Miguel Ángel Solá: «Pude haberme hecho millonario, pero preferí juntar eso que llaman prestigio»

Por: Adrián Melo

El reconocido actor radicado en España vuelve a los escenarios porteños con Mi querido presidente, una comedia en la que interpreta a una psiquiatra poco convencional. El placer de seguir trabajando y la triste realidad que ve en las calles de nuestro país.

Volvió uno de los actores más reconocidos y queridos para encarnar a un reconocido psiquiatra de métodos tan efectivos como poco ortodoxos. Su paciente es el recién electo presidente de la república. ¿Cuál es el problema del flamante mandatario? Cuando ensaya el discurso inaugural de toma de posesión que debe pronunciar en pocas horas, comienza a picarle furiosamente la nariz hasta el punto de transformar un rostro que debe lucir afable en una sucesión de muecas grotescas y ridículas. Indagar sobre las causas de la picazón para así poder curarlas es la tarea del psiquiatra. Eso implica revisar en el pasado del político y ahondar en viejas heridas y padecimientos subjetivos arraigados desde la infancia.

Quien oficia de psiquiatra es Miguel Ángel Solá, que vuelve así a actuar en la Argentina luego de sus últimos trabajos: La leona (2015, en televisión), Doble o nada (2017, en teatro) y Crímenes de familia (2020, streaming).

-¿Qué es lo que te hace aceptar este proyecto a esta altura de tu carrera?

-La diversión, la forma en que me fue presentada la obra. Cómo me comunicaron la intención de hacerla conmigo: me llamó personalmente Gustavo (Yankelevich). Luego lo conocí a Maxi (De la Cruz), con quien ensayamos por zoom y ya en el primer encuentro se sabía toda la letra. Y Max Otranto que es una delicia de director, un tipo muy querible. Su consigna principal fue “diviértanse ustedes, si se divierten ustedes me van a divertir a mí. Es decir, nos dio directrices concretas que debíamos respetar en momentos determinados y después fue un juego muy libre y abierto que fuimos construyendo entre los dos actores. Primero lo hicimos en el Hotel Enjoy en Punta del Este, en un salón tan grande que solo podíamos adivinar las risas de los espectadores a partir de los retornos. La vio mucha gente, la recomendó mucha gente y ahora arribamos al Apolo. Me divierto mucho. Es un verdadero regalo del destino hacer comedia a mi edad.

-Es un género bastante inusual en tu carrera.

-Sí, pero yo conozco lo que es el tempo de la comedia. Sé lo que es jugar porque he jugado con Los mosqueteros del rey, y con El Diario de Adán y Eva.  Ahora es un mano a mano con un joven que además de tener plenas capacidades físicas tiene una capacidad creativa asombrosa. Todas las funciones nos divertimos y nos reímos mucho.

-¿Qué aspectos de la dramaturgia te llamaron la atención?

-Es una comedia que te cumple con la función de hacer reír, pero no es frívola. Es una comedia que indaga en las heridas de los seres humanos. El flamante presidente de la Nación no puede articular bien su discurso, tiene tics nerviosos y eso se debe a traumas del pasado con los cuáles no quiere enfrentarse. Es un político pragmático que lo único que quiere es dar su discurso inaugural sin revisar lo que le duele. Así te das cuenta de que todo poder e inclusive esos poderes que se presentan como arrogantes y soberbios son pura fachada. Es como la despótica Reina de Corazones de Alicia que resolvía todo mandando a cortar las cabezas de los súbditos y, al final, no es más que una carta de un mazo de que se lleva el viento. El poder político, aun cuando se presenta omnipotente, siempre esconde vulnerabilidades, fragilidades e inseguridades.  

Solá y Maximiliano De la Cruz en escena.

-Tu primer protagónico fue en Equus, en donde también los dos personajes principales eran un psiquiatra y un joven. ¿Sentís que cerrás un ciclo con Mi querido presidente?

-Es verdad. Allí yo era el joven y Duilio Marzio era el psiquiatra maduro. Pero no, no siento que cierro un ciclo, sino todo lo contrario. Esta obra me abre otra posibilidad. Estoy vivo, sigo trabajando para poder vivir, para pagar el alquiler, para pagar la comida, para pagar la luz, para colaborar activamente en la vida de mi hija menor de once años. Definitivamente la obra no cierra un ciclo, sino que me abre una nueva esperanza de forma de vivir.  Más allá de que tendría que estar jubilado, sigo trabajando, me sigo sintiendo útil, que no es una cosa que le pase a la mayoría de la gente. Primero porque hago lo que me gusta y segundo porque, por lo general, a mi edad casi no hay trabajo.

-¿Cómo fue el proceso de construcción del personaje?

-No soy una persona que haya acudido mucho a la terapia. Tampoco pensé en referentes reales para crear este psiquiatra inusual, desprejuiciado, poco tradicional. Quizás Freud que en algunas cartas confesó recurrir a la cocaína, aceptaría que un psicólogo en plena sesión beba sorbos de una petaca de whisky (risas). Para mí es mucho más importante imaginar arriba del escenario que estar replicando realidades que en definitiva sólo son muecas de realidades. Al querer copiar el naturalismo de las personas o el naturalismo de una forma de ser de una determinada persona uno siempre se queda corto. Creo que es mucho mejor apelar a la imaginación y crear un personaje. Es mi manera de interpretar. Prefiero que algunos digan “así no debe ser un psiquiatra”. A mí no me importa nada. A mí lo que me importa es lo que siento. Cada uno ofrece lo que tiene y siente. Es mi forma de creer en el trabajo que hago: confiar en lo creativo. No juzgo a nadie, pero no quiero que me juzguen. A mí me gusta ser libre y si a esta edad no me lo gané, ¿cuándo?

