Mi mamá inventó el peronismo

Por: Pedro Saborido

Pedro Saborido, con su habitual desparpajo y mirada sociológica, pergeñó “20 relatos que serán para el deleite, el goce y la reflexión” y los reunió en Una historia del conurbano. Aquí un fragmento que, por supuesto, combina la mística bonaerense y al General.

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE (PARTE 1)

Querernos fue algo inevitable

en mi familia.

Fue la manera de resolver

el problema

de vivir en una casa tan chica.

Ringo Starr

………………………………………………….

Es quizás el conurbano un lugar de encuentro. De personas y cosas a las que el destino las lleva a convivir. Son cosas y personas que nunca imaginaron que iban a compartir algo. No lo desearon. La convivencia fue una fatalidad.

………………………………………………….

-Mirá, pibe, te soy claro. Acá todos estos viejos chotos lo saben, aunque se hagan los boludos. Pero mi mamá fue la que inventó a Perón. O sea, inventó al peronismo. Ella le dio la idea. Porque mi mamá, cuando esto era medio pueblo, recién empezaba a ser conurbano, hizo un cumpleaños un sábado a la tarde con mate y facturas y vino un primo de ella que era milico y amigo de Perón. Entonces lo trajo a Perón. Y Perón, que tendría unos treinta, todavía no se había casado. Mi mamá tendría veintidós. Fue en esa casa que está allá. ¿Ves? Donde está el negocio de «Todo Suelto». No quedó nada de la casa, ahora hicieron unos dúplex. Pero ahí nació el peronismo.

Mamá me contó que, con un cañoncito de dulce de leche en la mano y mordiendo una bola de fraile, Perón le tiró un piropo jugado, algo medio militar, algo de la necesidad de una funda para el sable o ponerle aceite a la bazuca:

—¡A mí me quiso garchar Perón! —le decía mi mamá a mi papá cada vez que se peleaban.

Obvio que cuando pasó esto todavía no estaban juntos. Lo de Perón fue cuando mi mamá era maestra de la guardería de la parroquia. Ahí se mezclaban hijos de gente con plata, de gallegos y tanos que recién llegaban; y de gauchos o indios, aborígenes y todos esos que venían a trabajar cerca de Buenos Aires. Un quilombo. Cuestión que Perón, en un momento, la aparta a mi vieja y se sientan en el patio. Y así fue que, mordiendo sensualmente un churro relleno de pastelera, le dijo a mi mamá:

—Mire que el día de mañana usted puede bañarle el jilguero a un presidente…

Mi mamá, bien turrita, chupando el mate y haciendo trompita sobre la bombilla, lo apuró:

—Hummm, parece que el Perón quiere ser presidente…

—Síiihh —le contestó Perón con un susurro sensual, juntando con la lengua un poco de pastelera que le había quedado sobre el labio.

—Mirá, Perón… una cosa que tenés que hacer si querés durar como presidente es mantener la armonía entre los que vas a gobernar. A mí en la guardería me sirvió mucho pedirles un bono a los padres que tenían plata para comprarles cosas a los pibes que no tienen nada. Les dije: «O ponen para que les compremos zapatos a los pibes pobres o un día esos mismos pibes pobres se van a organizar con el comunismo y les van a sacar todos los zapatos a sus hijos. Porque el capitalismo es así: culo veo, culo quiero». A mi mamá no le gustaba el comunismo, «pero un poco nunca viene mal» decía.

—¿Y algo un poco en el medio? —le preguntó Perón a mamá.

—Y… si hay un mundo capitalista y uno comunista, puede haber un tercero —le dijo mi mamá.

Perón le pidió un papel y un lápiz para ir anotando las cosas.

