía capitalista que vinculaba el crecimiento con el progreso y el futuro. Ahora sabemos que el futuro no es crecimiento y no es progreso y puede ser miseria.
–Un lugar de retroceso.
–El crecimiento sin límites se acabó. Ahora mismo, si tenemos que imaginar el futuro, imaginamos una cuestión distópica. Somos más capaces de imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Creo que este elemento es clave. Somos una generación que, por primera vez, sabemos que vamos a vivir peor que nuestros padres. Construye una incapacidad de imaginar el futuro sin miedos. Ahí es donde se construye la propuesta de la extrema derecha. Es lo que nos propone: regresar al pasado, en algunos casos no un pasado utópico e idealizado, sino un pasado conocido.
–Ese pasado de la Argentina de Carlos Menem, o de la dictadura.
–Sí, ese pasado de la Europa anterior a la crisis del 2008, anterior a la cancelación justamente del futuro y de la utopía del progreso y del crecimiento. Ofrece una serie de seguridades conocidas para la mayoría de la población, genera identidades y acumula una serie de aportes hacia la extrema derecha que les permite construir mayorías sociales y mayorías electorales. Esa propuesta de la extrema derecha de regreso al pasado es irracional y no va a estabilizar la crisis de régimen. Pero no estamos hablando de razón sino de pasiones. Y es ahí donde conecta la extrema derecha y donde tenemos que entender la emergencia de este fenómeno.
–Hay analistas políticos que piensan que estamos en una suerte de deja vú de la década del ’30. ¿Cuáles son las coincidencias con esa etapa?
–Nuestra incapacidad de imaginar el futuro nos hace ver todo en clave de pasado. Asociamos la crisis del 2008, generando un paralelismo con la crisis de 1929 y la emergencia de los viejos fascismos. Las nuevas derechas tienen elementos comunes con las pasiones movilizadoras del viejo fascismo. La cuestión de ese nacionalismo exacerbado, la neurosis identitaria, el elemento de crítica a la democracia liberal, el autoritarismo. Podríamos así enumerar unos cuantos indicadores. Pero existen diferencias sustanciales y de rupturas con lo que fueron los fascismos de entre guerras, que nos hacen concebir este fenómeno como algo nuevo. Es un proceso dinámico: que hoy no sean una reedición de lo viejo no significa que ante esta crisis de régimen capitalista, no puedan evolucionar hacia esos viejos fascismos.
–¿Hay elementos disruptivos importantes con los viejos fascismos?
–Primero, la violencia de la Primera Guerra Mundial, elemento fundacional constitutivo de las bases militantes del viejo fascismo. Hoy no lo hemos tenido, que no quiere decir que no lo podamos tener. Segundo, mientras que el fascismo histórico tenía una propuesta futurista de imaginar el futuro, la ultraderecha actual habla más en clave del pasado, es más reaccionaria que futurista. Tercero: los viejos fascismos surgieron como un mecanismo para intentar enfrentar, doblegar y aniquilar a un movimiento obrero en auge que no era capaz el propio Estado de controlar con sus dispositivos coercitivos. Por esa razón constituían, movimientos de masas, movimientos de mujeres, hasta grupos paramilitares o protosindicales. La ultraderecha, entra en nuestros barrios no porque tenga un centro social, o una organización juvenil, sino por nuestros móviles. Es un elemento muy diferente: no hay una articulación de masas como cuando se fue consolidando el viejo fascismo.
–Las redes juegan un papel fundamental.
–Sí y no. Por ejemplo, en América Latina jugó un papel muy importante la implantación territorial de las iglesias pentecostales y no pentecostales, que por primera vez le han dado a un movimiento reaccionario latinoamericano, bases populares y territoriales. Fue muy importante en el Brasil de Bolsonaro, en la primera victoria electoral de Bukeele y con Trump en los EE UU. Evidentemente entran por las redes sociales, entran por la atomización neoliberal. Se ha roto cualquier tipo de Estado de socialización comunitario. No hay que minusvalorarlo: tienen enclaves territoriales aunque no tengan una vinculación orgánica con el fenómeno.
–En Europa, has publicado Trumpismos. ¿Cuáles son los conceptos?
–Intenta responder algunas preguntas que nos hacemos ante este nuevo fenómeno, y la emergencia de esta ola reaccionaria. Si es un fenómeno europeo, occidental o se ha constituido en un fenómeno global. Si hay fechas claves en la instalación de este proceso. Y entender por qué surgen más allá de que sepan comunicar, utilicen fake news o que tengan mucho dinero. No se pueden entender sin enmarcarlo en el contexto de la crisis de régimen capitalista. También intentar determinar si estamos ante el regreso de los viejos fascismos o no. Que no estén dadas las condiciones en este momento no significa que no puedan evolucionar. Como ejemplo, a Milei no lo ha aupado un movimiento neofascista aunque haya elementos neofascistas en su gobierno. Lo mismo con Trump, Bolsonaro, Meloni y tantos otros. Es un elemento muy importante porque las/los militantes tenemos que extraer del análisis, las tareas del periodo. El libro intenta hacer un examen exhaustivo país por país y a escala global, razonando los diferentes rasgos en común que tienen las distintas experiencias como el antifeminismo, la xenofobia, el fundamentalismo religioso. Para terminar planteándonos distintas estrategias para enfrentarlos. Debo reconocer que tenemos más preguntas que respuestas. El libro plantea qué cosas han funcionado mal para no volver a cometer los mismos errores, qué preguntas está respondiendo la extrema derecha y la izquierda no. Como la cuestión de la seguridad ciudadana: Bukele da una respuesta ante las Maras y una guerra abierta contra los pobres: poner al 10% de los jóvenes de las barriadas pobres en la cárcel. ¿Cuál es la propuesta de la izquierda?
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