Foto: Edgardo Gomez

-Probablemente todos los gobernantes precisen de un psiquiatra. ¿Pero se puede establecer un rating de algunos presidentes que lo precisarían más que otros?

-Los presidentes precisarían más de un psiquiatra. Tendrían que hacer terapia de grupo, trescientos psiquiatras y el presidente. Por supuesto que sí, se podría hacer ese ranking que proponés y está a la vista de todos. Pero prefiero que no incomodemos a nadie, sobre todo con cosas obvias.

-¿Qué precio pagaste por tus elecciones artísticas?

-Tuve que pagar precios, pero también pienso que a muchos nos tocó eso. A pesar de todo a mí me fue bien, o sea, a pesar de todo yo pude hacer mis trabajos, pude ser reconocido y querido, pude ser admitido en las casas por esos trabajos. De hecho, La Leona me parece la última gran telenovela argentina. Claro que decís, “Uy sí, pero qué pena que no suceda hoy, qué pena que no pueda tener las oportunidades que tenía en otras épocas”. Porque en otras épocas tuve muchas otras oportunidades también. Pero de esas nunca se va a hablar, porque no las hice, dije no. Pude haberme hecho millonario, pero preferí juntar eso que se llama prestigio, preferí ser noble a la vista de la gente, preferí ser digno de mi trabajo, preferí ser eso, y quizás, bueno, ahora digo, ¡Uy qué boludo! Podría tener más guita y poder dedicarme a lo que me gusta, pero no, evidentemente mi vida rumbeó para ese lado. No tengo propiedades, no tengo absolutamente nada. Yo tenía que ser buen actor y ya con eso tenía suficiente.

-Recién hablabas de lo que significaba en términos personales hacer esta obra. ¿Cuál te parece la importancia social de hacer una comedia en estos tiempos?

-Yo no te puedo contestar eso. Sé que todos estamos involucrados en esta comedia tenemos un corazón puesto en la comedia. No sé qué de importante tiene en términos sociales y por qué la gente se decanta por las comedias. Toda forma de teatro creo que siempre viene bien.  Pero quizás la gente está muy saturada de dolor propio. Yo veo a la gente muy lastimada en la calle y sin lugar decente para vivir, mucho joven drogado, mucha desilusión ante la vida. Evidentemente frente a esa realidad cruel y hostil, la gente que tiene acceso y puede ir a un teatro, necesita reírse un rato, deshacerse de tanta tristeza que les provoca estar en un lugar con el que no soñaron. Argentina fue en todos los sentidos un país soñado por mucha gente y aquí confluyeron todas las razas del mundo, los seres agobiados por guerras, hambre, peste, vinieron aquí o fueron a Estados Unidos. Eso, el inconsciente colectivo no lo olvida. Entonces, como quien se ahoga en alcohol, necesita un rato, ahogarse en risas para olvidar la cruel realidad. Y quizás, también, en el fondo, tal como lo propone la comedia, la gente necesita reírse del poder político que le hizo tanto daño.«




Mi querido presidente

Dramaturgia: Mathieu Delaporte y Alexandre de la Patelliere. Dirección: Maxi Otranto. Con Miguel Ángel Solá y Maxi de la Cruz. Funciones: Jueves a las 20:30, viernes a las 21, sábado a las 20 y 22 y domingo a las 20:30 en el Teatro Apolo, Corrientes 1372.



Foto: Edgardo Gomez



Diversidades y grieta

El oro y el barro (1991-1992) no solamente tuvo el mérito de ser la primera telenovela que trata la Guerra Civil Española, sino que en ella, Solá encarnó el primer protagónico en prime time de un personaje bisexual, actitud muy valiente en épocas hostiles y que ahora adquiere inaudita relevancia frente al relato presidencial que avala discursos de odio contra la diversidades sexuales.

-¿Qué repercusiones tuvo en su momento El oro y el barro?

-En la calle de repente alguno exaltado me gritaba «¡Puto!». Pero no pasa nada. Cada uno tiene su manera de creer y de ver la vida y es una pena que en eso no haya más ganas de convivir. Lo que siempre hacen y no sé cómo lo logran es enfrentarnos a unos con otros. Tengo infinidad de amigos gays y nunca les pregunté para qué usan el pito. Lo que me interesa es qué persona veo, qué espíritu hay adentro, qué tienen en su vida de hermoso. O qué tengo yo en la vida mía de hermoso que ellos se fijaron en mí para tenerme como amigo. Más allá de eso, me chupa un huevo todo. Porque además la vida es una, ¿te vas a pasar la vida mirando cómo son los demás para joderlos, para cambiarlos?

-En el mismo sentido, ¿qué opinas de la mentada grieta argentina?

-Fuimos un lugar muy rico en capacidad de crear, de hacer, de contar y de inventar. Nos fuimos mezclando todos con todos y fuimos haciendo una riqueza cultural muy enorme. De eso la Argentina no se va a olvidar nunca. Pero me parece que nos estamos despreciando el uno al otro porque pensamos diferente. Nos vamos alejando de nosotros, de lo que fuimos para poder llegar a ser ese país que consumía un gran porcentaje de teatro y cine, que descubría a los grandes directores y escritores, que los reciclaba, que los enviaba al mundo entero revestidos de prestigio. Creo que eso solo se logra aunando. No hay posibilidad de despreciar a nadie, rico, pobre, lo que sea, no hay posibilidad, porque nos ahogamos en la nada. Estos tiempos son difíciles en todo el mundo y estamos a un paso de escocernos mal.



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