Mi mamá siguió:

—Entonces vos, Perón, si querés ser presidente, tenés que hacer esta cosa de mantener el equilibrio entre los ricos y los pobres. A mí, en la guardería, me funciona. Porque en la ciudad no se nota. Pero acá al costado sigue la cosa de Sarmiento, lo de «Civilización o barbarie». Y el pelado ese era bueno en muchas cosas, pero en otras era un jodido, como lo violento que era para la política o el trato que les daba a la esposa y al hijo. Vos no tenés que ser como él. Vos tenés que juntar a la civilización y a la barbarie. Si cambiás la «o» por la «y» te va a ir bien. Vas a sumar a los civilizados sensibles con los bárbaros. Van a ser muchos, entonces. Juntar al blanco con el indio. De hecho, medio cara de indio tenés.

—Bueno, mi mamá era india… soy mestizo —le dijo Perón.

—El conurbano también. Así que se van a entender. Si podés manejar este lío, el conurbano siempre va a ser…

—¿Qué? —la interrumpió Perón.

—Lo que quiero decir es que va a seguirte siempre a vos… Estoy pensando el adjetivo…

—¿«Peronense»? —sugirió dudoso Perón.

—No, «peronense» no suena bien. Suena a gentilicio. Y se parece a «bonaerense». En la provincia una persona sería «Peronense Bonaerense»… No va —dijo tajante mi mamá.

—¿«Peroniano»? —probó Perón.

—Tampoco. Parece algo que se le dice a alguien que no tiene ni culo. «Pero ni ano tenés vos, che».

—¿Y entonces… slurp? —preguntó Perón pegando una chupada corta al mate. La chupada también sonó como pregunta.

—El conurbano será… será… ser… Ya sé… «Peronista» —contestó categórica mi mamá, dándose cuenta de que por fin había encontrado la palabra adecuada, justa.

—¡Me gusta! —dijo afirmando, con el mate, Perón.

—A mí, en la guardería, los padres me respetan. Y en el respeto siempre hay algo de temor. ¿Y sabés por qué los padres me temen? Porque los chicos me quieren. Y se los puedo poner en contra si quiero. Los uno a los pibes en contra de ellos si se me ocurre hacerlo. Y para unirlos hay que emparejar un poco. Por eso: aparte de civilización y barbarie, es importante la unidad. La unidad total es imposible. Pero el que más gente une, más manda… Yo siempre les pregunto a los chicos: «¿cuál es el libro emblemático de los argentinos?».

—Ehrrr… el Martín Fierro supongo —contestó tímido Perón.

—¡Sí! ¿Y cuáles son sus versos más conocidos?

—«Los hermanos sean unidos…».

—Ahí tenés, Perón. Es el consejo que más recordamos del Martín Fierro. ¿Sabés por qué es el que más recordamos? Porque es el que menos seguimos. Cuando un consejo se sigue, se vuelve normalidad y se deja de decir. Cuando no hay falla, no hay consejo.

—¡Claro! Es la contrafrase de «divide y reinarás…». Está bien eso… Si de afuera nos quieren dividir, aparece eso de «los hermanos sean unidos…» ¡Qué cosa! —dijo Perón mientras seguía anotando entusiasmado.

—¿Viste? Son todas cosas que se aprenden cuando tenés que manejar pibes de distintas familias, clases, orígenes.

—Me da un poco de vértigo todo esto de querer ser presidente y tener que cambiar tantas cosas. ¿Y si un día se arma lío y me meten preso? —preguntó Perón con un dejo de duda.

—Ese va a ser el día que ganes. Si se enoja la civilización, te queda la barbarie: ¡les metés un malón en Plaza de Mayo y listo…! «Siempre en unidad ganaremos!» —canturreó mi mamá.

—¿Qué es esa canción?

—Una cosa para que canten los que te sigan. No son las palabras exactas, pero va por ahí. Ahora disculpame, Perón, voy servir las masitas. Quedate todo lo que quieras, pero te aviso que no voy a coger con vos.

—Bueno. Igual me quedo un rato.

Así que Perón se quedó un rato más y después se fue. Mi vieja se casó con mi viejo y cada tanto Perón los visitaba. Incluso fueron a Madrid y lo acompañaron en la segunda vuelta al país. Mi mamá le dijo que no bajara en Ezeiza.

