Columna de opinión.
Se pasó de considerar a Mauricio Macri un error pasajero producto de una mala noche de la sociedad argentina a encumbrar al actual presidente y a su coalición como el último grito en materia de estrategia política.
Parecía que estábamos ante la presencia de un De la Rúa que caminaba fatalmente hacia su propio derrumbe y de repente nos encontramos con un Winston Churchill 2.0 que con un cráneo presuntamente infalible en la jefatura de Gabinete, un asesor estrella y una banda de trolls resolvió todos los dilemas de la representación política de los últimos 500 años.
El debate sobre la eventual «hegemonía» del macrismo es más sugerente desde el punto de vista político, antes que por un mero interés académico o escolástico.
En muchos analistas, intelectuales o politólogos que intentan diseccionar la anatomía de Cambiemos, la intención es una búsqueda honesta de las fortalezas y debilidades del nuevo engendro de la derecha argentina. Son un contrapeso necesario contra quienes pasaron del facilismo de la subestimación a un tosco simplismo que los absuelve de toda responsabilidad, crítica o autocrítica: echarle la culpa al pueblo.
Pero en otros, y sobre todo en aquellos que tienen responsabilidad política, la exageración de la potencia cambiemista opera como fundamento y justificación para la quietud y hasta el colaboracionismo.
La estrategia de Macri en esta nueva etapa en la que se propone acelerar su plan contiene dos objetivos esenciales: generar un clima de desmoralización por la presunta omnipotencia que le otorgó el triunfo e instalar el miedo para imponer disciplinamiento.
Algunas medidas aplicadas en distintos ámbitos pero que tienen una unidad de propósitos simbolizan el segundo aspecto: el procesamiento iniciado por parte del juez Marcelo Martínez de Giorgi contra 22 de las 31 personas detenidas en la primera marcha por Santiago Maldonado, a quienes además les trabó embargos que van de uno a tres millones de pesos; la detención de un joven de 20 años (Nicolás Lucero) por un tuit posteado hace un año en el que se expresaba contra el presidente con un cantito de cancha o la prepotencia de las policías que entran a los empujones a colegios secundarios para aterrorizar a estudiantes. La campaña perversa de calumnias que rodea al caso de Santiago, el ataque infame a la dignidad de su hermano y a la familia forman parte de este combo. Así como el espectáculo mediático-judicial montado alrededor de las detenciones a funcionarios de la administración anterior responsables por casos de corrupción, pero donde no se respeta ninguna de las garantías procesales mientras se encubre prolijamente los desaguisados del macrismo.
Digresión: si hegemonía es coerción+consenso donde lo segundo es lo que prima, es rara esta hegemonía que necesita represión, circo romano y blindaje mediático-judicial para instaurar su supremacía.
Como complemento, Macri y su tropa apuestan a la desmoralización de los trabajadores y los sectores populares para imponer el ajuste que empieza develar su verdadero rostro: reforma impositiva regresiva, conrarreforma laboral, ataque a las jubilaciones y nuevos tarifazos.
Aquí entran a jugar los argumentos que sobredimensionan la densidad del macrismo asegurando que recibió un respaldo unánime, un aval para su ajuste y un consenso contra el que, en última instancia, queda poco por hacer.
La realidad es que el gobierno continúa siendo una minoría en el Congreso; el apoyo logrado contuvo un importante componente de «voto rechazo» y como es norma en los partidos tradicionales, Cambiemos desplegó altas dosis de demagogia electoral con la mano visible del Estado para créditos y obras que habilitaron cierto desahogo económico coyuntural. Medidas financiadas por un endeudamiento que prepara a mediano o largo plazo nuevas catástrofes en la economía.
Además, la contradictoria crisis internacional limita las posibilidades de la economía argentina y por eso el oficialismo abandonó allá lejos y hace tiempo la famosa quimera de la «lluvia de inversiones».
Los dadores voluntarios de gobernabilidad, empezando por los dirigentes de los sindicatos y el peronismo parlamentario, se aferran a la «teoría» del avance imbatible de la ola amarilla. Se ocultan interesadamente las contradicciones de Cambiemos en el mismo acto en que se esconden las propias capitulaciones. En el movimiento sindical, las responsabilidades no se terminan en los anestesiados referentes tradicionales de la CGT que se preparan para negociar los cambios regresivos en las leyes laborales. Otras tendencias, como la Corriente Federal, que tienen un discurso más duro contra el ajuste, vienen girando en círculo con impotentes llamados a reanudar las sesiones del Comité Central Confederal, sin tomar medidas de acción, que son más que necesarias en estas horas decisivas.
Ningún plan de contrarreformas se impuso en el mundo sólo por los votos. Tampoco ajuste alguno fue frenado exclusivamente por la vía parlamentaria. En pocos países existe el nivel de contenciosidad que se observó siempre en la Argentina. Una de las precondiciones del macrismo para avanzar con su plan es negar esa historia y tradición de lucha.
El razonamiento vicioso de los justificadores seriales culmina en una aparente paradoja: no se lo puede enfrentar decididamente porque es demasiado fuerte y termina siendo más fuerte porque no se lo enfrenta decididamente.
El carácter multitudinario que tuvieron todas las marchas por Santiago Maldonado pese al boicot mediático y las provocaciones profesionales, es un botón de muestra de las reservas que existen en la sociedad. Así como también, las batallas ejemplares que dieron los trabajadores y las trabajadoras cuando se los convocó a luchar de verdad.
Como ya se dijo con sorprendente precisión: se trata de que la teoría sirva de guía para la acción y no termine convertida en una herramienta para el abuso de los que siempre están dispuestos al deshonroso ejercicio de la complicidad. «
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