Otro día te cuento de eso, pibe.

(Foto: Diego Martinez)

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN

Quien lee sacará sus propias y genuinas conclusiones de lo anterior. Pero también están disponibles las siguientes, si lo desea.

Licenciaco William Book, psicólogo especialista en pacientes de la tercera Sección Electoral.

A ver si podemos ver lo de Perón y la maestra jardinera esta. Empecemos por Freud y cómo cuenta el aparato psíquico. Tenemos el Yo, el Superyó y el Ello. Vamos desde atrás: El Ello es donde se alojan los deseos, las pulsiones que por naturaleza son placenteras. El zarparse comiendo, el querer pegarle a un boludo, etc. Todo lo que tenés ganas de hacer y te venga de adentro, ¿sí?

El Superyó representa la moral y la ética aprendida. Es lo que nos enseñaron a ser, para vivir en sociedad y no hacer macanas. Cuando estos dos se encuentran con la realidad, ahí aparece el Yo. Este se encarga de negociar todo entre el Ello y el Superyó. O sea, satisfacer las demandas del Superyó y del Ello. Y luego, que esto que se negocia armonice con el mundo exterior, con la realidad. ¿Se entiende?

Ahora, esto aplicado a lo que hace la docencia, o sea la maestra jardinera, es la negociación entre los impulsos individuales de cada pibe: levantar a los más quedados, frenar a los más zarpados, etc. Y a su vez, cumplir con el reglamento de la guardería, el programa escolar y todo eso: o sea, la realidad.

Es decir: la maestra vendría a ser el Yo del aula. Y le explica a Perón que, en el aparato psíquico del conurbano, tiene que ser el Yo del conurbano. Armonizar las demandas de la civilización y las de la barbarie. Sabiendo que a veces el Superyó y el Ello son la civilización y la barbarie respectivamente, y a veces es al revés. ¿Entendés? A esto sumale que Perón también era docente. Ahí cierra todo. El peronismo es el Yo del conurbano. Aunque no gane en todos los distritos, obvio. Y eso te lo puedo explicar con Freud también, pero no ahora.  «

CIVILIZACIÓN Y BARBARIE (PARTE 1)

Querernos fue algo inevitable

en mi familia.

Fue la manera de resolver

el problema

de vivir en una casa tan chica.

Ringo Starr

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Es quizás el conurbano un lugar de encuentro. De personas y cosas a las que el destino las lleva a convivir. Son cosas y personas que nunca imaginaron que iban a compartir algo. No lo desearon. La convivencia fue una fatalidad.

………………………………………………….

-Mirá, pibe, te soy claro. Acá todos estos viejos chotos lo saben, aunque se hagan los boludos. Pero mi mamá fue la que inventó a Perón. O sea, inventó al peronismo. Ella le dio la idea. Porque mi mamá, cuando esto era medio pueblo, recién empezaba a ser conurbano, hizo un cumpleaños un sábado a la tarde con mate y facturas y vino un primo de ella que era milico y amigo de Perón. Entonces lo trajo a Perón. Y Perón, que tendría unos treinta, todavía no se había casado. Mi mamá tendría veintidós. Fue en esa casa que está allá. ¿Ves? Donde está el negocio de «Todo Suelto». No quedó nada de la casa, ahora hicieron unos dúplex. Pero ahí nació el peronismo.

Mamá me contó que, con un cañoncito de dulce de leche en la mano y mordiendo una bola de fraile, Perón le tiró un piropo jugado, algo medio militar, algo de la necesidad de una funda para el sable o ponerle aceite a la bazuca:

—¡A mí me quiso garchar Perón! —le decía mi mamá a mi papá cada vez que se peleaban.

Obvio que cuando pasó esto todavía no estaban juntos. Lo de Perón fue cuando mi mamá era maestra de la guardería de la parroquia. Ahí se mezclaban hijos de gente con plata, de gallegos y tanos que recién llegaban; y de gauchos o indios, aborígenes y todos esos que venían a trabajar cerca de Buenos Aires. Un quilombo. Cuestión que Perón, en un momento, la aparta a mi vieja y se sientan en el patio. Y así fue que, mordiendo sensualmente un churro relleno de pastelera, le dijo a mi mamá:

—Mire que el día de mañana usted puede bañarle el jilguero a un presidente…

Mi mamá, bien turrita, chupando el mate y haciendo trompita sobre la bombilla, lo apuró:

—Hummm, parece que el Perón quiere ser presidente…

—Síiihh —le contestó Perón con un susurro sensual, juntando con la lengua un poco de pastelera que le había quedado sobre el labio.

—Mirá, Perón… una cosa que tenés que hacer si querés durar como presidente es mantener la armonía entre los que vas a gobernar. A mí en la guardería me sirvió mucho pedirles un bono a los padres que tenían plata para comprarles cosas a los pibes que no tienen nada. Les dije: «O ponen para que les compremos zapatos a los pibes pobres o un día esos mismos pibes pobres se van a organizar con el comunismo y les van a sacar todos los zapatos a sus hijos. Porque el capitalismo es así: culo veo, culo quiero». A mi mamá no le gustaba el comunismo, «pero un poco nunca viene mal» decía.

—¿Y algo un poco en el medio? —le preguntó Perón a mamá.

—Y… si hay un mundo capitalista y uno comunista, puede haber un tercero —le dijo mi mamá.

Perón le pidió un papel y un lápiz para ir anotando las cosas.

Mi mamá siguió:

—Entonces vos, Perón, si querés ser presidente, tenés que hacer esta cosa de mantener el equilibrio entre los ricos y los pobres. A mí, en la guardería, me funciona. Porque en la ciudad no se nota. Pero acá al costado sigue la cosa de Sarmiento, lo de «Civilización o barbarie». Y el pelado ese era bueno en muchas cosas, pero en otras era un jodido, como lo violento que era para la política o el trato que les daba a la esposa y al hijo. Vos no tenés que ser como él. Vos tenés que juntar a la civilización y a la barbarie. Si cambiás la «o» por la «y» te va a ir bien. Vas a sumar a los civilizados sensibles con los bárbaros. Van a ser muchos, entonces. Juntar al blanco con el indio. De hecho, medio cara de indio tenés.

—Bueno, mi mamá era india… soy mestizo —le dijo Perón.

—El conurbano también. Así que se van a entender. Si podés manejar este lío, el conurbano siempre va a ser…

—¿Qué? —la interrumpió Perón.

—Lo que quiero decir es que va a seguirte siempre a vos… Estoy pensando el adjetivo…

—¿«Peronense»? —sugirió dudoso Perón.

—No, «peronense» no suena bien. Suena a gentilicio. Y se parece a «bonaerense». En la provincia una persona sería «Peronense Bonaerense»… No va —dijo tajante mi mamá.

—¿«Peroniano»? —probó Perón.

—Tampoco. Parece algo que se le dice a alguien que no tiene ni culo. «Pero ni ano tenés vos, che».

—¿Y entonces… slurp? —preguntó Perón pegando una chupada corta al mate. La chupada también sonó como pregunta.

—El conurbano será… será… ser… Ya sé… «Peronista» —contestó categórica mi mamá, dándose cuenta de que por fin había encontrado la palabra adecuada, justa.

—¡Me gusta! —dijo afirmando, con el mate, Perón.

—A mí, en la guardería, los padres me respetan. Y en el respeto siempre hay algo de temor. ¿Y sabés por qué los padres me temen? Porque los chicos me quieren. Y se los puedo poner en contra si quiero. Los uno a los pibes en contra de ellos si se me ocurre hacerlo. Y para unirlos hay que emparejar un poco. Por eso: aparte de civilización y barbarie, es importante la unidad. La unidad total es imposible. Pero el que más gente une, más manda… Yo siempre les pregunto a los chicos: «¿cuál es el libro emblemático de los argentinos?».

—Ehrrr… el Martín Fierro supongo —contestó tímido Perón.

—¡Sí! ¿Y cuáles son sus versos más conocidos?

—«Los hermanos sean unidos…».

—Ahí tenés, Perón. Es el consejo que más recordamos del Martín Fierro. ¿Sabés por qué es el que más recordamos? Porque es el que menos seguimos. Cuando un consejo se sigue, se vuelve normalidad y se deja de decir. Cuando no hay falla, no hay consejo.

—¡Claro! Es la contrafrase de «divide y reinarás…». Está bien eso… Si de afuera nos quieren dividir, aparece eso de «los hermanos sean unidos…» ¡Qué cosa! —dijo Perón mientras seguía anotando entusiasmado.

—¿Viste? Son todas cosas que se aprenden cuando tenés que manejar pibes de distintas familias, clases, orígenes.

—Me da un poco de vértigo todo esto de querer ser presidente y tener que cambiar tantas cosas. ¿Y si un día se arma lío y me meten preso? —preguntó Perón con un dejo de duda.

—Ese va a ser el día que ganes. Si se enoja la civilización, te queda la barbarie: ¡les metés un malón en Plaza de Mayo y listo…! «Siempre en unidad ganaremos!» —canturreó mi mamá.

—¿Qué es esa canción?

—Una cosa para que canten los que te sigan. No son las palabras exactas, pero va por ahí. Ahora disculpame, Perón, voy servir las masitas. Quedate todo lo que quieras, pero te aviso que no voy a coger con vos.

—Bueno. Igual me quedo un rato.

Así que Perón se quedó un rato más y después se fue. Mi vieja se casó con mi viejo y cada tanto Perón los visitaba. Incluso fueron a Madrid y lo acompañaron en la segunda vuelta al país. Mi mamá le dijo que no bajara en Ezeiza.

Otro día te cuento de eso, pibe.

ANÁLISIS Y REFLEXIÓN

Quien lee sacará sus propias y genuinas conclusiones de lo anterior. Pero también están disponibles las siguientes, si lo desea.

Licenciaco William Book, psicólogo especialista en pacientes de la tercera Sección Electoral.

A ver si podemos ver lo de Perón y la maestra jardinera esta. Empecemos por Freud y cómo cuenta el aparato psíquico. Tenemos el Yo, el Superyó y el Ello. Vamos desde atrás: El Ello es donde se alojan los deseos, las pulsiones que por naturaleza son placenteras. El zarparse comiendo, el querer pegarle a un boludo, etc. Todo lo que tenés ganas de hacer y te venga de adentro, ¿sí?

El Superyó representa la moral y la ética aprendida. Es lo que nos enseñaron a ser, para vivir en sociedad y no hacer macanas. Cuando estos dos se encuentran con la realidad, ahí aparece el Yo. Este se encarga de negociar todo entre el Ello y el Superyó. O sea, satisfacer las demandas del Superyó y del Ello. Y luego, que esto que se negocia armonice con el mundo exterior, con la realidad. ¿Se entiende?

Ahora, esto aplicado a lo que hace la docencia, o sea la maestra jardinera, es la negociación entre los impulsos individuales de cada pibe: levantar a los más quedados, frenar a los más zarpados, etc. Y a su vez, cumplir con el reglamento de la guardería, el programa escolar y todo eso: o sea, la realidad.

Es decir: la maestra vendría a ser el Yo del aula. Y le explica a Perón que, en el aparato psíquico del conurbano, tiene que ser el Yo del conurbano. Armonizar las demandas de la civilización y las de la barbarie. Sabiendo que a veces el Superyó y el Ello son la civilización y la barbarie respectivamente, y a veces es al revés. ¿Entendés? A esto sumale que Perón también era docente. Ahí cierra todo. El peronismo es el Yo del conurbano. Aunque no gane en todos los distritos, obvio. Y eso te lo puedo explicar con Freud también, pero no ahora.  «

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